miércoles, 22 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 13






Lo último que Paula se esperaba de Pedro era que se disculpara y abandonara el despacho. Algo en su expresión la hizo salir tras él.


–¡Pedro! –lo llamó al ver que giraba en dirección contraria a la de llegada.


Él no se detuvo ni se volvió, y Paula tuvo que acelerar el paso para no perderlo por los laberínticos corredores. 


Finalmente, giró en una esquina y se lo encontró inmóvil, al acercarse advirtió que estaba temblando.


Al tocarle el hombro con el dedo él se volvió y se lanzó ciegamente hacia delante. Chocó con ella y los dos impactaron contra la pared, quedando Paula atrapada entre los brazos de Pedro. Su aliento le acariciaba el pelo, avivando la necesidad de abrazarlo y acariciarle la espalda hasta que se calmara.


–¿Qué ocurre, Pedro?


–Tengo que salir de aquí –masculló.


–Pues volvamos a…


–No.


Sus puños apretados y su cuerpo en tensión revelaban la lucha que mantenía con algo que estaba provocándole estragos.


–¿Por qué? –le preguntó dulcemente.


–No puedo –respiró hondo, sin mirarla a los ojos–. No puedo volver ahí, pero no puedo estar aquí.


Ella no entendía nada, de manera que hizo lo único que podía hacer. Le puso las manos en la cintura, aprovechado que él tenía los brazos levantados, y las metió bajo la camisa.


Él dejó de moverse y de respirar. Paula cerró los ojos y le envió mentalmente consuelo y sosiego como había aprendido en sus estudios de enfermería. Era lo único que podía hacer para ayudarlo a recuperar el equilibrio interno.


Él respiró más relajado, y Paula se atrevió a acercarse más y pegar el cuerpo al suyo.


–Dime qué ocurre –le pidió en tono amable.


Pedro siguió resistiéndose. Paula ladeó la cabeza hasta apoyar la frente en su pecho, junto al corazón, y volvió a enviarle energía.


–¿Que qué ocurre? –dijo él finalmente, con una voz cargada de ira y amargura–. Te diré lo que ocurre –se giró para señalar la puerta por la que había salido–. Él murió ahí –se estremeció–. Estaba saliendo de una oficina y cayó al suelo.


–¿Tu padre? –preguntó ella con un nudo en la garganta.


Pedro asintió débilmente y Paula sintió que a sus ojos afluían las lágrimas que él se negaba a derramar.


Renato era un canalla. No solo los había atrapado en un matrimonio que no querían, sino que había enviado a Pedro a su peor pesadilla.





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