miércoles, 8 de abril de 2015

CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 19




La casa de Paula era más grande de lo que Pedro esperaba, se trataba de una construcción familiar de dos plantas en ladrillo rosado, con un cobertizo enorme situado en el prado de al lado. Sin duda se trataba del taller, y además hacía las veces de garaje para los coches de alquiler. El terreno que rodeaba la casa era también mayor de lo que Pedro esperaba, al menos cinco acres. Era una finca muy bonita, con jardines bien cuidados, zonas de césped y árboles.


Paula llevó el coche hacia la entrada y lo dejó sobre la gravilla, al lado de la casa. El reloj marcaba las cuatro cuando se bajaron. Paula le había dicho que la barbacoa empezaría sobre las cinco, así que tenían tiempo antes de que llegaran sus hermanos con sus familias.


–Qué sitio tan bonito –afirmó Pedro.


Paula sonrió.


–A nosotros nos gusta. Mi madre estará en la cocina, preparando las ensaladas. Ven a conocerla.


–Supongo que eso es la oficina –dijo cuando pasaron por delante de una especie de garaje con puertas corredizas en las que se leía Alquiler de coches Chaves en legras negras.


–Sí –dijo Paula–. Estos son los dominios de mi madre. Mamá, estamos aquí –exclamó abriendo la puerta de entrada.


Una mujer apareció al final del recibidor. Era más bajita que Paula y un poco más oronda.


–Vaya, qué rápido. No os esperaba al menos hasta las cuatro y media.


Pedro la vio con más claridad cuando se acercó. No se parecía en nada a Paula, tenía el pelo rubio ceniza y los ojos azules, aunque resultaba atractiva para su edad.


–Hola –dijo la mujer sonriendo mientras le miraba de arriba abajo–. Tú debes de ser Pedro.


–Y usted debe de ser la señora Chaves–contestó él inclinándose para darle un beso en la mejilla–. Encantado de conocerla.


La expresión de su madre era la de una fan de una estrella de rock al ver a su ídolo. Paula no daba crédito.


–Oh, puedes llamarme Rosario.


Paula se consoló pensando que no podría encandilar tan fácilmente a su padre. Armando Chaves era duro de pelar. No le iba a impresionar un tipo de Nueva York que nunca se había ensuciado las manos.


–De acuerdo, Rosario –Pedro sonrió y mostró la blancura brillante de sus dientes–. ¿Serías tan amable de indicarme dónde está el cuarto de baño más cercano?


Su madre no se lo indicó, sino que le acompañó personalmente al servicio que había al lado del salón y dejó a Paula en el recibidor más sola que la una.


Paula suspiró y luego subió las escaleras para ir al baño de la habitación principal. Cuando volvió a bajar, Pedro estaba acomodado en uno de los taburetes de la cocina, charlando animadamente con su madre mientras ella seguía preparando las ensaladas.


–El nombre que se le ha ocurrido a Pedro para Fab Fashions es estupendo, ¿verdad? –le hizo un gesto a Paula para que se uniera a ellos.


–Sí, fantástico –reconoció Paula. Pedro la miró con ojos entornados. ¿Habría captado el sarcasmo en su tono de voz?


–Tal vez puedas recuperar pronto tu trabajo allí –continuó Rosario.


–Nunca se sabe, mamá. Supongo que papá está en el cobertizo trabajando en el Cadillac azul, ¿verdad?


–Sí, ayer llegaron por fin los asientos. Lleva todo el día trabajando en él.


–Creo que debería llevar a Pedro a conocer a papá antes de que lleguen los demás, ¿no crees?


–Pero acabo de poner el agua a hervir para el té. Pedro dice que prefiere el té al café. Igual que yo.


–No tardaremos mucho, mamá –dijo Paula mirando a Pedro de un modo que no dejaba espacio para la protesta.


Pedro se bajó del taburete y la siguió hasta que salieron por la puerta.


–Eres mandona y controladora –le dijo mientras avanzaban hacia el cobertizo.


–Y tú eres un encantador de serpientes –le espetó ella–. Te sugiero que contengas tus encantos con mis cuñadas. Los Chaves son muy celosos.


–¿Las mujeres también?


–También. Así que ándate con ojo.


–Me gusta que estés celosa.


–Claro que te gusta. Tienes un ego que no te cabe en el cuerpo.


Su padre escogió aquel momento para salir del cobertizo secándose las manos en un trapo.


–Me ha parecido escuchar a alguien –dijo avanzando–. Tú debes de ser Pedro –le tendió la mano.


Pedro se la estrechó y pensó que de ahí le venía a Paula su belleza. Armando Chaves era un hombre muy guapo, de pelo negro y grueso con algunas canas y ojos marrones y profundos que en aquel momento lo observaban con detenimiento a él.


–Bueno, ¿y qué tal el fin de semana? –miraba a Pedro, no a Paula–. ¿Salió bien la boda al final?


–Todo fue perfecto gracias a la ayuda de Paula.


–Sí, Rosario me lo contó todo. Bueno, tengo que terminar esto y luego ir a asearme.


–¿Puedo ayudarle, señor Chaves?


–Lo dudo. Estoy colocando asientos nuevos en un viejo Cadillac descapotable que he comprado. A los chicos les gusta alquilar ese tipo de coches para la noche de su graduación.


–Hubo un tiempo en que mi padre coleccionaba coches antiguos. ¿Qué modelo de Cadillac es?


Paula no se lo podía creer. Los dos hombres entraron juntos en el cobertizo hablando de coches. Ella se dio la vuelta echando humo y volvió a la casa tratando de controlar la desesperación.


–¿Dónde está Pedro? –le preguntó su madre sin más preámbulo cuando Paula entró en la cocina.


–Ayudando a papá con el Cadillac, ¿te lo puedes creer? Pero, si estás preparando té, yo sí me tomaré una taza.


–¿Puedes servírtela tú misma, cariño? Tengo que ir a arreglarme un poco. No puedo ir así vestida con un invitado como Pedro.


–Solo es un hombre, mamá, no una estrella de cine.


–Bueno, pues parece una estrella de cine. Ya sé que dijiste que era guapo, pero nunca imaginé que lo sería tanto. Nunca había conocido a un hombre así, y apuesto a que tú tampoco. ¿Ha pasado algo entre vosotros este fin de semana que yo deba saber?


Paula trató de mantener un gesto inexpresivo.


–¿A qué te refieres?


–Ya lo sabes.


–Mamá, yo creo que mi vida sexual es asunto mío, ¿no te parece?


Su madre la miró durante un largo instante antes de sonreír.


–Por supuesto que sí. Eres una mujer adulta. Pero déjame decirte que no te culpo, cariño. Si yo tuviera treinta años menos habría hecho exactamente lo mismo.


Paula se quedó mirando a su madre mientras se iba. 


Esperaba que la sometiera al tercer grado, o su desaprobación, ¡o algo! Desde luego, no esperaba que su madre aprobara a Pedro sin reservas.


Paula suspiró. Aquel hombre era un diablo. Incluso a su padre la caía bien. Sin duda toda la familia caería bajo su hechizo en cuestión de minutos.





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