lunes, 20 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 7





Paula disfrutaba leyéndole a Lily, ya fueran libros de poesía, revistas del corazón o novelas de misterio. Aquel día estaba contándole una historia que se desarrollaba en un pequeño pueblo como el suyo cuando oyó unos golpes procedentes de la habitación contigua. Se cercioró de que Lily estaba bien y dejó el libro para ir corriendo al vestidor, que comunicaba con la habitación de Paula.


Al abrir la puerta, sin embargo, se encontró con lo que parecía una pared acolchada.


Volvió a la habitación de Lily y salió muy enfadada al pasillo. 


Nolen estaba en la puerta de su dormitorio, con los brazos cruzados en el pecho.


–¿Qué pasa? –exigió saber ella, pero Nolen se limitó a sacudir la cabeza.


¿Qué se proponía Pedro? Nada bueno, pensó al entrar en la habitación.


–¿Por qué estás cambiando los muebles? –gritó. Pedro no tenía derecho. Sencillamente no podía campar a sus anchas sin permiso.


El caos reinaba en la habitación, con todos los muebles y la cama fuera de su lugar.Pedro estaba de pie en el centro, con unos pantalones de camuflaje y una camisa azul remangada, revelando unos fuertes antebrazos salpicados de vello.


–Ya pueden marcharse –les dijo a los mozos.


Paula abrió los ojos como platos y se le formó un nudo en la garganta cuando los hombres se llevaron su viejo colchón con ella.


–Gracias, Nolen –oyó que decía Pedro antes de cerrar la puerta.


–¿No crees que tendríamos que haberlo hablado antes?


Él se encogió despreocupadamente de hombros, aumentando el temor de Paula.


–¿Por qué? Dijiste que estabas dispuesta a hacer esto por mi madre.


–Sí, pero no compartir una cama.


Él guardó un breve silencio.


–Renato encontrará la manera de salirse con la suya.


–Sí, pero cuando nos vea casados, tal vez…


–Sabes tan bien como yo que no se conformará con menos de lo que exige, Paula. Pero no te obligaré a hacer algo con lo que no te sientas cómoda.


Ella observó el desorden de la habitación y se esforzó por no ponerse a gritar.


–Pues eso es precisamente lo que estás haciendo. ¡No me siento nada cómoda con esto!


–Cada uno tendremos nuestro lado, y dejaré mi ropa y mis cosas arriba. Solo seremos dos personas que duermen una al lado de la otra.


Paula no pudo reunir el coraje para mirarlo a la cara y comprobar si estaba hablando en serio.


–Oye –dijo él–, si vamos a hacer esto tenemos que hacerlo de verdad. O lo aceptas o te vas.


Paula miró hacia la habitación de Lily.


–No, lo acepto –concedió, mirando el enorme colchón que dominaba su pequeña habitación–. ¿No podrías haber comprado al menos dos camas?


–¿Y qué tendría eso de divertido? –preguntó él con una pícara sonrisa.


Paula estaba tan cansada que casi no podía ponerse el camisón. Había sido un día muy largo, y seguramente la noche fuera aún más larga. Entre los cuidados de Lily, la salud de Renato, el trato que había aceptado y Pedro, estaba al borde de una crisis nerviosa.


Su suspiro resonó en la diminuta habitación. Pronto sería la mujer de Pedro Alfonso, y la mezcla de pavor, deseo e inquietud que le bullía en las venas no le permitiría pegar ojo hasta entonces.


Por suerte estaba tan agotada que empezó a dormirse nada más apoyar la cabeza en la almohada, pero entonces oyó un ruido procedente de la habitación de Lily. ¿Sería Nolen o Maria examinando a Lily antes de acostarse?


Se destapó y puso una mueca. En los dos años desde el derrame de Lily había oído ruidos con frecuencia, a veces eran los otros que se pasaban a darle las buenas noches, a veces era una rama del roble que rozaba la ventana, otras los chirridos y crujidos que emitía la propia casa.


Y cada vez, una parte de ella ansiaba que fuese su amiga. 


Que Lily se hubiera despertado y fuera hacia ella para abrazarla y decirle que no pasaba nada, que no la culpaba por lo sucedido.


Pero ese momento nunca llegaría.


A través de la puerta entreabierta del vestidor oyó una voz ahogada.


–Hola, mamá.


¿Pedro? Que ella supiera no había ido a ver a su madre desde su llegada. Sin poder resistirse, se levantó y caminó de puntillas hasta la puerta.


Pedro estaba sentado en una silla, tenía la cabeza agachada y los hombros hundidos, como si cargara un enorme peso.


Entonces, levantó la cabeza y le regaló la atractiva imagen de sus recias facciones y barba incipiente. A Paula le llamó la atención aquella muestra de cansancio y dejadez en un hombre siempre tan impecable. ¿Le rasparía la piel si la besara?


–Lo fastidié todo, mamá. Me marché siendo un crío lleno de rabia y orgullo. No sabía lo que me costaría, a mí y a todos nosotros… Pero especialmente a ti –se pasó la mano por el pelo–. No me culpaste entonces y seguramente tampoco lo harás ahora. Así eres tú. Pero yo sí me culpo. Yo…


El gemido ahogado le llegó a Paula al corazón. No parecía estar llorando, pero su dolor era inconfundible. Quería ir hacia él y abrazarlo y decirle que su madre lo entendía. Dio un paso adelante, pero consiguió detenerse a tiempo.


«Intrusa». Pedro no quería su consuelo. Y si supiera el papel que había tenido en el accidente de Lily, no querría ni mirarla a la cara.


–Pero te prometo que te compensaré, mamá. Te quedarás en esta casa el resto de tu vida.


«Yo también haré lo posible», pensó Paula.


Pedro se levantó, pero no se acercó a la cama.


–El abuelo cree que esto es un juego y que él mueve las piezas. Pero no es así. Es un castigo. Habías estado conmigo antes del accidente. Fuiste a verme porque yo me negaba a pisar esta casa. Resistirme al abuelo era más importante para mí que tú –dejó pasar otro largo rato de silencio–. Lo siento, mamá.


Se giró y abandonó la habitación.


Paula no podía moverse. Se había quedado paralizada al descubrir que, si bien todo era un juego para Renato, para Pedro era algo mucho más profundo. Estaba dispuesto a implicarse a fondo, y si alguna vez descubría la responsabilidad que había tenido Paula en el accidente de Lily, sería ella la que perdería más que nadie.





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