viernes, 22 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 15




—Son preciosos —exclamó Paula mientras examinaba los diamantes ámbar aquel miércoles por la tarde.


Ella y Patricia Chaves estaban en una de salas privadas de las joyerías Chaves, contemplando fascinadas las gemas que estaban colocadas sobre un paño cuadrado de terciopelo negro.


Patricia, habitualmente tranquila y reservada, estaba muy entusiasmada. Tomó delicadamente una de las piedras preciosas con unas pinzas de joyero.


—Baltazar está comprando todas las existencias del mercado mundial. Si encuentra el diamante Santa Magdalena, los diamantes ámbar se pondrán aún más de moda y se revalorizarán. Es una gran idea, ¿no te parece?


Aunque Paula tenía toda la atención puesta en los diamantes y en Patricia, no por eso perdía de vista a Pedro, que estaba sentado en un rincón, leyendo una revista. Se habían mantenido distantes el uno del otro desde la noche del lunes. La habitación contigua a su suite había quedado finalmente libre y eso había contribuido a hacer las cosas más fáciles.


—¿Sabes ya cómo vas a montarlos? —le preguntó Paula a su prima, volviendo de nuevo al tema de los diamantes.


—Estoy pensando en el oro amarillo, unos en estilo moderno, y otros en diseño español clásico. Me gustaría encontrar algunos que fueran del mismo tamaño para hacer un collar espectacular. ¿Podrías crear un vestuario que fuera bien con esos diseños, moderno y español?


—Puedo crear un vestuario que vaya bien con cualquier cosa —dijo Paula riendo.


—Estaba pensando en engarzar algunos en oro chocolate.


—Eso iría fabuloso con un vestido de seda beis y unos zapatos marrones. Me he puesto en contacto con mi diseñadora en Houston. Voy a reunirme con ella dentro de poco, así que, si tienes alguna idea sobre ello, dímela cuanto antes.


Patricia hizo un movimiento negativo con la cabeza.


—Yo me encargaré de la joyería. El vestuario es cosa tuya.


Paula tomó uno de los diamantes de la bandeja de terciopelo y se lo puso en la palma de la mano.


—Éste debe ser al menos de cuatro quilates. Tiene una pureza y un color maravillosos. Si pudiera elegir…


Su voz se apagó al darse cuenta de que se estaba comportando de acuerdo con la opinión que Pedro tenía de ella, de que sólo le preocupaba la moda y las joyas. Pero no podía evitarlo. Amaba las joyas y el oro, los colores, las texturas y los tejidos. De no haber sido modelo, probablemente se habría dedicado al diseño, como Patricia.


—Tengo que hacerle algunas preguntas a Baltazar acerca de la cantidad de gemas que está comprando. Voy a ver si le veo —dijo Patricia—. ¿Los retiro ya o quieres seguir embobada con ellos un poco más?


—Sí, prefiero seguir unos minutos embobada, como tú dices.



Patricia sonrió a su prima con aire de complicidad y salió de la sala. En otro paño de terciopelo, había dispuesto un collar, una pulsera y unos pendientes ya montados con gemas de color ámbar. Patricia quería que Paula se pusiese esas joyas mientras estuviese eligiendo los estilos y los vestidos que mejor se adaptasen a ellas. Pensaba que sería la mejor manera de coordinar las actividades.


Paula alzó un poco la pulsera, para verla mejor.


Al oír a Pedro levantándose del asiento, adivinó que se iba a acercar a ella. Sintió su cuerpo ardiendo sólo con pensarlo.


—Entiendes mucho de joyas —dijo él.


Patricia y ella habían estado hablando por lo menos durante cuarenta y cinco minutos sobre el tema.


—Mi madre me llevaba de pequeña a Florencia o a Roma y me dejaba curiosear por la joyería. Mi padre se mostraba muy paciente conmigo y respondía a todas mis preguntas.


—Si no hubieras sido una modelo, ¿qué te habría gustado ser?


—Habría sido diseñadora de joyas como Patricia o geóloga como Pamela. Sé que puede parecer una frivolidad, pero me encanta el brillo y el color. Cuando era pequeña, recuerdo que me sentaba en la cómoda con mi madre. Ella sacaba entonces sus joyas de la caja fuerte y yo me probaba los collares. Ella me animaba a que le dijera los que me gustaban y los que no.


—A eso no se le puede llamar frivolidad, y menos siendo una niña. Apuesto a que tu madre recuerda todo aquello tan bien como tú.


Cuando Paula le miró, creyó ver aún el deseo en sus ojos. 


Eso le agradaba, la excitaba, y también le preocupaba.


—¿Así que vas a llevar vestidos diseñados especialmente para combinar con esas joyas?


—Patricia me va a dar unos cuantos bocetos con los que empezar a trabajar. Va a resultar muy divertido, más incluso que ir de compras.


Pedro se echó a reír. Era una risa abierta y franca.


Paula deslizó la funda de terciopelo que cubría la bandeja de diamantes y se puso el anillo en el dedo. El diamante ámbar de tres quilates estaba rodeado por piedras con forma de estrella de cuatro puntas, y engastado todo en oro macizo. 


Tomó la pulsera y se la puso en la muñeca tratando a tientas de abrocharse el cierre.


—Déjame a mí.


Cuando se dio la vuelta, vio que Pedro estaba justo delante de ella. Sus dedos eran los dedos de un hombre, un poco torpes, y algo callosos. Los sintió calientes en la muñeca, mientras él trataba de encajar el cierre de pinza. Finalmente lo consiguió y abrochó también la cadenita de seguridad. Ella dejó entonces que el brazalete se deslizara libremente por su brazo arriba y debajo.


—Te sienta de maravilla —observó él.


—¡Qué bonita es! Es un diseño clásico.


Resultaba difícil para ella mantener esa conversación cuando estaba temblando por dentro desde que Pedro la había tocado. Tratando de hacer algo para tranquilizarse, tomó el collar. La cadena era muy delicada. Se la escapó dos veces de los dedos.


—¿Puedo ayudarte? —dijo Pedro ofreciéndose de nuevo.


Para facilitarle las cosas, se apartó el pelo con la mano para dejar el cuello despejado. Pero al hacerlo sus dedos se enredaron con los de Pedro.


—Lo siento —dijo ella enseguida.


—Lo siento —murmuró él, casi a la vez.


Ella sintió sus manos grandes y cálidas por detrás del cuello. 


Le sentía muy cerca, tan cerca que sólo con echarse un poco hacia atrás se daría contra su pecho... se daría contra él. Cuando se habían besado, ella había sentido su excitación y ésta había alimentado la suya.


Bastaría con que ella se inclinase un poco hacia atrás…


Al fin sintió el sonido del broche al encajar en el cierre, pero notó que él no apartaba las manos de su cuello. Cuando lo hizo, se inclinó hacia ella.


—¡Qué hermoso se ve sobre tu cuello! —le dijo al oído.


Sintiéndole tan cerca, con su mejilla prácticamente pegada a la suya, apenas le salían las palabras.


—Gracias —susurró al fin, con un profundo suspiro.


No sabía muy bien por qué le estaba dando las gracias. ¿Por confirmarle que le seguía pareciendo deseable? ¿Por despertar en ella sentimientos que nunca había sentido antes? ¿Por protegerla contra los paparazzi?


Tocó con los dedos el collar que tenía en el cuello, aferrándose a él como si fuera una especie de cuerda salvadora. Cuando se volvió hacia él, vio en su mirada el deseo de besarla. Pero vio también su firme determinación de no dejarse llevar por sus impulsos.


—Sé que esto no estaba en nuestro itinerario, pero me gustaría dejar el coche y pasear un rato tranquilamente por la calle. Quiero comprarme un par de zapatos. ¿No podemos mezclarnos con la gente y pasar, aunque sólo sea por unos minutos, por personas normales?


Él la miró, enfundada en aquel sofisticado vestido de tubo rosa y con aquel maravilloso diamante.


—No creo que sea una buena idea. Alguien podría reconocerte.


—Si me cambio, seguro que no. Por eso siempre llevo conmigo mi bolsa de lona. La dejé en el coche. Puedo pasar por una persona corriente, te lo aseguro.


—Me cuesta creerlo —dijo él contemplándola con un suspiro—. Está bien, cámbiate, lo intentaremos.


Le gustaba que Pedro fuera comprensivo, que le dejara un poco de libertad. En verdad, le gustaban demasiadas cosas de él.


Estaban tan ensimismados el uno con el otro, que ninguno oyó llegar a Patricia hasta que estuvo en la puerta. Al entrar vio sorprendida la forma en que se miraban.


—¿Interrumpo algo?


—No —dijeron los dos a la vez al instante.


Patricia frunció ligeramente el ceño, pero luego sonrió cordialmente.



—Estás increíble con esos diamantes. ¿Piensas llevártelos?


—Creo que no. Me gustaría pasarme antes por una tienda de zapatos que hay aquí cerca. Voy a cambiarme un momento. Me pondré un conjunto veraniego, e iré como una turista más, así nadie me reconocerá. ¿Podemos dejarlos aquí y llevárnoslos luego cuando volvamos por el coche?


—Por supuesto.


Paula se quitó el anillo y la pulsera. Luego se echó las manos por detrás del cuello para quitarse el collar. 


Recordaba emocionada el instante anterior en que Pedro había estado junto a ella tratando de ayudarla a ponérselo. Intentó no exteriorizar sus sentimientos, pero se imaginó que Pedro también estaría pensando lo mismo.


—Iré a por tu bolsa —dijo él escuetamente, saliendo de la sala.


Patricia le dirigió una mirada inquisitiva, pero Paula no dejó traslucir sus pensamientos, ni sus dudas. Estaba demasiado confusa. Tenía que poner en orden sus sentimientos antes de poder confiar en nadie, aunque fuera su prima.


—Después de reunirme con Tara Grantley, te diré cómo encajan sus diseños con los tuyos. Probablemente haré allí también algunas compras. Ya te diré lo que encuentro.


Patricia, con una escueta sonrisa, expresó, mejor que con palabras, lo que pensaba de la reticencia de Paula a hablar de Pedro. Siendo como era una persona prudente y con mucho tacto, no quería hacer preguntas indiscretas.


—Creo que la colección va a resultar espectacular. Será muy beneficioso para la reputación de nuestras tiendas. Gracias por ayudarnos, Paula. Sé que Baltazar aprecia tu esfuerzo, igual que yo.


—Estoy encantada de poder ayudaros. Me hace sentirme como una más de la familia.


—Es que tú eres parte de la familia —le dijo Patricia dándole un abrazo—. Perdóname, pero tengo prisa, siento no poder quedarme a ver tu transformación de modelo en turista.







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