jueves, 25 de junio de 2015

EN SU CAMA: CAPITULO 30




Hacía muchísimo tiempo que nadie le hacía sentir algo tan puro, tan intenso; pero Paula lo había hecho.


En algún momento, habían dejado el sofá y se habían echado al suelo, aunque él se había tumbado de espaldas para no agobiarla. Pedro seguía jadeando para respirar, pero sintió algo más aparte de esa falta de aire. Sintió algo que le apretaba dentro del pecho y se dio cuenta de que había aparecido cuando los habían encerrado esa noche en casa de Eduardo.


Tal vez fuera estrés. Pero fuera lo que fuera, estaba seguro de que no quería analizarlo. Decidió no pensar más en ello y se concentró en aspirar hondo y en llenarse los pulmones de aire. En cuanto se le calmó el pulso, vio la cabeza de Paula.


Ella le sonrió sin dejar de acariciarlo.


—Qué divertido.


—Divertido —dijo él asintiendo—. Divertido. Has estado a punto de matarme de tanto placer.


—¿De verdad? Lo siento.


Estudió sus mejillas sonrosadas, sus ojos brillantes, esa sonrisa placentera, y se echó a reír sin poderlo remediar.


—Sí, se ve que lo sientes mucho.


—Lo siento. Sobre todo si te he cansado, porque esperaba que… —se inclinó hacia él y le susurró lo que esperaba de él.


Pedro se excitó de nuevo.


—Pero si estás demasiado cansado… —Paula se enroscó junto a su cuerpo y empezó a acariciarlo de nuevo por todas partes; suspiró y le apoyó la cabeza en el pecho—. Si lo estás, no importa. Podemos quedarnos aquí tumbados.


¿Demasiado cansado? De eso nada.


—Sólo quiero estar contigo —susurró ella y, sin levantar la cabeza del pecho, suspiró de felicidad—. Sólo esta noche, Pedro. ¿No te parece maravilloso?


Le deslizó las manos por el brazo, por el vientre, por el pecho, una y otra vez, con aquel roce suave, leve.


Él no tuvo que mirarla a los ojos para ver que ella le estaba dando todo lo que tenía. Ella era de esa clase de mujeres. 


No sabía cómo reprimirse y, aunque supiera, dudaba de que lo intentara alguna vez. Experimentó un anhelo que le oprimió el corazón.


—¿Te gusta esto? —susurró ella.


Estaba muy duro otra vez y sabía que ella se había dado cuenta.


—Sí.


—Haces que me sienta bien, Pedro, sólo estando aquí a mi lado. Me siento bien sólo de mirarte.


Pedro no supo qué responder a eso, pero ella no parecía necesitar una respuesta. Despacio, lo acarició y él dejó que lo hiciera. Sus dedos eran tan ágiles, tan suaves, tan maravillosos… mucho más de lo que había esperado o deseado.


—¿Pedro? —dijo Paula sin aliento.


Cuando él levantó la cabeza, vio que ella estaba mirándolo de arriba abajo, viendo la reacción que habían provocado sus caricias.


—¿Otra vez? —le susurró en tono esperanzado.


—Otra vez —la tomó entre sus brazos—. Pero la próxima vez, lo hacemos en la cama.


Y dicho eso empezó a besarla, permitiéndose el lujo de perderse en las sensaciones que ella provocaba en él, en su sabor, pero incluso eso no fue suficiente para conseguir que se olvidara del hecho de que aquella no había sido una relación sexual cualquiera.


Era más, mucho más, y ni siquiera él era capaz de explicar por qué.


Así que no quiso ni intentarlo. En lugar de eso, se afanó en la tarea que tenía entre manos y los llevó a los dos hasta unas cimas del placer que no había conocido jamás con otras mujeres.






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