viernes, 24 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 18




Pedro no le apetecía nada cenar en el restaurante más exclusivo de Black Hills. Comparado con los restaurantes de Nueva York no era más que un local de precios elevados donde la clase alta del condado iba a dejarse ver.


En aquellos momentos preferiría estar solo, pero sus hermanos habían insistido en cenar juntos antes marcharse.


Luciano estaría fuera una temporada, preparándose para las carreras, y Julian tenía que iniciar los preparativos para trasladarse a Alfonso Manor. El testamento no impedía que Pedro pudiera contratar a alguien para dirigir la fábrica.


La ley de Renato. La causa de todas las tensiones, especialmente entre él y Paula. La mujer de la que había intentado deshacerse después de haberla convencido para acostarse con él.


¿Cómo podía una mujer afectarlo tanto? Siempre estaba intentando adivinar lo próximo que haría o enloqueciendo de deseo por ella. De nuevo evitaban estar en la misma habitación salvo para las comidas, cuando Nolen no le quitaba ojo de encima a Pedro.


Luciano la había convencido para que fuera a cenar con ellos, y allí estaba, sentada entre él y Luciano en la mesa circular. Al mirarla advirtió que torcía el gesto en una mueca de desagrado y se preguntó qué ocultaría bajo la radiante fachada que le mostraba al mundo. Por una vez decidió averiguarlo.


–¿Qué ocurre? –le preguntó.


–Mi padre está sentado junto a la ventana –dijo, inclinando la cabeza.


–Ese título le queda un poco grande –comentó Luciano.


–¿Cómo lo sabes? –le preguntó Pedro.


–Porque ella me lo ha dicho. Cuando dos personas hablan se cuentan cosas, ¿sabes?


Pedro decidió ignorarlo. Luciano estaba muy susceptible desde la lectura del testamento.


–¿No te hablas con tu familia, Paula?


Ella se encogió de hombros como quitándole importancia, pero la forma en que se mordió el labio sugería lo contrario.


–No si puedo evitarlo, pero no pasa nada. A ellos tampoco les interesa mucho hablar conmigo.


Pedro se fijó en que la mujer sentada al lado del padre de Paula era mucho más joven que él.


–¿Y tu madre?


–Con ella hablo más a menudo, cuando me llama por teléfono.


–¿Para saber cómo estás?


–No exactamente.


–¿Entonces para qué?


Paula se quedó callada y fue Luciano quien respondió por ella.


–Para pedirme dinero.


–Creía que tus padres tenían dinero.


–Mi padre sí. Mi madre no tiene un centavo.


–¿Y por eso recurre a ti?


–No. Después del primer año que pasé con Lily mi madre comprendió que no iba a seguir pagando sus vicios. No sé por qué se molesta en seguir llamándome.


–Tus padres se divorciaron cuando tú tenías…


–Ocho años. La ruptura fue muy desagradable. Mi madre le dio motivos de sobra: infidelidad, alcoholismo…


–¿Y te dejó con ella?


–Los empresarios ricos tienen cosas más importantes de las que ocuparse que criar a un niña, o eso dijo él.
–Le pagó a mi madre para que se ocupara de mí, aunque las continuas aventuras de mi madre lo llevaron a reducir a pensión alimenticia. Eso no impidió que mi madre siempre le pidiera más, alegando que yo necesitaba uniformes o libros para la escuela, o inventándose cualquier cosa.


–¿Y le funcionaba?


–No tanto como le habría gustado, y por eso dejó de considerarme útil.


–¿Cómo se las arregla sin tus ingresos?


–Igual que hacía antes. Echándose novios ricos que la mantengan. Ha estado con muchos hombres, incluso volvió a casarse, aunque con la edad lo va teniendo más difícil, y cada dos meses me llama para pedirme dinero. En Alfonso Manor tengo casi todos los gastos cubiertos y me queda suficiente dinero para mandarle, pero…


–Sería malgastarlo.


–Exacto. En vez de eso abrí una cuenta en la que ingreso dinero todos los meses. Mi madre ni siquiera sabe que tiene un fondo de pensión.


Siguiendo un impulso, alargó el brazo y le acarició la mano a Paula, deleitándose una vez más con la suavidad de su piel.


Ella se removió, incómoda con la conversación o tal vez con la caricia. No hablaba mucho de ella. En realidad apenas hablaba, salvo cuando se trataba de defender a alguien.


La única otra mujer enteramente altruista que había conocido había sido su madre. Comparó la infancia de Paula con la suya antes de instalarse en Alfonso Manor. El padre de Pedro había sido un hombre bueno y atento que compaginaba su trabajo como profesor con su vida familiar. 


Pero cuando entró a trabajar en la fábrica todo cambió; por las noches llegaba exhausto a casa y por las mañanas se marchaba antes de que sus hijos se despertaran. Pedro lo echaba terriblemente de menos, y fue su madre quien pagó las consecuencias de aquel abandono involuntario.


Miró a la mujer que tenía al lado, aparentemente tan segura de sí misma, y recordó lo que había sufrido de niña para recibir atención. En vez de ayudarla él había intentado echarla del único hogar que ella había podido crearse.


 ¿Cómo se podía ser tan mezquino?


Y sin embargo ella había encauzado su vida de una manera admirable. Pero eso no bastaba para librarle de un amargo sentimiento de culpa.


Tenía que alejarse de ella. Mantener una relación, del tipo que fuera, era una locura. El problema era que no podía apartarse de ella. Ni quería hacerlo.


¿Cómo iba a refrenarse durante los próximos diez meses?







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