jueves, 18 de junio de 2015

EN SU CAMA: CAPITULO 6





El ático estaba oscuro como la boca del lobo, exceptuando algunos puntos de ventilación por donde entraba luz del exterior. Agradeciendo la luz, por muy débil que fuera, Pedro se detuvo y pegó la oreja todo lo que pudo al primer panel de acceso que encontró. En cuanto acercó la cabeza al panel oyó un ruido que provenía de abajo. Mala señal.


—¿Tiene mi padre una criada que venga a diario?


Paula se acercó a él por detrás y le puso la mano en la espalda para intentar ver donde estaban.


Él se preguntó qué haría ella si se enterara de que, cuando lo tocaba, en lugar de calmarlo le ponía nervioso.


—¿La tiene? —repitió Pedro.


—No lo sé —le susurró al oído, con la barbilla apoyada sobre su hombro.


El pelo de Pau le hacía cosquillas en la nariz, y el aroma a flores de su cabello lo embriagó.


—Déjame un poco de sitio —murmuró él mientras se movía un poco para quitársela de encima.


Maldijo para sus adentros sólo de pensar en la cantidad de dormitorios que su padre tenía vacíos y en todo lo que podrían hacer en esos dormitorios.


Pedro


Él suspiró y volvió la cabeza.


—Oigo voces —dijo ella con voz temblorosa—. Y no son de ninguna criada. A no ser que Eduardo haya contratado a unos forzudos a los que les guste medio ahogar a las mujeres y lanzarlas contra el suelo.


Maldita sea. Pedro le apretó la mano.


—Pau…


—¿Para qué seguirán aquí? —preguntó ella, bastante menos emocionada ya con la idea de escapar—. Podrían haber limpiado la casa y haberse marchado ya de haber querido.


Él se había estado preguntando lo mismo.


—No se te ocurriría decir por casualidad delante del tipo que te agarró que Eduardo no volvería en un par de días, ¿verdad?


—Pues claro que no… —se mordió el labio y adoptó una expresión horrorizada—. ¡Ay!


—¿Ay qué?


—Supongo que a lo mejor lo dije cuando estaba discutiendo con él.


¡Perfecto!


—Lo siento —añadió Paula.


Se oyó otro golpe, esa vez más cerca.


Pedro se volvió hacia ella, le puso una mano en la boca y acercó sus labios a la oreja de Paula.


—Calla…


Cuando ella asintió, él le retiró la mano, pero se quedó mirándola un buen rato. Tenía el pelo desarreglado y los ojos de mirada turbulenta. Como había muy poca luz, no se le notaban los moretones que esos canallas le habían hecho, pero sabía que estaban ahí.


Y aunque Pedro no podía adivinarle el pensamiento, notó que estaba helada, como si el miedo estuviera saliéndole a la superficie.


Pedro le dio un apretón suave, con la intención de transmitirle parte de su calor. Qué ironía que él estuviera sudando allí encerrado y ella estuviera como un carámbano de hielo.


—Quiero que vuelvas al cuarto —le dijo al oído—. Vuelve a donde estábamos y espera allí…


Ella lo agarró con fuerza.


—No…


—Voy a ir solo. Puedo hacerlo en silencio…


—Y yo también…


—No —no quería arriesgarse a eso, ya que dudaba de que hiciera algo alguna vez en silencio—. Voy a ir hasta la habitación que esté más al extremo, y después…


—¿Y si te encuentran?


—No me van a encontrar.


Si él había pensado antes que tenía los ojos grandes, en ese momento le parecieron enormes, aunque no era capaz de ver su expresión exacta.


—¿Te asusta la oscuridad, pero eres capaz de enfrentarse a cuatro hombres armados? —le preguntó Paula con incredulidad.


Él sintió que tenía los músculos de la mandíbula en tensión.


—He estado en situaciones peores.


—¿A qué has dicho que te dedicabas antes de la contabilidad?


—Vuelve. Vuelve ahora mismo.


—Estabas en el lado legal de todo, ¿no?


—Ve —la empujó ligeramente para que se diera la vuelta.


—Pero…


Empezaba a darse cuenta de por qué la habían golpeado la noche anterior. Pero cuando sintió el miedo que emanaba de ella, le dio otro apretón en la mano.


—Mira, enseguida vuelvo a por ti —le prometió, aunque él nunca hiciera promesas—. Vete, Pau.


Entonces le dio un empujón suave para que se diera la vuelta y se moviera. En cuanto la tocó, sintió que no quería soltarla.


Pero para hacer lo que tenía que hacer, respiró hondo y dejó de pensar en ella. A pesar de estar muerto de hambre y medio desnudo, se concentró en la tarea que tenía entre manos: que no volvieran a golpearlo por la espalda.






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