viernes, 24 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 19




Paula no apartó la mano tan rápido como debería, pero se lo impedía la certeza de que aquella simple caricia sería lo único que tendría de Pedro. Con todo, ver a su padre acercándose le provocaba una reacción imposible de digerir.


 Los nervios y la resignación se le revolvían en el estómago.


Jorge Chaves se detuvo junto a su mesa, atrayendo todas las miradas. Su presencia era tan arrolladora como la de Renato.


Detrás iba el hermano de Paula, tan alto y moreno como su padre pero sin la presencia y el porte de Jorge. Tenía veintiocho años, dos más que Paula, y parecía un joven indolente y apático, sin responsabilidades ni ambiciones en la vida. Miró aburrido la mesa y desvió la mirada en busca de algún amigo en el restaurante.


El trío lo completaba Tina, la madrastra. Una mujer de veintiocho años rubia y bronceada, con un físico escultural, pechos postizos y una mirada vacía. A Jorge nunca le habían gustado las mujeres con cerebro. Paseó la mirada por la mesa antes de posarla en Paula.


–¿No vas a presentarme?


Paula resistió el impulso de obedecer, se levantó con elegancia e inclinó la cabeza.


–¿Cómo estás, papá?


–He oído que has estado muy ocupada.


Tina se rio por lo bajo.


Pedro también se levantó. Era solo un poco más alto que su padre, pero la mirada de Jorge perdió parte de su fuerza al mirarlo.


–Le pido disculpas por no haberlo reconocido, señor Chaves. Ha pasado mucho tiempo.


–Seguro que vivir tantos años en Nueva York te ha borrado la memoria –dijo Jorge, como si no concibiera posible que alguien lo olvidara–. Luciano, Julian –volvió a mirar a Paula–, habría sido un detalle invitarnos a la boda, sobre todo casándote con un Alfonso.


Julian y Luciano se levantaron, pero Pedro se les adelantó.


–Teniendo en cuenta la salud de mi abuelo, pensamos que lo más prudente era celebrar una ceremonia discreta y en privado.


–Sí –dijo Luciano–. Yo ni siquiera me enteré hasta que cortaron la tarta.


Paula se ruborizó al recordarlo, a pesar del guiño de Luciano.


Su padre no aceptó las excusas, pero pareció más animado.


–Ya era hora de que hicieras honor a tu estirpe y empezaras a comportarte como una dama, no como una simple criada.


–De algo sirve cazar a un marido rico –añadió Tina.


Luciano murmuró algo como «quién fue a hablar».


Su padre siempre le había criticado todo desde que nació, desde su ropa hasta sus libros. Y naturalmente también su carrera de enfermería.


–Paula no es una criada –dijo Julian–. Su trabajo consiste en ayudar a quien lo necesita. Pero supongo que usted no entiende de eso.


–¿Y por qué debería? –preguntó Jorge–. ¿Qué saco yo con ayudar a los demás?


Los otros hombres se sorprendieron por su respuesta, pero Paula no. Ella conocía muy bien a su padre y sabía que rechazaba todo lo que no le servía. Como había hecho con su propia hija.


–Sus cuidados han mantenido con vida a nuestra madre todos estos años –dijo Pedro–. Siempre le estaremos muy agradecidos por eso.


Paula esbozó una débil sonrisa y se odió por buscar la reacción de su padre.


–Repito, ¿qué saca ella con eso? Malgastando su vida junto al lecho de una inválida cuando podría estar ocupando su lugar en la sociedad de Carolina del Sur. Y allí es donde estará finalmente, gracias a su linaje y a su matrimonio. Con el tiempo la gente olvidará su pasado y la verá como la esposa del heredero de la familia Alfonso.


Paula ahogó un gemido de indignación, pero Pedro se le volvió a adelantar y rodeó la mesa para encarar a su padre.


–Sus años de esfuerzo y sacrificio le han dado lo que merece: una familia que la quiere, a diferencia de las personas que únicamente la engendraron. Usted no es su padre, porque la obligación de un padre es proteger a sus hijos.


Jorge no estaba acostumbrado a que le plantaran cara y abrió la boca, pero Pedro no le tiempo para hablar.


–Ocúpese de sus asuntos y olvídese de Paula. Y no espere ninguna invitación a nuestra casa. No queremos malas compañías.


Paula se quedó tan aturdida que no oyó la respuesta de su padre, pero debió ser patética, a juzgar por las sonrisas de Pedro y sus hermanos. Pedro la había defendido como un caballero. Y cuando los Alfonso la rodearon fue incapaz de contener las lágrimas.


Sus defensores. Sus protectores. Sus camaradas. Por fin su familia la había encontrado.




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