sábado, 25 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 24





Paula durmió feliz y segura, sabiendo que Pedro estaba junto a ella. Pero su plácido sueño se vio bruscamente interrumpido por una llamada telefónica antes del amanecer.


Se despertó y la sensación de euforia empezó a desvanecerse mientras Pedro respondía.


–¿Sí?


Era increíble la reacción que le provocaba aquella voz grave y varonil.


–¿Qué ha pasado?


A Paula le pareció oír una voz femenina y agitada. ¿La ayudante de Pedro en Nueva York?


–¿Ha habido daños? –Paula se incorporó–. ¿Cuántos cuadros se han perdido? –escuchó la respuesta de su ayudante y Paula sintió que la ansiedad le oprimía el pecho. 


¿Qué haría Pedro? Su inquietud era egoísta, pero ¿y si él se marchaba y no volvía?


Pedro terminó la conversación, dejó el móvil en la mesilla y se giró.


–Siento haberte despertado.


–No pasa nada –se cubrió con la colcha, deseando no estar desnuda–. ¿Qué ocurre?


–Ha reventado una cañería en el almacén. Trisha ha avisado a tiempo a los bomberos, pero se han producido varios daños y voy a tener que ir allí.


A Paula se le secó la garganta.


–¿Por qué? –su miedo era irracional, pero no podía reprimirlo–. ¿No te ha dicho ella que ya está todo bajo control?


–¿Me crees capaz de desentenderme de mis problemas?


La idea de que se marchara la llenaba de pavor.


–Voy a darme una ducha y a hacer el equipaje –dijo él mientras sacaba ropa limpia del cajón–. Julian me llevará al aeropuerto.


–¿Pero y la fábrica? –se levantó y agarró una bata para cubrirse.


–Julian se está poniendo al día con la fábrica. Puede hacerse cargo inmediatamente –su tono sugería que lo irritaban las preguntas, pero ella no podía contenerse y dio un paso hacia él.


–¿No crees que deberías hablarlo antes con Canton?


–No –respondió fríamente–. No tengo que pedirle permiso a nadie. Ese negocio es mi vida y no voy a perderlo por culpa del estúpido juego que se inventó mi abuelo, ¿entiendes?


–¿Aun si los demás salen perjudicados?


Pedro se acercó, mirándola fijamente.


–¿Insinúas que no cumplo con mi parte del trato?


–¿Insinúas que lo que ha pasado es solo un trato? –replicó ella, señalando la cama.


La expresión de Pedro se endureció al instante.


–Me voy –aquellas dos palabras terminaron de hundir a Paula, quien bajó la vista al suelo. Había permitido que sus inseguridades ahuyentaran a Pedro.


–Muy bien.


Permanecieron en silencio un largo rato, pero ella se negó a mirarlo. No quería que Pedro viera su desolación.


–Voy a ducharme –murmuró él, y se metió en el baño.


Una hora después Paula estaba sentada junto al lecho de Lily, obligándose a leerle en voz alta a su amiga cuando lo único que quería era echarse a llorar. El equipaje de Pedro estaba listo y Nolen lo bajaba por las escaleras. 


Paula intentó ignorar los ruidos, pero entonces vio a Pedro en el pasillo y bajó rápidamente la vista al libro.


Él entró en la habitación y se acercó en silencio a los pies de la cama.


–Me voy. Te llamaré lo antes posible para decirte cuándo vuelvo.


Ella asintió, empleando toda su fuerza de voluntad para mantener una expresión impasible. Había sido ella la que lo había fastidiado todo al pretender algo imposible. Pero aquello le confirmaba que las personas y las relaciones estaban fuera de su alcance.


–¿Entiendes lo que digo, Paula?


–Claro –respondió ella con un nudo en la garganta.


–Mírame –le ordenó sin levantar la voz.
Ella respiró hondo y obedeció. Sé que el pueblo y Lily me necesitan –se detuvo para tomar aire–. Volveré. Te lo prometo.


Ella abrió la boca y tomó aire para pronunciar las palabras «te quiero». Pero sabía que él no querría oírlas.


–Lily también dijo que volvería.


–¿De qué estás hablando? Sé muy bien que el accidente de mi madre fue culpa mía y que mi orgullo me impidió verla todos estos años. No necesito que me recuerdes mis responsabilidades.


Ella levantó la cabeza.


–No quería decir eso.


–¿Entonces, qué? Porque no voy a quedarme aquí por un sentimiento de culpa.


–En ese caso deberías marcharte.


Pedro asintió secamente y se marchó, dejándola atrás. Igual que había hecho todo el mundo en su vida.







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