viernes, 10 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 1




Pedro Alfonso se bajó las gafas y alzando las cejas le lanzó una mirada inquisidora a su hermana Estefania.


—Sabes que estoy buscando alguien que ocupe el puesto que dejó vacante Lucia debido a su embarazo —dijo tratando de no sonar displicente—, pero no sé si lo de contratar a esa amiga tuya que no ves en… ¿cuántos años? ¿Cinco, diez?


—Hace doce años que no veo a Paula Chaves —respondió Estefania jugando con el lapicero en forma de balón de football que su hermano tenía encima de su escritorio.


—No creo que sea una buena idea, Estefy.


Estefania Alfonso se puso de pie, caminó hacia la ventana que daba a la calle principal y dándole la espalda, se cruzó de brazos.


Pedro sabía que cuando su hermana se ponía en aquella postura era porque estaba molesta.


—No puedes hacerme esto, Pedro. Le prometí a Paula que hablaría contigo al respecto; ella acaba de regresar a la ciudad y necesita el empleo… no puedo romper mi promesa; además ¿qué puedes perder solo con hablar con ella? No te estoy pidiendo que la contrates ya mismo, sino que hables con ella y si te agrada puede quedarse con el puesto de secretaria que Lucia dejó vacante —esgrimió usando todas las razones posibles para convencer por fin al testarudo de su hermano mayor.


Pedro se quitó las gafas y se echó hacia atrás en su silla. 


Unos cuantos mechones de cabello color arena cayó desordenadamente sobre su frente.


—Deberías cortarte el cabello —comentó Estefania desviando por un segundo el tema de conversación.


—Deja mi cabello en paz —le pidió. Lo llevaba así desde hacía varios años y no le daba la gana cambiarlo ahora. A pesar de estar casi a punto de cumplir treinta y cuatro, aquel corte de cabello desmechado y demasiado largo para un hombre de su edad, le hacía sentirse diferente, rebelde. Nada se comparaba a la sensación de libertad que le provocaba el viento golpeándole en la cara y meciendo su pelo en el aire cada vez que salía a dar un paseo por la playa con su Harley.


—¿De dónde conoces exactamente a esta amiga tuya? —quiso saber viendo que ya estaba a punto de perder la batalla con su hermana.


—Paula vivía aquí pero se mudó a San Francisco cuando tenía trece años; estábamos juntas en el coro de la iglesia —explicó Estefania regresando a su asiento—.Puede ser que incluso la hayas conocido; aunque hace doce años tú apenas parabas en casa ya que te la pasabas en la escuela de Medicina.


Pedro hizo memoria para tratar de recordar a la amiga de su hermana pero fue inútil, ninguna Paula vino a su mente.


—No debo haberla conocido, Estefy, tampoco me suena su nombre —le dijo viendo la decepción en el rostro de su hermana.


Estefania buscó su bolso que colgaba de la silla en donde estaba sentada y sacó un sobre.


—Aquí tengo una fotografía de Paula —anunció entregándole el sobre en la mano.


Pedro abrió el pequeño sobre blanco y dentro estaba la foto de su hermana y otra niña. Ambas no debían tener más de doce años en la época en que se habían tomado la foto; estaban vestidas con aquel ridículo uniforme que usaban para ir los miércoles a la iglesia a sus ensayos de canto y sonreían felices.


Definitivamente no había visto nunca a la tal Paula, porque sin dudas se acordaría de una niña así. La pobre no era muy agraciada y al lado de Estefania parecía un bicho raro. Tenía el cabello rubio recogido en dos largas trenzas; tenía el rostro cubierto de pecas y su sonrisa se veía opacada por unos enormes aparatos de ortodoncia plateados.


Era un poco más alta que Estefania y extremadamente delgada; sus piernas se asemejaban a las piernas de los pajarillos; finitas y algo torcidas.


—¿Esta es Paula? —preguntó a sabiendas de la respuesta que le daría su hermana.


—Así es. ¿La recuerdas?


—Estefy, si hubiera conocido a una niña como esta seguramente no se me hubiera borrado de la mente —respondió devolviéndole la fotografía.


Estefania comprendió de inmediato a lo que él se refería pero no hizo ningún comentario al respecto.


—¿Entonces, qué dices? ¿Le digo que venga esta tarde a hablar contigo?


Pedro dejó escapar un suspiro; era imposible negarle algo a su única hermana.


—Está bien, dile que venga después de las seis, cuando termine de atender a mi último paciente —dijo por fin—, pero desde ya te advierto que no te hagas ilusiones, solo la entrevistaré, no prometo nada…


Estefania se levantó y corrió hasta él.


—¡Eres el mejor hermano del mundo, Pedro! —dijo mientras lo besaba y lo abrazaba efusivamente.


Pedro no pudo menos que sonreír. Estefania siempre le decía algo como aquello cuando lograba de él lo que quería. 


Y eso, muy a su pesar, sucedía demasiado a menudo.


Cuando ella se despidió agradeciéndole una vez más por recibir a su amiga esa tarde, Pedro se preguntó si haber aceptado el pedido de su hermana había sido acertado.


Necesitaba una secretaria, de eso no había duda alguna, pero una chica como Paula Chaves quizá no era el tipo de mujer que él estaba buscando para ocupar el puesto que por casi cinco años había ocupado su querida Lucia.


Se quitó las gafas y el guardapolvo blanco. Faltaban quince minutos para el mediodía y estaba famélico. Desde la ausencia de Lucia quien había pedido su licencia de
maternidad hacía cuatro días, se las había tenido que arreglar como había podido, haciendo él mismo de secretaria y dividiéndose en dos. Estaba además exhausto y si no
conseguía pronto a alguien que sustituyera a Lucia estaría perdido.


Gracias a Dios todos sus pacientes venían acompañados por sus madres y eso le había ayudado a mantener la situación casi bajo control. Mientras él atendía a los
pequeños las madres le ayudaban a recibir a los demás pacientes; pero aquello no era vida y sus días en el consultorio se habían vuelto un completo caos.


¡Cielos, Lucia! ¿Por qué tuviste que embarazarte? pensó cerrando la puerta de su despacho con llave.





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