martes, 12 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 18




La semana siguiente Paula fue mimada. Bastaba con que diera la impresión de que necesitaba algo para que Pedro se desviviera por satisfacer su capricho. No dejó
en ningún momento de alimentar a los animales, de lavar los corrales y de trasladar algunas jaulas al linde oeste de la propiedad.


Pedro la seguía como un ángel guardián cada vez que se movía con las muletas que le había conseguido. Si Paula quería salir a respirar aire fresco y visitar a los animales, la llevaba hasta las jaulas y la dejaba sola para que disfrutara de intimidad.


Cuando no disponía de tiempo para cocinar entre las tareas de su rancho y el de ella, aparecía con comida comprada en la cafetería llamada Cathy’s Place. Se ocupaba de todas sus necesidades con una eficacia tan alegre que le resultó imposible no admirar y respetar su disposición a echar una mano.


Como Teresa le había llevado varias carpetas de la oficina, no tuvo que preocuparse por retrasarse en el trabajo. Entre los dos se habían encargado de que no le faltara nada. 


Empezó a acostumbrarse a esos mimos… al menos hasta cierto punto.


La única desilusión que experimentó radicó en el comportamiento caballeroso de Pedro. Jamás pensó que una mujer pudiera quejarse de algo así. Desde la noche que prometió mantener las manos lejos de ella, había sido un caballero perfecto. Demasiado perfecto. Al aceptar el hecho de que se sentía muy atraída por ese vaquero apuesto, no le habría importado intimar más. Pero las inhibiciones de tantos años le impedían iniciar un contacto romántico.


Durante una semana Pedro entró y salió de su casa sin ofrecerle un solo beso, y únicamente se permitió unos contactos casuales. Paula se preguntó si se habría cansado de ella mientras su propia fascinación no dejaba de multiplicarse.


Después de recorrer las jaulas y los corrales a duras penas con las muletas y de golpearse la pierna delicada al entrar y salir de la bañera, se sentía cansada e irritada cuando Pedro llegó con bandejas de comida caliente de la cafetería.


—Pareces exhausta, Pau —comentó mientras distribuía carne asada, puré de patatas, salsa y maíz en la mesita de centro. La miró y luego frunció el ceño—. Has pasado mucho tiempo de pie. Te dije…


—Termina la frase y tendrás la carne por sombrero, vaquero —amenazó—. ¿No te necesitan en ninguna parte?


—¿Estás harta de mí?


—Estoy harta de… —calló antes de soltar que se moría por un beso y que él no parecía en absoluto interesado en continuar donde lo habían dejado la semana anterior.


—¿Harta de qué? —la estudió.


—De nada —se encogió de hombros como pudo—. Solo estoy de malhumor.


—¿De verdad? No lo había notado —sonrió con ironía.


Cenaron en silencio agradable mientras veían las noticias en el televisor, luego Pedro recogió todo, tal como era su costumbre.


—He de ponerme al día en el rancho, luego me ausentaré unos días —anunció—. Si necesitas algo, llama a tu secretaria. Con lo que te adora, probablemente mueva cielo y tierra para conseguir lo que quieres.


Al ver que daba la vuelta para marcharse, la desilusión cayó sobre ella como un mazo. ¿Se marchaba sin darle un beso de despedida ni decirle que la iba a llamar?


—Evita todo lo que puedas tener que moverte —ordenó Pedro al abrir la puerta delantera—. Cuídate, Rubita.
Y se marchó.


Paula clavó la vista en la puerta. Nunca antes le había importado estar sola, pero en ese momento la soledad la envolvió como una sofocante nube de humo.


¿Qué había salido mal? ¿Habría dicho o hecho algo que no le había gustado? Maldita fuera, quizá en todo momento hubiera tenido razón. Tal vez Pedro solo se había sentido culpable por su tobillo, y al creer que ya la había compensado satisfactoriamente, estaba ansioso por seguir con su vida. Si eso era verdad, ¿por qué no había intentado convencerla de que abandonara su refugio para animales? 


Era lo que habría esperado.


Se reclinó sobre el sofá y escuchó los sonidos del silencio que la invadieron. Pedro había dejado huella de su presencia en cada habitación. Se había ido, pero el recuerdo amable y cariñoso del hombre con el que había pasado la última semana seguía allí para atormentarla.


Cuanto más tiempo permaneció echada, más se cuestionó si el motivo para que su compromiso con Raul hubiera fallado tan miserablemente, el motivo por el que… bueno, fuera lo que fuere lo que tenía con Pedro, también hubiera fallado, se debía a ella. Quizá no tenía lo que hacía falta para crear una relación fuerte y duradera con un hombre. Tal vez su personalidad dominante funcionaba como un repelente de insectos. Quizá necesitaba expresar sus sentimientos de forma abierta. Tal vez necesitaba iniciar un contacto físico.


Tal vez necesitaba comprar un vídeo que le mostrara paso a paso cómo informar a un hombre de que había llegado a ella de todas las maneras imaginables.


Frustrada, levantó el pie lesionado y soportó la sensación embotadora de la bolsa con hielo que Pedro le había preparado.


Era una pena que el hielo no surtiera efecto sobre las emociones heridas.





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