viernes, 1 de mayo de 2015

REGRESA A MI: CAPITULO 13





—¿Seguro que no tenes una casa a la que regresar?


Bajo el sarcasmo, la voz de Paula sonaba irritada. Lourdes y Juan llevaban horas sentados en el sofá de su sala. Eran cerca de las doce de la noche y no parecía que tuvieran intención de marcharse de allí.


—Pues bien, queridos, aquí los dejo. Me voy a acostar. El sofá en el que estan apoltronados tan a gusto es una cama. less traeré un par de almohadas y una manta. Pueden repartir el espacio, la mitad para cada uno.


Los dos la miraron espantados. Paula no podía pensar que iban a compartir algo más que una conversación. Estaban juntos para consolarla. Nada más.


—No me voy a meter en tu vida…


—No, no lo vas a hacer.


—No me voy a meter —repitió Lourdes, con una leve pausa para dejarle claro que pensaba interferir en ella—. Romper con Pedro es una de las mayores estupideces que has cometido. Y reconoce que has cometido alguna.


Pedro es un tío legal. Necesitas a alguien que te caliente la cama,Paula. Tanta soledad no es buena. Vivir sin sexo es envejecer antes de tiempo. Y Camila necesita un padre —terció reflexivo Juan.


Lucía se hubiera echado a reír si no fuera porque la palabra risa parecía haber huido de su vocabulario desde una semana antes. El botarate de su hermano mayor dándole consejos. Consejos vendo y para mí no tengo, como hubiera dicho su madre.


—No es por eso. Aunque no te lo creas, en la vida hay algo más que sexo, ¿sabes, ricura? —terció Lourdes con tono sibilino dirigiéndose a Juan.


Él parpadeó y la miró con falsa sorpresa.


—¿Si? ¿Y qué “eso más” es…“Salvemos las ballenas”…, por ejemplo?


Lourdes se sintió mortificada por la alusión cruel a su figura. 


Su rostro enrojeció. Ni se acordaba de cuándo había sido la última vez que se había acostado con un hombre. Una mujer como ella no tenía muchos pretendientes de los que presumir. Grande, gruesa, autosuficiente, de mal carácter.


—Pues mira, a lo mejor te suena a chino... Pero, me estaba refiriendo a establecer una relación basada en el amor y la confianza. Aparte hay conceptos como la comprensión del otro, la entrega, la posibilidad de compartir una vida, sabiendo sortear los malos momentos, aprovechando los buenos para vivirlos con intensidad. Pero claro…, estas ideas son difíciles que entren en la mente cerrada de un zoquete como tú —respondió con voz serena.


Esta vez, Lourdes había decidido no dejarse alterar por sus provocaciones.


—Y entonces entra la orquesta con música de violines, mientras el chico y la chica se abrazan bajo la luz de la luna y se besan. Y The end. Te creía más realista. Nuestra pragmática Lourdes se ha convertido en un pastelito.


—Juan, ¡basta ya! —intervino Paula antes de que los dos prosiguieran con otra de sus interminables discusiones.


Estaba demasiado agotada para actuar de árbitro. En ese momento no encontraba gracia a sus puyas. Le molestaban sus insultos y descalificaciones.


—Si al menos nos dijeras qué ha ocurrido… Parecían una familia feliz. Juan tiene razón —no hizo caso del “Vaya, gracias” irónico que soltó el hombre—. Pedro es un buen tío. Sé de lo que me hablo.


Pedro es un buen hombre. Un tío legal. Alguien en quién confiar. De esos que siempre están ahí… ¿Cuántas veces había oído esas mismas palabras a lo largo de esa noche? No podía contar la verdad porque destruiría la imagen de hombre perfecto que tenían de él.


—Si callas es que te lo has encontrado con otra en la cama. Eso es lo único que nos hace huir a las mujeres. ¿Es eso? ¡Estaba con una guarra en la cama! Cómo no se me había ocurrido pensarlo. Si te ha hecho eso le mataré. Le quitaré el corazón y se lo daré a los perros de la Protectora


—Y ¿por qué iba a engañar a Paula? Está enamorado de ella, ¿no?


—Por lo mismo que lo hacen todos —saltó Lourdes incapaz de contener ya su furia, sabiendo que su tono dejaba traslucir el resentimiento de años—. La fidelidad es una palabra desconocida para Ustedes. Ven un par de tetas respingonas y una sonrisa de plástico y se pierden.


—Un culito respingón. Eso es lo que me pone —aclaró con sorna Juan, haciéndola enrojecer de ira—. Te estás pasando. Hay hombres fieles a sus parejas, aunque no te quepa en esa mollera tuya.


—¡Ahhh! ¿síiii? Habla el experto en fidelidad. Pues qué bien.


Esa vez el que se volvió del color de la grana fue Juan. Para él meterse con Lourdes se había convertido en un entretenimiento. Una manera de reclamar la atención de la mujer a la que había apartado de su lado de forma tan cobarde. Jamás se perdonaría por aquello. Su mundo interior, desde aquel día, se había trastocado. Su existencia era un continuo peregrinar en busca de una mujer como ella. 


No la había. Podía atestiguarlo.


Paula apreció su turbación y su silencio avergonzado. Los miró y notó la carga de tensión habitual entre ambos. Se preguntó que habría pasado entre ellos. Lourdes, su inteligente y apasionada amiga, defensora de las causas perdidas. Y el guapito descerebrado con moto, y aire de chico barriobajero. Tuvo la sensación de que en la larga relación que había entre los tres, ella se había perdido un capítulo importante que ninguno había tenido la decencia de contarle. Y ahora, ese par de cretinos esperaba que ella les descubriera sus más íntimos secretos.


—¡Vale, vale, chicos, no discutáis más! Solo puedo deciros…


—¿¡Qué!? —contestaron dos voces esperanzadas al unísono.


Pedro y yo lo hemos dejado antes de que la situación se complicara más. Sí, Juan, ya sé tu rollo sobre el sexo. Pero estoy de acuerdo con Lourdes. Eso no es suficiente. Pedro tiene demasiados secretos que no quiere compartir con nadie.


—Todo el mundo los tiene, Paula. Un hombre tiene derecho a guardar los suyos, sin que nadie pretenda inmiscuirse en ellos.


Paula se sorprendió de la amargura que rezumaban sus palabras, tan alejado del tono informal al que las tenía acostumbrados. No quiso indagar en ello. Su hermano era una tumba en lo que concernía a sus asuntos personales.


—Juan, son secretos terribles —ambos permanecieron callados.


Lourdes era consciente de su tez pálida, de las ojeras azuladas, del rictus de tensión en la boca. Y de su esfuerzo por contener el llanto.


—¿Cómo sabes tú de esos secretos?


Juan había dejado de ser de nuevo el joven despreocupado. 


Su voz era inquisitiva, recelosa. Paula no respondió. Se dirigió apesadumbrada hacia su dormitorio. Parecía soportar el peso del mundo sobre sus hombros.


A punto de cruzar el umbral, se volvió. Una fugaz visual al pequeño universo que ella había creado para su hija la llenó de ternura. Sus juguetes y los de Pongo estaban esparcidos por la sala. También ellos echaban de menos a Pedro


No entendían la complejidad del mundo de los adultos.


—Alguien a quién yo creía un buen amigo.


Antes de cerrar la puerta de su cuarto oyó la palabrota soez que soltó Juan, y la voz tranquilizadora de Lourdes conminándole a abandonar la casa.


La puerta de casa se cerró con suavidad. Paula permaneció tumbada sobre la cama con las ropas puestas, incapaz de desnudarse. Pensó en Pedro. Ella no se había alejado de él por sus pecados de juventud. Pedro era un hombre íntegro que la amaba por encima de todo. Jamás usaría la violencia contra ella. Pero estaba dolida por su falta de confianza, por dudar de ella y de su amor.


Cuando Carlos descubrió sus secretos con tanta maldad, fue su orgullo el que quedó vapuleado. Se quedó indefensa, sin argumentos con los que enfrentarse a semejante infame. Aún podía ver su mirada de triunfo al creer que la tenía dominada. No le importaba.


Para ella estaba muerto y enterrado.


Sufría cada momento del día. Cualquier tarea, por pequeña que fuera, se convertía en una pesada carga. Y además tenía que actuar con naturalidad, por Camila, que no paraba de preguntar por él


La necesidad de besar a su hija se hizo insoportable. 


Necesitaba tenerla cerca.


La visión de la niña alegró su corazón. Su cabeza de rizos negros descansaba plácida en la almohada rosa festoneada de volantes, estampada con sus héroes favoritos. A su
lado, sus prendas más preciadas. Uno de sus bracitos abrazaba un Pooh casi despeluchado al que le faltaba una oreja. El otro, sobre el infame Pongo, repantigado sobre la cama. Los dos, se pasaban el famoso Decálogo por la suela de los zapatos. Era inútil echarle al suelo, Pongo se subiría de nuevo a la cama en cuanto ella hubiera cerrado la puerta de la habitación. El intento de hacerle dormir en la cocina, con la puerta cerrada había sido un fracaso en toda regla.


Camila era su vida.


Desplazó al perrillo y se tumbó junto a ella. Esa noche tampoco el sueño acudiría.


Pedro le había ocultado una parte esencial de su vida, pero sabía que el amor por ellas era incondicional.


Su cuerpo era un ingrato en pugna con su mente racional. 


Poco le importara que ésta gritara las razones de su separación. Cada una de sus partes su piel, sus manos, sus dedos, sus pechos…, clamaban por Pedro, por sus besos, sus risas y sus caricias. No sabía cómo iba a poder vivir sin él. Por primera vez en su vida había conocido el verdadero amor y lo había perdido para siempre.


La negrura cubría sus pensamientos.


A la luz de la pequeña lámpara de su mesilla con el dibujo de la gatita Kitty, Camila contempló a su madre. Estaba dormida, aún así tenía una expresión muy triste.


Se acomodó entre el hueco de su vientre y las piernas dobladas. Le gustaba el olor a mamá que desprendía, distinto al de otras madres.


Pedro ya no estaba con ellas. Se había ido. Lo veía aparcar su moto delante del portal, pero ya no iba a buscarla al autobús del cole, ni la llevaba de paseo. Daria cerraba la puerta con llave para que no pudiera salir.


Cerró los ojos con fuerza y pensó en la abuela. Tendría que pedirle otro favor.


Abuelita, ¿te acuerdas…? A ver si puedes hacer algo…


Pedro es un buen padre…


Mamá me ha dicho que ahora él tiene su vida y nosotras la nuestra. Pero podemos juntar todas las vidas, ¿verdad?






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