miércoles, 8 de abril de 2015
CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 18
Cuando se pararon en Sandy Hollow para comer, Paula entendía ya mucho mejor por qué Pedro no estaba interesado en el matrimonio. Descubrir que tu madre se había casado con tu padre por el dinero debía de ser un golpe duro. De todas formas, había sido una buena idea que su padre no le contara nada hasta que Pedro cumplió los veintiún años. Así había podido crecer queriendo a su madre, quien, a pesar de ser materialista, había sido claramente una buena madre para él.
En cualquier caso, sus acciones habían provocado que su hijo perdiera la fe en las relaciones con el sexo opuesto.
Teniendo en cuenta que algún día sería tan rico como su padre, Pedro siempre buscaría en sus novias alguna señal para saber si eran unas cazafortunas. Debía de ser una vida difícil.
Y también explicaba por qué Pedro se centraba en el sexo cuando estaba con una chica que le gustaba. El sexo era un lugar seguro, sobre todo el tipo de sexo que Pedro practicaba.
Aquella dinámica mantenía a sus novias alejadas, tanto física como emocionalmente. Paula se dio cuenta de que la única vez que habían mantenido relaciones sexuales cara a cara fue cuando ella se puso encima. Pero incluso entonces, Pedro adoptó el papel de mirón y no el de un compañero amoroso.
–Ni tu padre ni tu madre se han vuelto a casar –señaló Paula cuando estuvieron sentados en el restaurante tomando un sándwich de carne con ensalada–. ¿Por qué crees que no lo han hecho?
Pedro se encogió de hombros.
–Mi madre siempre decía que se volvería a casar si se enamoraba. Pero no creo que eso pase, teniendo en cuenta la clase de hombres con los que sale. Tipos jóvenes y guapos sin mucho cerebro. A mi madre le gusta la inteligencia cuando sale de la cama.
Paula trató de no mostrar asombro por el modo en que hablaba de la vida sexual de su madre.
–Pero ¿quién sabe? El tipo con el que se ha ido de crucero parece distinto. No es tan joven y además trabaja. Me enteraré de más cosas cuando vuelva mañana a casa. En cuanto a mi padre… tal vez suene absurdo, pero creo que mi madre es la única mujer a la que ha amado. Aunque no te creas, le fue infiel durante el matrimonio. Al parecer tenía varias amantes. Todavía hay muchas mujeres detrás de él aunque tenga sesenta y cinco años y no sea el hombre más guapo del mundo. El dinero es un poderoso afrodisíaco –añadió con ironía.
Paula suspiró.
–Ahora entiendo por qué no te quieres casar.
–¿Qué? –preguntó Pedro con asombro–. Yo nunca he dicho que no me quiera casar.
Ella frunció el ceño.
–Claro que sí. Cuando te pregunté por qué rompiste con Anabela me dijiste que ella quería casarse y tú no.
–Con ella no. No la amo. Eso no significa que no me lo llegara a plantear con otra persona.
–Ah –Paula estaba impactada por el cambio de rumbo de los acontecimientos. Pero aquello no cambiaba nada. Aunque Pedro se planteara alguna vez casarse, no lo haría con una chica normal y corriente como ella.
Pedro se quedó mirando a Paula y se preguntó si aquella sería la razón por la que se había negado a ir a Nueva York con él. Porque quería casarse y pensaba que él no.
Aunque Pedro no estaba pensando en declararse. A pesar de que nunca había sentido nada tan fuerte por ninguna chica.
En aquel momento decidió que a finales de semana volvería a pedirle que fuera a Nueva York con él. Mientras tanto se lo haría pasar como nunca por las noches. Y sí, tal vez incluso hiciera algo por Fab Fashions entre bastidores.
–¿Estás completamente segura de que no quieres que vaya a la barbacoa de tu familia? –le preguntó antes de darle un mordisco a su sándwich.
Paula se sentía tentada. Pedro podía verlo.
–Te prometo que me portaré muy bien –añadió.
Ella se rio.
–No eres tú quien me preocupa, sino mi madre.
A Pedro no le importaba nada que su madre se diera cuenta de que se acostaban. Las madres nunca habían sido un problema para él. Normalmente les caía bien.
–Voy a ir a esa barbacoa –afirmó entonces Pedro–. Y no hay nada más que decir. Y ahora hablemos del nuevo nombre de Fab Fashions. He estado pensando. ¿Qué te parece Real Women? Sería en sí mismo una buena campaña. Ropa para mujeres de verdad y todo eso.
Ahí estaba otra vez el hombre de acción, pensó Paula.
Primero le decía que iba a ir y luego cambiaba de tema.
No tuvo más remedio que sonreír. Era un hombre muy inteligente.
–Creo que es un nombre estupendo –afirmó–. Me encanta.
Siguieron comiendo en silencio durante unos instantes.
–La carne estaba muy buena –aseguró Pedro limpiándose la boca con una servilleta de papel.
–Mi padre hace unos filetes a la barbacoa mucho mejores –comentó ella.
–En ese caso, me reservaré para más tarde.
–No dejes que mis hermanos te den demasiada cerveza.
–¿Por qué? ¿Te da miedo que luego no cumpla cuando me lleves a casa?
–¿Cómo? ¡Por supuesto que no! ¿No has tenido suficiente sexo este fin de semana?
–El sexo nunca es suficiente.
–Sí, cuando implica que te azoten el trasero –Paula bajó la voz para que los de la mesa de al lado no pudieran oírlo.
Pedro frunció el ceño.
–Lo siento. Anoche me dejé llevar un poco. En ese caso, hoy puedes tomarte el día libre.
Paula trató de enfadarse con él, pero no fue capaz. Se limitó a sonreír.
–Algún día, Pedro Alfonso, alguna mujer te mandará a freír espárragos.
Él asintió.
–Puede que tengas razón. Y me da la sensación de que esa mujer está sentada frente a mí.
«Ojalá», pensó Paula. Pero se limitó a reírse y se terminó el café. Diez minutos más tarde estaban otra vez en la carretera de regreso a casa. Entraron en la autopista justo después de las tres y media.
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