viernes, 22 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 16





Pedro paseaba por la calle al lado de Paula, tratando de apremiarla para que fuera más deprisa, aún sabiendo que no era posible. Con sus grandes gafas oscuras, su camiseta de tirantes, sus pantalones cortos, su coleta y sus zapatillas deportivas, estaba casi irreconocible.


Sonreía feliz viendo los escaparates de las tiendas.


Pedro tenía que admitir que, sin maquillaje y con la ropa que llevaba, se sentía tan poderosamente atraído por ella como lo había estado el día anterior en el pase de modelos.


—Deja ya de preocuparte. Ya he hecho esto otras veces.


—Eso no significa que tengas que estar tentando constantemente al destino.


—Sinceramente, Pedro, si no dejas de preocuparte, te van a salir arrugas en la frente.


En un acto reflejo, él se pasó la mano por la frente y ella se echó a reír. A Pedro le gustaba su risa y se preguntó por qué no le importaba que ella se riera de él.


De pronto, se detuvo frente al escaparate de una tienda de regalos donde había unas figuritas de porcelana, diversos artículos de adorno y unas pequeñas cajas pintadas que parecían muy caras.


Sin embargo, Paula parecía interesada sólo en un objeto, una pequeña jaula de cristal en la que había un pajarito. Tenía una pequeña puerta dorada que se abría por un lateral.


—Es una cosa tan delicada…, y tan simbólica —comentó ella.


—¿Simbólica? ¿De qué?


—De la manera en que me siento a veces. Estoy rodeada de comodidades y de cosas bonitas, pero me siento atrapada en todo eso.


—La jaula tiene una puerta —señaló Pedro, con intención.


Ella dejó de contemplar la jaula, y clavó los ojos en él por unos instantes.


—Sí, la tiene —admitió ella—. Pero a veces me olvido de eso. A veces me da miedo abrir la puerta.


Pedro comenzó a sentir un ardiente calor por todo su cuerpo que nada tenía que ver con el espléndido sol que lucía esa mañana. Quería tener a Paula en sus brazos, estrecharla contra su cuerpo, hasta derretirlo con el suyo. Quería enseñarla a ser libre y a demostrarle la pasión que podían compartir juntos.


—¿Quieres entrar? —le preguntó a ella con cierta aspereza.


—No, ahora no. Quizá vuelva algún día, cuando tenga una casa fija donde pueda poner las cosas.


—Pero, ¿no querías comprarte unos zapatos?


—Sí, necesito unos zapatos. Salí tan precipitadamente de Londres que…


—¿De eso es de lo que trataba el e-mail?, ¿de tu ropa?


Un grupo de muchachos bajaba corriendo por la acera. Pedro le pasó a Paula el brazo por el hombro para protegerla y la arrimó al escaparate de la tienda.


Vieron entonces sus imágenes reflejadas en el cristal.


Eran dos personas muy diferentes, que veían la vida cada uno desde su propia experiencia. Comprendía que Paula no quisiese hablarle de su aventura. No podía presionarla, pero deseaba que ella confiara en él, no sólo por razones de seguridad, sino porque realmente quería saber lo que había sucedido entre ella y Kutras.


—Antes de que fueras famosa, ¿paseabas habitualmente por la calle?, ¿ibas a ver escaparates? 


—Incluso en el pueblo, iba siempre alguien conmigo. Cuando empecé a trabajar como modelo llevaba siempre conmigo una señora de compañía.


—¿Una señora de compañía?


—Sí, había sido mi niñera. Iba conmigo a las sesiones cuando mi madre no me podía acompañar.


—¿Y no te rebelabas?


—¿Contra qué? Mis padres me adoraban, vivía en una hermosa finca con caballos y canchas de tenis. ¿Qué más podía desear?


Paula Chaves no era como ninguna de las mujeres que había conocido antes, tal vez por eso le había cautivado nada más verla. Tal vez por eso era la primera vez, desde que su esposa había muerto, que sentía por una mujer algo más que deseo, algo más que la simple pasión de satisfacer una necesidad física.


—Vayamos a comprar esos zapatos —dijo él, soltándola del hombro.


Pedro le pareció verla más tensa y seria que antes. ¿Sería por haber retirado el brazo de su hombro? ¿Lo habría interpretado ella como un gesto de rechazo por su parte? 


Pero, en todo caso, ¿por qué podría molestarse tanto por eso? Ellos seguían siendo prácticamente unos desconocidos. Habían nacido en países distintos, separados por un océano, y se habían criado en ambientes muy diferentes.


Se veían muchas ofertas en los escaparates, pero Paula no parecía ahora tan interesada como antes. Tenían que acabar cuanto antes con aquella situación y él tenía que llevarla de vuelta a la suite, sana y salva. Sólo que para ella la suite no representaba la seguridad. Representaba aquella jaula de cristal.


La Casa del Calzado era una pequeña tienda situada entre una boutique de ropa y una tienda de artículos de cuero. 


Paula examinó el escaparate durante unos segundos. Su mirada pareció detenerse en un par de sandalias. Se dirigió con rapidez a la entrada, abrió la puerta y pasó dentro.


Pedro echó una ojeada rápida a su alrededor, y luego examinó cada detalle del lugar con más detenimiento. No había nadie en la tienda, sólo una dependienta junto al mostrador de la caja, que estaba hablando por teléfono.


—Enseguida estoy con ustedes —dijo.


Podía jurar que aquella mujer no había reconocido a Paula. 


Podían perderse sin problemas entre las estanterías y las filas de zapatos.


Paula parecía saber exactamente lo que estaba buscando. 


Se dirigió resuelta hacia un estante que tenía una muestra de un zapato de tacón de aguja de al menos ocho centímetros, con una aguda puntera y una correa muy sexy. 


Lo había en azul turquesa, en rojo y en blanco.


Paula sonrió complacida, tomó el de color turquesa y lo miró unos segundos.


—¡Éste! —exclamó, asintiendo con la cabeza.


Recorrió con la mirada la hilera de cajas y sacó una de la talla seis. Pedro no entendía nada de zapatos de mujer. Había allí un banco de madera para probarse el calzado. Paula puso en él el bolso y se sentó, dejando la caja en el suelo junto a ella. Quitó la tapa, y sacó uno de los zapatos. Se lo puso y luego se agachó para ajustarse la correa. Lo intentó una y otra vez, sin conseguirlo. Pedro la miraba deseando que aquel calvario acabase cuanto antes.


—Déjame ayudarte —dijo arrodillándose delante de ella.


Ella estuvo a punto de protestar, pero luego se alzó de hombros.


—Debería haberme abrochado la correa antes de ponérmelo.


—Pero entonces habría estado demasiado apretada —le dijo él con una sonrisa.


—O demasiado floja —añadió ella.


Él ya había notado antes que a ella no le gustaba nada que él dijera la última palabra.


Sostenía el pie de ella con la mano y no podía dejar de mirarla. Paula se había quitado las gafas de sol y le miraba a su vez extasiada como si fuera... un sucedáneo de su Príncipe Azul.


—Te queda perfecto —dijo él.


—Vamos a intentarlo con el otro —dijo ella luego, señalando a la caja que tenía a sus pies.


Después de elegir otros dos pares de zapatos más, se dirigieron al mostrador. Paula sacó su cartera y pagó en efectivo, cosa que sorprendió a Pedro.


—En la tarjeta de crédito figura el nombre —le dijo ella en voz baja al oído.


—Bien pensado.


Paula era hermosa, inteligente y no tan despreocupada como él creía.


La dependienta registró en caja el precio de los zapatos y los metió en bolsas. Mientras lo hacía, no dejaba de mirar una y otra vez a Paula.


—Su cara me es familiar, me recuerda a alguien.


Paula, lejos de ponerse nerviosa o dar un paso atrás, sonrió dulcemente.


—Mucha gente me lo dice.


Y tomando las bolsas se encaminó a la salida. Pedro la siguió con una sonrisa. Ella sabía muy bien cuándo tenía que marcharse de un sitio. Una vez fuera de la tienda, se dirigieron de vuelta a la joyería.


—Te llevaré las bolsas —dijo Pedro.


Cuando los dedos de él se encontraron con los de ella, se produjo un choque electrizante.


Paula dio instintivamente un paso atrás. Pedro, antes de que ella pudiera leer la expresión de deseo en sus ojos, señaló a una calle lateral.


—Vamos a dar un rodeo por allí. Nunca tomo el mismo camino dos veces.


—¿Sólo en tu vida profesional? ¿O también en tu vida privada? —le preguntó ella.


—Siempre he querido dejar atrás el pasado.


—Se puede intentar tomar un nuevo camino, pero eso no significa que el pasado no te acompañe siempre como una sombra.


Pedro pensó en sus actividades como agente del Servicio Secreto, en la muerte de Connie cuando él no estaba allí para protegerla, en las secuelas de todo aquello. Había creído dejar atrás todo eso, pero el haber conocido a Paula lo había desenterrado otra vez.


Un par de semanas más y ella estaría en Italia. Un par de semanas más y él regresaría a Nueva York.


Eso sería lo mejor para los dos.





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