miércoles, 13 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 20




—¿Jefa… jefa? Hola, ¿hay alguien?


Aturdida, Paula alzó la vista para ver a Teresa con un vestido amarillo que recalcaba su figura. —¿Sí?


—¿Te encuentras bien? —preguntó su secretaria—. Cada vez que entro en tu despacho te sorprendo mirando el cuadro de la pared. ¿Sucede algo?


—Todo va bien —sonrió.


—Entonces, ¿cómo es que no has terminado con esa declaración de la renta que llevo dos horas esperando para pasar a máquina? Por lo general las terminas en media hora. ¿Hay complicaciones?


«Desde luego», confirmó mentalmente. Llevaba dos días… y dos noches pensando en la distancia que mostraba Pedro y en su viaje inesperado. No podía quitárselo de la cabeza y no conseguía hacer nada en casa ni en la oficina.


No era típico de ella. Hasta entonces nada había interferido con su trabajo. Se enorgullecía de ser la eficiencia personificada. No dependía de nadie para estar contenta y satisfecha en la vida.


Pero la noche anterior había ido tan lejos como para cenar en la cafetería nueva y no tener que hacerlo sola y aguantar el silencio insoportable de su casa. Había conocido a la vivaz propietaria y le había caído bien de inmediato.


Sintió una afinidad instantánea con la morena atractiva que dedicaba largas horas para que su empresa fuera un éxito. Y ya lo era, pues las mesas y reservados estaban llenos y la comida era deliciosa. Cathy le había pedido que le llevara la contabilidad para poder ocuparse más de la cocina y el restaurante.


Había conseguido una clienta nueva, hecho una amiga y cenado con una multitud. Pero no había impedido que echara de menos a Pedro. Se sentía confusa y sola, y todo por culpa de él. Había irrumpido en su vida como una locomotora, llenando las horas y los espacios vacíos. Y una vez logrado eso, se iba sin darle ninguna explicación.


—¿Jefa? —insistió Teresa—. ¿Te molesta el tobillo? Quizá deberías irte a casa temprano, que yo me quedaré en el fuerte.


—Estoy bien.


—De acuerdo —retrocedió con sonrisa irónica—. Para que lo sepas, eres la única de por aquí que piensa que estás bien.
Observó la espalda de su secretaria. La vida de Teresa iba cada día a mejor mientras ella se hallaba sumida en la confusión. Teresa irradiaba entusiasmo por su romance con el sheriff Osborn. Habían congeniado en el acto y les iba de maravilla. Paula estaba en posición neutral y no sabía por qué. Había permitido que Pedro viera a la verdadera Paula Chaves, le había hablado de su pasado… algo que no hacía con nadie.


Pedro había escuchado con atención cuando le habló de Raul Granfili y de sus infidelidades, de sus sentimientos de humillación e indignación. A cambio, él le había explicado su romance con Sandi Saxon. Su corazón había simpatizado con él, porque ella había experimentado esas mismas sensaciones de traición y rechazo y profundo dolor. Y, de repente, se había marchado a ese viaje misterioso y desde entonces no había vuelto a saber nada de él. Una noche, cuando sus pavos y felinos asustaron a su ganado, ella misma había ido a reagruparlo.


Había entendido su frustración mientras recogía a las reses. 


Y había necesitado dos horas para devolver a esos idiotas bovinos a sus pastizales.


Sin embargo, no tenía corazón para deshacerse de sus animales exóticos. Necesitaban sus cuidados. Llevarlos a alguna otra parte, cuando los refugios estaban llenos, no era fácil. Se trataba de un problema sin solución, aunque Pedro y ella habían evitado el tema la semana anterior.


«¿Dónde está?», se preguntó por enésima vez. «¿Por qué no ha llamado? ¿Qué he hecho para que reaccione así?» No sabía por qué de joven atraía a hombres que representaban problemas y de adulta le costaba establecer una relación mutuamente satisfactoria. Tenía veintinueve años y no sabía ya si alguna vez lo conseguiría.


—Me voy a casa —anunció con voz lo bastante alta como para que llegara hasta el despacho exterior.


—Me alegra oírlo. Que tengas un buen fin de semana, jefa —dijo Teresa.


Con la declaración de la renta incompleta metida en el maletín, se marchó. Ya podía caminar con una ligera cojera. El tobillo había recuperado una flexibilidad parcial y el dolor había dejado de atravesarle la pierna con cada paso que daba.


Negándose a enfrentarse al silencio con el estómago vacío, se dirigió a Cathy’s Place para cenar. Cathy se ocupaba de los últimos detalles antes de que hiciera acto de presencia la multitud de los viernes.


—Hola,Pau. ¿Qué vas a tomar esta noche? —preguntó al aparecer con una bandeja de humeantes tacos.


—Eso mismo —señaló la bandeja—, y un refresco sin azúcar.


Notó que Cathy saludaba a todos con una sonrisa y deseó ser tan abierta como ella. Vio que las miradas de los clientes varones la seguían sin que Cathy reaccionara de ninguna manera. Envidió la relajación de su nueva amiga. De haber sido como ella, estaba segura de que habría podido mantener el interés de Pedro.


—Aquí tienes tu bebida —dejó un vaso sobre la mesa.


Paula lo alzó y se lo ofreció a la morena.


—Toma, parece que tú lo necesitas más que yo.


—Gracias —lo aceptó aliviada—. Las noches de los viernes son bastante movidas. Tengo más clientes de lo que sé hacer con ellos. Una de mis camareras no apareció. Dijo que se sentía mal, pero mis ingresos principales dependen de los viernes. Había esperado tomarme un par de días para relajarme, pero si las camareras deciden no aparecer, estaré encadenada al local.


—Problema solucionado —Paula se puso de pie—. Me pagué la universidad trabajando de camarera, así que conozco el oficio.


—¿Te ofrecerías voluntaria para el gentío del viernes por la noche? —Cathy la miró boquiabierta.


—Lo he hecho y he sobrevivido —miró en torno al local, que empezaba a llenarse—. ¿Qué mesas son mías?


Cathy indicó hacia la izquierda.


—Gracias, Pau. Me has salvado la vida. Te debo un gran favor. Te pagaré…


—La cena —negoció ella.


—Pero… —trató de protestar Cathy.


—No tientes tu suerte, o perderás a tu nueva contable.


—Gracias —le sonrió.


En las siguientes dos horas, Paulaa revivió la rutina que había memorizado años atrás. Le gustó el trabajo. Atendió a algunos de sus clientes y conoció a varias personas más. 


Emuló el entusiasmo alegre de Cathy y soslayó algunas miradas y comentarios sugestivos de clientes masculinos.


El momento álgido de la noche tuvo lugar cuando aparecieron Teresa y Reed Osborn, que la miraron como si le hubieran salido dos cabezas.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó su secretaria.



—Servir mesas. Sentaos. ¿Qué os traigo para beber?


—No sé, jefa —Teresa se sentó—. Se me hace raro que me sirvas.


—Olvídalo. Estoy ayudando a Cathy en un apuro, así que no me sueltes ningún discurso o envenenaré tu comida.


—Es un gran detalle, jefa. Aunque yo ya sabía que eras un ángel dispuesta a echarle una mano a un amigo en aprietos.


—Nacida para servir —sonrió—. ¿Qué vais a querer? Tengo entendido que los tacos de pollo están deliciosos.


Reed Osborn miró a Teresa, que asintió.


—Pues que sean los especiales de tacos para dos —pidió.


—Marchando.





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