lunes, 1 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 9






Paula se fijó en el brillo de diversión de su mirada el muy cretino estaba disfrutando de aquello.


—Entonces, ¿quizá eres una modelo y te he visto en las revistas? —sugirió él, y ella supo que le estaba tomando el pelo.


—No, me temo que no. 


La novia de Pedro lo agarró del brazo y comentó:
—Los hombres no tenéis ni idea de modelos, Pedro —bromeó Sophia—. Paula es demasiado grande para ser modelo. Todas son extremadamente delgadas, tipo perchero.


Paula dejó de sentir lástima por el hecho de que Sophia tuviera un novio tan arrogante como Pedro. Decidió que hacían buena pareja. Detrás de aquella falsa sonrisa y aquellos grandes ojos marrones había una zorra con un gran trasero.


Paula había engordado un poco en los últimos cinco años, pero no se podía decir que estuviera gorda. Era profesora de educación física e historia y estaba en buena forma, aunque quizá un poco voluminosa en el pecho. Pero había un buen motivo para ello y no estaba dispuesta a que aquella pareja lo descubriera.


—Tu novia tiene razón —le dijo a Pedro, pero mirando a Sophia—. De hecho, soy profesora de historia en un colegio de chicas que está cerca de casa —los informó. Después agarró el zumo y bebió un trago, deseando que Julian no la hubiera convencido para ir al baile.


—¿Historia? Una asignatura interesante. ¿Qué prefieres enseñar? ¿Historia antigua o contemporánea? —preguntó Pedro, arqueando una ceja.


—Ambas —contestó ella, fulminándolo con la mirada.


—Está muy bien. La historia puede enseñarnos mucho sobre la gente. 


¿Era ella la única que percibía el cinismo en su tono de voz?


—Estoy segura de que no hay nadie que pudiera enseñarte muchas cosas —soltó Paula. ¿Por qué no podía haberse quedado calladita? Todos la miraban como si se hubiera vuelto loca. A lo mejor era cierto. Pedro Alfonso siempre había tenido ese efecto sobre ella.


Julian soltó una carcajada y dijo:
—Huy, Paula, retiro lo que te dije acerca de que trabajaras conmigo en asuntos exteriores —la rodeó con un brazo por los hombros—. Nunca podrías ser diplomática. Decir lo que uno piensa es un gran fallo para un miembro del cuerpo diplomático —Julian inclinó la cabeza y la besó en los labios—. Pero en todo lo demás eres perfecta, Paula —añadió.


Durante un instante, Pedro Alfonso se sorprendió al sentir que la rabia se apoderaba de él al ver que Julian Gladstone besaba a Paula. Habían pasado cinco años desde la última vez que la había visto, desde que regresó a casa y descubrió que ella lo había dejado llevándose todo lo que él le había regalado y el gato...


En aquel momento no le gustó lo sucedido, pero después de lo que había pasado entre ellos no le sorprendió. Él había continuado con su vida convencido de que Paula había hecho lo mismo. «Paula no significa nada para mí», se dijo. 


Pero no pudo evitar provocarla preguntándose cuánto tiempo podría aguantar la mentira de que no se conocían.


Sin embargo, ver que otro hombre besaba a Paula había provocado en él un instinto de posesión que creía ya extinguido. Y ella llevaba los diamantes que él le había regalado, algo que lo ofendía aún más. Aunque ella se los había ganado. Nunca había tenido una compañera de cama tan buena como ella, y al pensar en ello notó que perdía el control.


—Ya recuerdo dónde te he visto, Paula —dijo Pedro—. Trabajabas como recepcionista en un hotel en el que me alojé una vez. Creo que en aquella época eras estudiante.


—Es posible —contestó ella—. Una vez trabajé a media jornada en un hotel, pero por la recepción pasa tanta gente que no puedo acordarme de toda.


La mujer elegante que Pedro tenía delante era todo lo contrario a la chica inocente y desvergonzada que recordaba. El vestido de seda gris que llevaba se ceñía a cada curva de su cuerpo, y los tacones la hacían parecer más alta. Ella lo miró fríamente con sus ojos azules, consciente de que se había ofendido y él no pudo hacer más que admirar su actitud desafiante. No recordaba que Paula hubiera sido tan provocadora en el pasado.


—Vamos, Pedro —Sophia lo agarró del brazo—. Están tocando nuestra canción. Vamos a bailar.


—Por supuesto —dijo él, mirando a Sophia después de haber recuperado el control. Se percató del pequeño detalle de que mientras que Paula lo hacía enfurecer, él no reaccionaba ante la mujer a la que pensaba pedirle matrimonio.


Condujo a Sophia hasta la pista de baile y la estrechó contra su cuerpo. La música era lenta y ella apoyó la cabeza contra su pecho. Él se alegró de que fuera así. No hacía falta hablar y así tenía tiempo para pensar.


No solía acudir a ese tipo de eventos, pero puesto que Sophia se lo había pedido y ella era la hija del embajador había aceptado. Pasarían la noche en la embajada y él había decidido que sería una buena oportunidad para pedir la mano de Sophia.


Sophia era una mujer atractiva y muy conocida por su trabajo como voluntaria en obras Benéficas en Atenas. 


También era griega y una amiga de la familia, así que él sabía lo que se esperaba de una esposa griega y, si era ancha de caderas, Pedro podía sobrevivir con ello. Tenía el cuerpo adecuado para albergar a un hijo, o eso había pensado él media hora antes...


Sophia y su padre habían abierto el baile y Pedro los había observado desde lo alto de la escalera con una copa de champán en la mano. Tras beber un trago y mirar alrededor de la sala, se había fijado en una pareja que estaba en medio de la pista.


La copa de champán tembló entre sus dedos. El hombre era alto y rubio y la mujer que estaba entre sus brazos era Paula... No tenía ninguna duda al respecto. Tenía su imagen grabada en la mente. Paula Chaves...


Tenía el cabello recogido de forma que se le veían los rasgos del rostro, con la cabeza echada ligeramente hacia atrás, sonreía a su compañero. Pedro recorrió su cuerpo con la mirada y se fijó en el escote del vestido que llevaba. Se metió las manos en los bolsillos, sorprendiéndose por la excitación que había sentido al verla. Pero ella siempre había tenido ese efecto sobre él y, al parecer, nada había cambiado...


Pedro no fue capaz de apartar la vista de ella. El compañero de Paula la giró y él se fijó en que tenía el cabello mucho más largo. Entonces, reconoció una cosa.


El prendedor de diamantes con forma de mariposa que llevaba para sujetar su cabello era un regalo que él le había hecho. Era la primera joya que él le había comprado, y ella se la había llevado con todas las demás cosas cuando se marchó del apartamento.


En su momento, él consideraba que no eran más que regalos, entonces, ¿por qué le molestaba ver que llevaba su regalo mientras estaba con otro hombre? Por su manera de relacionarse se deducía que eran amantes, o quizá incluso marido y mujer.


Por algún motivo, prefirió no preguntarse demasiado por qué quería saberlo. Entonces vio que su prometida y su padre se acercaban y forzó una sonrisa. Fingiendo cierto interés por el hombre rubio le hizo algunas preguntas al embajador y descubrió mucho acerca de él.


Al parecer, Julian Gladstone era un adinerado terrateniente y una figura importante en la oficina de asuntos exteriores, conocido por su brillante dominio de los idiomas. El embajador no sabía mucho acerca de Paula, pero se ofreció a presentarle a Gladstone, diciéndole a Pedro que le caería bien, ya que a todo el mundo le parecía agradable.


No había sido así. Pero Pedro comprendía por qué a Paula o a cualquier otra mujer podía gustarle.


Pedro, la banda ha dejado de tocar —Sophia se restregó de manera sensual contra su cuerpo y él no sintió nada—. Estás en otro mundo.


—Perdido entre tus brazos —dijo él, y la guió hacia el grupo de gente que había en la barra.


Sophia no se dejó engañar y se acercó a Julian pestañeando y le sugirió que bailaran.


Pedro frunció los labios. No le importaba si Sophia era coqueta por naturaleza o si intentaba ponerlo celoso. Gladstone era un caballero y no podía rechazar la oferta, y así Pedro tuvo oportunidad de hablar con Paula.


—Nos hemos quedado tú y yo, Paula —percibió rechazo en la mirada de sus ojos azules—. Baila conmigo —le pidió, y la sujetó por la cintura antes de que ella pudiera negarse.


Paula estaba dispuesta a decirle que no, pero al sentir la palma de la mano de Pedro contra su piel se quedó sin respiración y él aprovechó para rodearla por la cintura y guiarla hasta la pista de baile.


Sonaba música lenta.


Ella apoyó la mano sobre su hombro para intentar mantener cierta distancia entre ambos.


Sólo tenía que bailar con él. No era necesario hablar. Volvió la cabeza un poco y miró por encima de su hombro, pero notaba la mirada de sus ojos oscuros sobre ella.


—Aunque no me mires, no conseguirás que me vaya, Paula —se rió Pedro—. Así que deja de mirar al infinito y cuéntame cómo has estado. Bien, a juzgar por tu aspecto. Si acaso, estás más guapa que nunca.


Entonces, ella lo miró.


—Gracias, estoy bien —dijo ella, decidida a ser fría y cortés. Pero era difícil hacerlo mientras Pedro la rodeaba con los brazos y la miraba fijamente a los ojos.


—Entonces dime por qué, teniendo en cuenta nuestra relación pasada, tengo la sensación de que desearías no haberme visto otra vez. Incluso negaste que nos conociéramos —dijo con una sonrisa.


—¿Yo? —Paula arqueó las cejas ligeramente—. Tuviste la oportunidad de reconocer que nos conocíamos cuando te dije: «un placer, otra vez, Pedro». No la aprovechaste, y comprendo por qué. Es evidente que no quieres disgustar a Sophia. Pero lo que no comprendo es por qué empezaste con juegos estúpidos. Deberías alegrarte de que no contara la verdad —le dijo mirándolo fijamente—. Tu prometida no tiene por qué saber lo canalla que eres —sus palabras provocaron que él dejara de sonreír y se pusiera tenso.


—Sophia no es mi prometida.


—Díselo al embajador, porque creo que él espera que lo sea pronto.


—Puede que Sophia le haya dado esa impresión —dijo él—, pero no es cierta.


—Bueno, pues yo creo que hacéis una pareja perfecta.


De pronto se le ocurrió a Paula que si Pedro estuviera casado y viviendo en Grecia con una familia, ella se sentiría mucho mejor y su secreto estaría a salvo.


—¿Y por qué me animarías a que me casara? ¿Quizá porque tú tienes planes respecto a Julian Gladstone y no quieres que le cuente nada acerca de nuestra relación y de cómo acabó? —preguntó—. ¿Es eso, Paula? ¿Quieres guardar nuestro dramático secreto?


Ella empalideció.


—No seas ridículo. Julian y yo somos amigos desde hace años y lo sabe todo acerca de mí. Sólo pensaba que Sophia y tú hacéis buena pareja.


—¿Y desde cuándo sois amantes?


—Eso no es asunto tuyo.






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