lunes, 25 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 28





¿QUÉ hay en la carpeta? —le preguntó Pedro a Paula mientras subían los peldaños del porche de la casa de su madre.


Decir que había habido entre ellos un ambiente incómodo desde su escena en la piscina la noche anterior, hubiera sido quedarse corto. Con mucho tacto, habían tratado de llevar una conversación mínimamente cordial.


—Los informes de las tres casas que elegí en la Toscana. Cuando le hablé a tu madre de esto, me pareció que le interesaba. Pensé que le gustaría verlos.


—¿Es eso lo que estabas haciendo en el avión?


Ella no le había dirigido la palabra en todo el vuelo de vuelta a Dallas.


—Sí. Si me hubieras hablado en el avión, te los habría enseñado.


—Tú tampoco estuviste muy habladora que digamos —dijo él muy serio.


—No pensé que quisieses hablar conmigo.


—Está bien, tienes razón —admitió él, sabiendo que no era el momento de mantener una discusión—. Nuestro breve interludio de la piscina resultó desagradable para los dos. No debería haber dejado nunca que llegara a suceder.


—Yo también estaba allí. Y la verdad, Pedro, es que podía haber sucedido mucho más.


—Hasta que empezaste a hacer preguntas.


—¿Estás molesto porque corté lo que estaba pasando o porque no quieres pensar en Connie?


La puerta de la casa de Lorena se abrió y apareció su madre allí de pie, sonriéndoles.


—Bueno, ¿vais a entrar? Lleváis aquí fuera casi cinco minutos —dijo ella, mirándoles a los dos—. ¿O queréis que cierre la puerta y espere dentro hasta que hayáis terminado?


—Por supuesto que no —respondió Pedro, sin consultar siquiera con Paula—. Hemos venido a verte.


—¿Cómo fue vuestro viaje a Houston? —preguntó Lena dulcemente.


—Bien —respondieron ambos al unísono, provocando la risa de la madre.


—Oh, sí, ya veo lo bien que fue. Vamos dentro. He preparado una de las cenas preferidas de Pedro. Costillas a la barbacoa, patatas al horno, maíz y ensalada. Y de postre, su pastel favorito de crema de chocolate.


—Sólo con oírlo se me hace la boca agua —dijo Pedro dando un abrazo a su madre.


Pasaron dentro, y Lorena le indicó a Paula que la siguiera.


—Te voy a enseñar mi silla mágica. Es maravillosa. Pedro me dijo que fue idea tuya.


—Y también suya —dijo Paula mirando de reojo a Pedro.
Lorena se sentó en la silla, apretó un botón y se puso en marcha subiendo suavemente la pendiente de las escaleras hasta llegar al rellano de arriba.


—Ahora la giro y me bajo de ella— dijo mientras hacía orgullosa la demostración. Luego se sentó de nuevo y pulsó el botón para bajar.


—¿Y cómo se siente? —le pregunto Paula, cuando Lorena llegó abajo.


—Tengo que usar mi bastón cuando salgo, pero por aquí dentro me desenvuelvo bien, aunque sé que no puedo volver a hacer más tonterías. ¿Qué es eso? —dijo señalando a la carpeta que tenía Paula en la mano.


—Fotos de casas. Estoy pensando en comprarme una.


—Podemos verlas mientras estemos tomando el postre. Vamos. Está todo listo —dijo Lorena sentándose en la mesa de la cocina—. Bueno y ¿qué está pasando con vosotros dos?


—¿Pasando? —dijo Paula perpleja.


—Estamos cansados, mamá —respondió Pedro, tratando de mantener su tono habitual—. Paula tuvo una reunión esta mañana antes de tomar el vuelo. Ya sabes lo que cansan los viajes.


—No creo que ni a ti ni a Paula os puedan afectar mucho. Los dos estáis acostumbrados.


—Vamos a dejarlo ahí, mamá, ¿de acuerdo? —dijo Pedro, a punto de perder su consabida serenidad.


—Supongo que tú también quieres dejarlo, ¿verdad? —le preguntó a Paula.


—Creo que probablemente sería lo mejor.


—No —dijo Lorena negando al mismo tiempo con la cabeza—. El silencio es lo último. Es mejor hablar. Pero veo que eso es algo que ninguno de los dos ha aprendido todavía. Pero lo aprenderéis si pasáis juntos el tiempo suficiente.


La cena fue deliciosa, como siempre, y Pedro felicitó a su madre más de una vez. Cuando sacó el pastel de crema de chocolate, Paula le mostró las fotos de las tres casas. La que le gustaba a Lorena era también la favorita de Paula. Era más una casa de campo que una villa y estaba más cerca de la casa de sus padres que las otros dos.


—¿Tendrás allí suficiente espacio? —preguntó Pedro, tratando de disimular los saltos que le daba el corazón cada vez que la mirada de Paula se cruzaba con la suya.


—Tiene una habitación abajo, y otras dos arriba. Creo que son más que suficientes. No está pensada para hacer grandes fiestas. Y, sobre todo, lo que más me gusta son esos azulejos pintados a mano del baño y de la cocina, el pequeño patio de muros de piedra con su puerta de hierro, y el emparrado de la parte de atrás del patio.


—El precio parece razonable.


—Es algo distinto. Eso es lo que me gusta. Tendría mi intimidad. Y el camino más allá de los olivares por detrás de la casa me llevaría directamente a la villa de mis padres.


—Te veo ya decidida —dijo Lorena con un brillo en su mirada.


—Sí, yo también lo creo, a menos que haya algún problema de última hora. Tendré que verla yo misma —concluyó, apartando un poco el plato del postre—. Si me perdonáis, voy un momento al lavabo.


—Al final del pasillo a la izquierda —le dijo Lorena.


Paula siguió las indicaciones de su madre y Pedro pudo oír el sonido del pestillo de la puerta al cerrarse, y segundos después el de la cerradura.


—Baja a la tierra, Pedro —dijo Lorena a su hijo, con un tono de burla en la voz.


Pedro había estado absorto contemplando el pasillo por donde se había ido Paula.


—Estoy aquí, mamá.


—No, creo que no. Creo que estás perdido en algún lugar remoto entre el presente y el pasado. ¿Le hablaste de Connie a Paula?


—Sí. Pero creo que fue un error.


—¿Por qué? Sin duda entendería lo doloroso que fue para ti, ¿no?


—Oh, claro, creo que ella entendió eso, sí.


—Entonces, ¿qué es lo que no entendió? —le preguntó su madre con perspicacia.


—Ella no entiende que yo no pueda olvidarme de Connie.


—No creo que sea eso lo que ella quiere.


—No sé si sabe bien lo que quiere. Hace poco más de un mes estaba con otro hombre.


—¿Te habló ella de eso?


—Sí. No fue muy agradable. Fue una mala decisión por su parte.


—Así que, tal vez ahora está tratando de no volver a cometer el mismo error. Por eso tú tienes que abrirle una puerta, Pedro. Si te mantienes cerrado, nunca volverás a encontrar otra vez el amor.


—Somos muy diferentes, mamá. Hemos recibido una educación diferente. Ella siempre ha tenido todo lo que quería.


—No la subestimes —dijo Lorena, chasqueando la lengua—. Ella ha tenido muchas cosas en la vida. Pero tú sabes bien que eso no es suficiente para hacer feliz a una persona.


—Paula es feliz. Sólo se siente un poco deprimida a veces por las limitaciones que le impone su profesión. Pero no creo que sea eso lo que le mueve a dejarlo todo y a cambiar de vida.


—¿Cómo sabes tú eso, Pedro? ¿Realmente lo sabes? Quizá lo desconozcas por completo. Quizá sólo pretendes creerlo. De esa forma no te verías obligado a tomar una decisión.


¿Podría tener razón su madre? ¿Estaría en lo cierto?








2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyy, qué fuertes los 3 caps Carme. Re intensos. Y la madre de Pedro una genia jaja

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  2. Muy buenos capítulos! la madre de Pedro es lo más, queriéndole abrir los ojos a su hijo!

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