viernes, 26 de junio de 2015

EN SU CAMA: CAPITULO 32





Cuando Paula se despertó, estaba sola. Bueno, sola hasta que su hermana encendió la luz de su dormitorio después de entrar en la casa, cosa que hacía varias veces por semana, y fue directamente al ropero de Paula.


—¿Sigues teniendo esa falda vaquera? —le preguntó Carolina, que primero miró en el armario y después se volvió para buscar entre la ropa que estaba apilada en la silla junto a la cómoda—. Me gustaría que me devolvieras las cosas que me pides prestadas… Maldita sea, aquí está. ¿Está limpia? —le preguntó mientras levantaba la falda, que sacudió para volver a mirarla mejor.


Finalmente pareció fijarse en Paula, que estaba tumbada en silencio en su cama.


—¿Qué te ocurre? —le preguntó Carolina.


¿Qué pasaba? Paula pensó en su situación. Sentía todo su cuerpo cálido, saciado y satisfecho. No estaba mal. Sólo echaba de menos el que Pedro se hubiera marchado, seguramente poco después de su último encuentro en la ducha, poco antes del amanecer.


—Paula —dijo su hermana, de pie ya junto a la cama, con los brazos en jarras—. ¿Por qué no me dices nada?


—Supongo que estoy dormida —Paula fue a salir de la cama, pero se acordó de que estaba desnuda.


Carolina entrecerró los ojos.


—Vas a llegar tarde al trabajo, ¿no?


De algún modo no pensaba que a Pedro le importara. Como no podía levantarse hasta que no se largara Carolina, se tapó con la sábana hasta la barbilla.


—Quiero dormir unos minutos más —dijo Paula.


—Como tú quieras. Pero te he dejado el desayuno en la cocina.


—No hacía falta que me lo trajeras.


—Sólo es un bollo y un yogur. Me imaginé que podría ahorrarte la ingestión de colesterol de hoy, y que no pasaras por la tienda de donuts. Venga, ven a comer conmigo… —tiró de la sábana y se quedó con la boca abierta—. ¿Desde cuándo duermes como tu madre te trajo al mundo?


Paula volvió a taparse hasta la barbilla.


—Anoche hizo calor.


—Quince grados.


—Pues aquí hizo calor.


—Ya. Y supongo que te pegaste un mordisco en el hombro.


Paula sintió que se sonrojaba.


—Oh, Dios mío —dijo Carolina con un gemido entrecortado—. Te has acostado con él, ¿no? Espero que por lo menos utilizaras un preservativo.


—No soy tonta. Y fue estupendo. Te lo digo por si tenías dudas.


Su hermana suspiró y se dejó caer en la cama. Le retiró un mechón de pelo a Paula de la cara.


—Te gusta mucho.


—Sí.


—Quiero conocerlo.


—No creo que vuelva a ocurrir, Carolina.


—¿Por qué? —le preguntó su hermana con incredulidad—. ¿No le gustas?


—No quiere comprometerse.


—Pues claro que no. Tiene pene, ¿no? Ay, cariño —abrazó a Paula—. No le dejes que te parta el corazón —se retiró y sonrió con pesar—. Porque si lo hace, lo mataré.


Paula se echó a reír.


—Es un ex agente de la CIA. Seguramente sabe doce millones de maneras distintas de matar a una persona.


—No necesito doce millones; si te hace daño, no —afirmó Carolina antes de ponerse de pie para ir hacia la puerta del dormitorio—. Y lo que yo no pueda hacer, sabes muy bien que lo hará Rafael.


Paula oyó el ruido de la puerta de su apartamento al cerrarse y tuvo que sacudir la cabeza. El amor era una cosa de lo más extraño. Carolina amaba a Paula, y por eso se mostraba dominante con ella y amenazaba a personas que ni siquiera conocía. Eduardo amaba a Pedro y se inmiscuía en su vida. Eva amaba a Pedro y trabajaba para él, aunque prefería hacerlo para Eduardo. Sacrificios. Todos en nombre de esa palabra de cuatro letras.


Amor.


Si hubiera empezado a pasarle lo que estaba empezando a sospechar; si de verdad se enamorara de Pedro… 


¿Entonces qué sacrificios haría? ¿Y estaría contenta con esos sacrificios, sobre todo si fuera la única en hacerlos?


Cuando su hermana se marchó, salió de la cama y se dio una ducha. Le dolían algunos sitios que no había imaginado que pudieran dolerle y, aparte de la marca del hombro, tenía una muy interesante que no recordaba en la cara interna del muslo.


Por algún motivo tonto eso la hizo sonreír.


Cuando llegó al trabajo, Eva estaba detrás de la mesa de recepción tomando un mensaje. Cuando colgó, miró a Paula de arriba abajo de tal modo, que esta tuvo ganas de esconderse.


—¿Estás bien? —le preguntó.


—¿Por qué no iba estarlo? —le preguntó Paula.


—Bueno, mi hijo llegó de un humor decente hoy. ¿Tienes algo que ver con ello?


Paula se mordió el labio.


—Tal vez —reconoció.


Eva asintió.


—Bien —dijo mientras sacaba unos papeles de una carpeta—. Este es tu trabajo para hoy. Tengo que salir un rato.


Paula había empezado ya a hacer su trabajo antes de ver a Pedro. Se detuvo delante de su mesa y la miró.


Ella dejó el lápiz sobre la mesa.


—Hola.


—¿Estás bien? —le preguntó él.


—Sabes, eres la segunda persona que me pregunta eso hoy.


Él no dejó de mirarla mientras le hablaba.


—¿De verdad? ¿Y cuál es la respuesta?


—¿Lo preguntas porque nos volvimos un poco locos anoche?


—Sí.


Ella cerró la carpeta con cuidado.


—¿Te parezco tan frágil, Pedro? ¿Crees que con unos cuantos orgasmos me voy a desplomar?


Pedro estiró el cuello para ver si Eva estaba por allí.


—Ha salido un momento. Estamos solos.


—Bien —tiró de Paula y la llevó por el pasillo hacia su despacho.


Pedro, qué…


Cuando entraron se paró sólo para echar el cerrojo; después tiró de ella hasta el cuarto de baño. La pieza pequeña estaba decorada en blanco y negro, y olía al jabón de la ducha que se había dado esa mañana después de entrenar.


—Me estás volviendo loco… —murmuró mientras la pegaba a la encimera.


Ella soltó una risilla.


—No he hecho nada —dijo ella.


—En cuanto has dicho orgasmos he pensado en ti gimiendo mi nombre al oído mientras llegabas al clímax.


A Paula le cedieron un poco las rodillas. Los pezones se le pusieron duros.


Pedro se dio cuenta. Emitió un gemido ronco y satisfecho y la estrechó entre sus brazos, para seguidamente acariciarle los muslos, por encima y después por debajo del vestido.


Ella cerró los ojos.


—Podrías haberte quedado conmigo hasta por la mañana. Podrías…


—Debería —concedió él antes de susurrar su nombre.


Al momento empezó a besarla de tal modo que, en un abrir y cerrar de ojos, un fuego líquido comenzó a arder en su vientre. Su cuerpo se acopló al de él en un desesperado intento de capturar de nuevo algo de lo que habían vivido la noche anterior.


Llevaba un vestido sin mangas con un suéter por encima. Le quitó el suéter y le bajó la cremallera del vestido, dejando que le cayera a los pies.


Ella le desabrochó los pantalones y le metió las manos, dentro, deseosa de quitárselos. En cuanto lo tocó, Paula no fue capaz de pensar en nada más. Pedro estaba duro, deseoso de liberarse, y ella estaba más que dispuesta a contribuir a ello.


Las bragas y el sujetador desaparecieron también y entonces los dos se perdieron. Él la levantó y la colocó sobre la encimera mientras ella le tiraba de la camisa y le besaba el pecho desnudo. Pedro la penetró sin más dilación y ella se arqueó hacia atrás para recibirlo mejor, para tomarlo todo. 


Él la embistió una y otra vez, hasta que ella alcanzó el clímax con rapidez. Vagamente fue consciente de su gemido ronco y gutural mientras él la seguía.


Tras lo que podía haber sido una hora, o tal vez unos minutos, Pedro levantó la cabeza de su cuello.


—¿Qué ha sido eso?


—Nuestros cuerpos dándose los buenos días, supongo —ella se deslizó de la encimera—. No mires ahora, pero creo que se gustan.


Él se echó a reír.


—Eso es decir poco.


Ella se quedó quieta y lo miró mientras él se ponía la camisa. 


¿Qué le estaba diciendo Pedro? ¿Que era para él algo más que una relación sexual? ¿Qué tal vez incluso sintiera por ella… amor?


Pero mientras se ponía la camisa y le tiraba las bragas para que se las pusiera, no hizo indicación alguna de tal cosa. Ni una sola señal.


—Un dormitorio —le dijo él en voz baja antes de volver a besarla—. La próxima vez, a ver si podemos hacerlo en un maldito dormitorio.


Ella lo miró con expresión confusa. Él le sonrió y ella consiguió devolverle la sonrisa. Cuando fue a salir del cuarto de baño, él la agarró del brazo, le tomó la cara entre las dos manos y le dio un beso suave y pausado ante de dejarla ir; un beso que ella jamás olvidaría.





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