domingo, 31 de mayo de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 6





Cuando oyó mencionar al doctor Marcus, Paula cerró los ojos. «Si no hubiera pensado en que Pedro iba a contratarlo, no me habría entrado pánico y no estaría aquí», pensó ella, reviviendo el fuerte dolor que había sentido en el vientre y que la había hecho caer. Se había levantado despacio y había decidido prepararse una infusión para tratar de calmar el dolor. Después, sentada a la mesa de la cocina, se percató de que algo iba mal. Se dobló por la cintura al sentir un dolor tan intenso que le cortó la respiración. De pronto, notó un líquido en la entrepierna y se levantó para ver que la sangre corría por sus piernas.


Agarró el teléfono y llamó al servicio de urgencias, pero cuando llegó la ambulancia, supo que era demasiado tarde.


Había estado allí seis horas y, en ese tiempo, la pequeña vida que había en su interior había terminado. Abrió los ojos y miro de nuevo a Pedro. El padre de la criatura. Nunca volvería a confiar en él...


Pedro había tenido la arrogancia de sugerir que ella debería haberlo llamado. Vaya broma. Era casi medianoche y, evidentemente, no había tenido prisa en llegar allí. Estaba claro que ni ella ni su bebé eran tan importantes para Pedro como su trabajo.


—No —dijo ella.


Ya no necesitaban al doctor Marcus el pánico que había sentido, el gato y la esquina de la cómoda de cajones habían hecho el trabajo por Pedro.


—No es un lugar caótico, sino un hospital público muy ocupado... El tipo de sitio que frecuentamos el común de los mortales. Y respecto a lo de irme a otro sitio, ya no tiene sentido. Ya he perdido al bebé. Deberías alegrarte ahora que se ha solucionado el problema.


—Santo cielo —dijo Pedro al cabo de un momento.


Era culpa suya que Paula estuviera tumbada en aquella cama de hospital, y el sentimiento de culpabilidad que había experimentado cuando el doctor le contó lo sucedido, se intensificó.


—Paula —se acercó a la cama—. Nunca pensé en que ese niño fuera un problema, y siento que lo hayas perdido... Tienes que creerme.


Paula estaba pálida y Pedro se sorprendió de la pena y el arrepentimiento que sentía al mirar a sus ojos azules. 


Unos ojos que ya no brillaban, apagados por la aceptación de lo que le había sucedido. Se sentía como un ogro.


Se sentó en la cama, se inclinó para besarla en la frente y le agarró la mano.


—Debes creerme, Paula —repitió él. Ella lo miró con frialdad y, entonces, añadió—: nunca se me ocurrió que pudieras perder al bebé. Esta mañana estaba enfadado, pero por la tarde, cuando me recuperé del shock, decidí que me
gustaba la idea de que nos convirtiéramos en una familia. Iba a decírtelo esta noche.


«Qué fácil es decir eso ahora», pensó Paula, y sintió que él le apretaba la mano. Pedro la miró y a Paula le pareció ver dolor y angustia en su mirada. Ella notó que la compasión se instalaba en su corazón.


No, no era posible. Pedro no volvería a hacerla sentirse como una idiota.


—Era un detalle, pero no es necesario. He perdido al bebé —murmuró ella—. Pero míralo por el lado bueno, Pedro. Te has ahorrado un montón de dinero.


—¿Qué quieres decir? —preguntó Pedro, tratando de contener la rabia—. Puedes acusarme de muchas cosas, Paula, pero no de ser mezquino. Prometo que podrías tener todo lo que quisieras.


Lo único que quería era recuperar al bebé y eso no era posible. Sabía que Pedro era muy generoso con las cosas materiales, pero era el peor hombre que había conocido nunca a la hora de gestionar sus emociones. Eso si tenía emociones. Tenía un autocontrol increíble y era muy arrogante. Pedro Alfonso siempre tenía razón...


—Sí, tienes razón —dijo Paula—. Es cierto que para ti no significa nada el coste de un médico privado.


Pedro tenía la sensación de que se le escapaba algo, pero, en ese momento, entró Marcus con el doctor Norman y una enfermera. Se puso en pie y se dirigió a su amigo:
—Quiero sacar a Paula de aquí, Marcus, y que te ocupes de ella inmediatamente.


—Es medianoche, Pedro, y Paula está agotada. Será mejor esperar a mañana —contestó Marcus, y el doctor Norman asintió.


Marcus, quiero lo mejor para Paula y no es esto.


—No voy a irme a ningún sitio —murmuró Paula, y los tres se volvieron para mirarla—. Sólo quiero dormir.


—Ella está bien, caballeros —el doctor norman habló de nuevo—. Permitan que la enfermera le dé un calmante y continuaremos hablando fuera de la habitación.








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