jueves, 19 de marzo de 2015
DELICIAS DE AMOR: CAPITULO 9
Ahora, prueba tú —dijo Pedro, tras conseguir que Jonathan volviera cuando lo llamaba. Le ofreció el extremo del cordel.
—¿Yo? —Paula miró el cordel con inquietud.
Si había algo que odiaba de verdad, era parecer inepta delante de la gente, aunque fuera alguien tan agradable como ese hombre. Tenía el efecto de incrementar su sentimiento de inseguridad y acentuar la timidez contra la que luchaba día a día.
Pedro sabía, por instinto, cuándo una situación requería una dosis extra de paciencia. Solía ocurrirle con los animales a los que trataba, pero de vez en cuando lo percibía también con alguna persona. Podía ver que la reticencia de Paula no tenía nada que ver con la testarudez o el desinterés. A juzgar por la tensión de su cuerpo, le faltaba confianza en sí misma.
Eso tenía que cambiar. Si él podía percibirla, sin duda el perro también. Aunque su corazón se ablandaba ante cualquier can, sabía que era esencial dejar claro quién estaba al mando. De no hacerlo, ese adorable manojo de patas y pelo negro haría lo que quisiera con la mujer que tenía al lado, destrozaría su casa y, posiblemente, convertiría su vida en un infierno.
—Pues, sí —dijo Pedro—. A no ser que pretendas llevarme a casa contigo para que me encargue de educar a Jonny, tendrás que aprender a hacer que te obedezca. Obediencia es la palabra clave —siguió ofreciéndole el cordel.
Paula apretó los labios. Lo único que odiaba más que quedar como una tonta, era quedar como una cobarde. Inspiró profundamente, se enredó el cordel en los dedos y miró al perrito con fijeza.
—¡Ven! —dijo, con tanta autoridad como pudo. Al ver que Jonathan seguía donde estaba, repitió la orden con más énfasis—. ¡Ven! —Jonathan ladeó la cabeza y la miró, pero no movió ni una pata.
—Acuérdate de iniciar cada orden con su nombre y dar un tironcito al cordel, como he hecho yo —le dijo Pedro al oído, apenándose de ella—. Aprenderá, antes o después.
Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no estremecerse al sentir el aliento de Pedro en el cuello y la mejilla. Se ruborizó. Tenía que usar el nombre del perro. No sabía cómo podía haber olvidado algo tan simple tan rápidamente.
—Bien. ¡Jonathan, ven! —ordenó, tirando suavemente del cordel.
El impacto del tirón en el cordel, a pesar de lo largo que era, llegó hasta el perro. Entonces, para su alivio y sorpresa, Jonathan trotó hacia ella y se detuvo a sus pies.
—Lo ha hecho —gritó, asombrada y encantada al mismo tiempo—. ¡Ha venido!
Pedro no habría sabido decir qué lo animaba más, ver al animal responder a la orden de Paula, o ver el júbilo de Paula porque el animal había respondido a la orden.
—Sí, así es —corroboró Pedro con una sonrisa complaciente—. Ahora dale ese trocito de salchicha como premio y estira el cordel para hacerlo de nuevo.
Jonathan, pura imagen del éxtasis, se tragó su «premio» sin masticarlo siquiera.
Pedro pensó que habría sido difícil decir quién tenía más ganas de repetir el ejercicio, si Jonathan o su ama.
El segundo intento funcionó mucho mejor.
—Otra vez —le dijo Pedro a Paula, después de que le diera su premio al perrito.
Paula y Jonathan repitieron el ejercicio cinco veces antes de que Pedro diera vía libre para pasar a la siguiente orden.
—Esto es justo lo contrario de lo que acabas de enseñarle —le dijo Pedro. Notó que Paula, en vez de reticente como al principio, parecía ansiosa por iniciar la segunda lección—. Vas a enseñarlo a quedarse donde está, quieto. Aunque pueda parecer fácil, para un cachorro de seis o siete semanas de edad no es natural quedarse quieto, a no ser que esté dormido —advirtió—. Ahora, en vez de tirar del cordel, necesitas hacer un gesto con la mano, como si fueras un policía parando el tráfico, usar un tono de voz sereno y tener paciencia. Mucha paciencia.
—De acuerdo —ella asintió con la cabeza.
Él no pudo evitar pensar que, en cierto modo, le recordaba al perrito, puro interés y entusiasmo. Su opinión sobre ella subió un par de puntos.
—Dile que se quede quieto y retrocede lentamente —instruyó Pedro, situándose tras ella dispuesto a imitar cada uno de sus pasos—. Hasta que obedezca la primera vez y se quede en el sitio el tiempo asignado, no dejes de mirarlo. Haz que te obedezca. Tu objetivo es conseguir que Jonny responda al sonido de tu voz sin que tengas que premiarlo o mirarlo fijamente. Y eso —afirmó—, requerirá repetir el ejercicio una y otra vez, hasta que asocie lo que hace con las palabras clave que emitas.
—Nunca se me ha dado bien ser autoritaria —admitió Paula.
Pero, aun así, seguía entusiasmada.
—Entonces, tendrás que ocultar ese pequeño secreto. Por lo que respecta a Jonny, tú eres jefe y soberano de su mundo, o soberana, si lo prefieres.
No parecía una mujer capaz de ofenderse por un término masculino usado sin mala intención, pero, en esa primera fase de empezar a conocerse, Pedro no quería dar nada por hecho.
Paula le sonrió. Había algo en su forma de mirarlo que hacía que sintiera un vínculo con ella. Era como si, sin saber por qué, estuvieran sincronizados.
—Lo mismo me da una palabra que la otra —dijo. Lo cierto era que nunca había pensado en sí misma como soberana o soberano de nada. Al menos hasta ese momento.
—Bueno —Pedro señaló al objeto de la conversación—. A ver si haces que se quede quieto.
—¿No vas a hacerlo tú antes?
—¿Te refieres a un precalentamiento? —preguntó él, divertido—. Es tu perro —dijo, con el fin de reforzar su confianza en sí misma—. Tú debes ser la principal figura de autoridad a la que escuche.
—Pero no es mi perro —protestó ella—. He colgado carteles por toda la urbanización. Aún es posible que su dueño venga a buscarlo —no lo dijo, pero ya no estaba tan ansiosa porque eso ocurriera.
Él escrutó a Paula un momento, adivinando lo que empezaba a sentir.
—Entonces, explícame otra vez por qué estás haciendo tanto esfuerzo por un animal que quizás no vayas a quedarte.
En el interior de Paula se libraba una batalla entre la lógica y el sentimiento. No estaba segura de hacia qué lado se inclinaba la balanza. Por el momento, decidió mantenerse en su papel.
—Solo intento adiestrar a Jonathan para poder sobrevivir con él hasta que aparezca su dueño —intentó sonar fría y desinteresada—. No quiero encariñarme de él y luego tener que entregarlo.
—Siento decírtelo, Paula, pero, en mi opinión, ya estás encariñada con él, y me da la impresión de que él lo está contigo —soltó una risita antes de puntualizar—, al menos en la medida en que un perrito hiperactivo puede encariñarse de una persona. No me malentiendas —añadió—. Los perros son seres muy leales, pero los cachorros tienden a vender su alma por unas caricias y se marchan con cualquiera, a no ser que les den una buena razón para quedarse donde están.
Pedro la miró a los ojos. Captó de inmediato que Paula se debatía entre querer mantener la distancia emocional con el perro y lanzar la cautela al viento y disfrutar del amor incondicional que el animalito ofrecía.
—¿Te importa que diga algo más? —Pedro hizo una pausa, esperando su consentimiento.
—No, claro que no.
—Personalmente, no creo que nadie vaya a venir a buscar a Jonny. A mi modo de ver, su madre tuvo una camada hace poco y este se escapó a explorar mundo cuando nadie lo miraba. Seguramente el dueño de su madre estaba ocupado buscando buenos hogares para él y sus hermanos. Que Jonny se escapara debió de parecerle una bendición; un perrito menos que colocar.
Sus labios se curvaron con una sonrisa y miró al labrador, que estaba estirado en la hierba, tomando el sol.
—O puede que ni siquiera notara la falta de Jonny, sobre todo si la perra tuvo una camada muy grande. Estos perritos se mueven tan rápido que cuesta hacer un recuento de cabezas fiable.
Ella no habría podido explicar la sensación de felicidad que creció en su interior, sobre todo teniendo en cuenta que estaba intentando poner barreras para no encariñarse y correr el riesgo de volver a sentir dolor.
—Así que me estás diciendo que me vaya haciendo a la idea de aspirar bolas de pelusa varias veces a la semana —dijo, intentando sonar indiferente sin llegar a conseguirlo.
—Esa es otra forma de decirlo —aceptó Pedro, por seguirle el juego, aunque tenía claro que todo era una actuación.
—¿Y si no me gusta la idea de pasar la aspiradora tan a menudo? —tenía la sensación de que no lo estaba engañando, ni siquiera se estaba engañando a sí misma.
En vez de decirle que él se quedaría con el perro, cosa que haría si ella hablaba en serio, Pedro decidió apelar a sus sentimientos y plantearle un escenario desolador.
—En ese caso, siempre podrías llevar a Jonny a la perrera. No lo sacrificarían. Bedford, a diferencia de otras ciudades, ha ilegalizado esa práctica. Claro está que no recibiría el amor y la atención que necesita, porque hay muchos animales allí. El ayuntamiento ha tenido que reducir la plantilla y, últimamente, ha disminuido el número de voluntarios que van a pasear a los animales y a jugar con ellos. Pero estaría vivo, aunque no tan feliz como si se quedara contigo.
Bajo la coraza de acero que Paula estaba intentando mantener, había un corazón blando y tierno. Aun así, Paula captó lo que pretendía hacer el veterinario.
—Has olvidado los violines —dijo, moviendo la cabeza.
—¿Qué? —el inesperado comentario lo desconcertó por completo.
—Violines —repitió ella—. De música de fondo. Los has olvidado. Tendrían que haber sonado mientras describías la escena para mí. Llegando a un crescendo hacia el final. Aparte de eso, acabas de crear un escenario digno de un melodrama.
—Solo quería que supieras a lo que se enfrentan estas criaturas —dijo él con expresión seria—. Ahora veamos si puedes conseguir que Jonathan se quede donde debe. Quieto —añadió, por si ella había creído que era una indirecta. Después, le guiñó un ojo.
Otra vez.
Ella reaccionó de la misma manera que antes. Se quedó sin aire y sintió mariposas en el estómago. La única diferencia fue que le parecía que el número de mariposas había aumentado.
No sabía cómo un gesto tan simple podía causar tal caos en su interior. ¿Estaría tan necesitada que se derretía por dentro y se olvidaba de respirar en el momento en que alguien le prestaba un poco de atención?
Paula no sabía cómo interpretarlo, así que optó por bloquear el asunto y prestar atención a lo que acababa de decir Pedro, en vez de a cómo reaccionaba a su aspecto.
—Vale, veamos si consigo que me escuche.
—Te escuchará —le aseguró Pedro—. No se trata de eso. Que te obedezca o no es otra historia
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