viernes, 13 de febrero de 2015

UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 7




Nunca en toda su vida había rezado Paula con tanto fervor para que le llegara el periodo. De hecho, nunca había tenido que hacerlo. Pero la falta de aquel mes estaba a punto de producirle un ataque cardiaco. Llevaba veinte minutos paseando de un lado a otro de la habitación en sujetador y bragas, con un tampón en la mesilla y al lado un test de embarazo sin usar. A esas alturas no había utilizado ni uno ni otro. Había transcurrido un mes desde su noche con Pedro


Un mes maldiciendo su nombre por el día y yaciendo despierta en la cama por la noche, mirando al techo e incapaz de llorar porque las lágrimas eran un desahogo que no podía permitirse.


Y luego la regla que no le había llegado. Seis días de retraso ya. Finalmente estiró una mano y recogió el test. Fue entonces cuando se vio claramente a sí misma. Allí estaba, a punto de casarse con otro hombre mientras podía perfectamente estar embarazada de Pedro. Y comprendió que era del todo imposible que se casara ese día.


Empezaron a temblarle las manos. «Oh, por favor, Ale, perdóname». Ahora iba a tener que… decírselo. Justo antes de la boda. Pero había algo que tenía que hacer primero.


—De acuerdo —le dijo a la cajita de color blanco y rosa—. Hagámoslo.


La puerta del dormitorio se abrió de golpe en ese momento y ella se volvió al tiempo que apretaba la cajita contra su pecho, en un instintivo gesto de pudor. Hasta que se dio cuenta de que estaba haciendo visible de su test y lo escondió detrás de la espalda, a la vez que cruzaba una pierna sobre la otra para disimular la brevedad de sus bragas.


Pero para entonces se había quedado helada, porque había reconocido al intruso, cautivada por aquellos arrebatadores ojos azules. Una vez más. Era casi como si lo hubiera conjurado con su imaginación. En el peor momento posible.


Tenía el cabello más corto. Lucía un traje cortado a medida, en lugar de aquella vieja y gastada ropa de trabajo que lo había visto llevar la primera vez.


—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —le espetó.


Él pareció sorprendido. Como se había quedado ella un momento antes.


—Cierra la puerta al menos —añadió Paula, dándose cuenta de que cualquiera que pasara por allí en ese momento podía verla en ropa interior.


Él obedeció, entrando en la habitación. Y se volvió para mirarla. Intensamente. Como si estuviera intentando calibrar la opacidad de su ropa interior.


—¡Deja de mirarme así! ¿Se puede saber a qué diablos has venido?


—He venido a tu boda, agape.


—Es curioso. Dudo que Alejo haya incluido a su enemigo mortal en nuestra lista de invitados —dijo ella mientras apretaba con fuerza el test que seguía ocultando detrás de su espalda.


Estaba atrapada. Allí de pie vestida únicamente con su ropa interior de boda, incapaz de moverse por miedo a que descubriera el test.


—No pienso dejar que se case contigo —gruñó él de pronto.


—¿Qué?


—Tú no lo conoces.


Paula se encogió de hombros, en un gesto natural que contrastaba con su pánico interno.


—Lo conozco desde hace quince años.


—Nunca te has acostado con él.


—Voy a hacerlo —dijo Paula, reculando hacia el baño—. Esta noche.


Pedro se dirigió hacia ella. Sus ojos azules eran como dos esquirlas de hielo. Tomándola de la cintura, la acercó hacia sí.


—No lo harás.


—Sí que lo haré —mentía, porque antes de que Pedro hubiera entrado, ya había decidido que no podría casarse. Pero quería… hacerle daño. Molestarlo, contrariarlo—. Pienso tener sexo con él… esta noche. Voy a dejar que me haga… ¡todas las sucias cosas que tú has hecho conmigo!


De pronto, él inclinó la cabeza y la besó. Como si tuviera perfecto derecho a hacerlo. Como si ella no tuviera una boda programada para dentro de cuatro horas. Como si solamente existiera la pasión entre ellos. El fuego y el calor. 


Paula le echó un brazo al cuello mientras con la otra mano seguía escondiendo el test detrás de la espalda, y entreabrió los labios para dejar paso a su lengua.


Le devolvió el beso porque, por alguna razón, cuando aquel hombre la tocaba, era incapaz de pensar. Porque de repente nada más importaba. Solo el calor que fluía por su cuerpo, por su mente, por su alma. Le echó entonces el otro brazo al cuello y, al hacerlo, le golpeó sin querer en una oreja con el borde de la caja. Él echó la cabeza hacia atrás y miró hacia ese lado. Ella siguió la dirección de su mirada y se quedó paralizada. Lo que faltaba.


—¿Qué es esto? —le preguntó él, apartándose y agarrándole la muñeca.


—Nada.


—Inténtalo de nuevo —Pedro enarcó una ceja.


—Es un… regalo. Para una amiga.


—¿Un regalo para una amiga? —al ver que se quedaba sin palabras, él inquirió—: ¿Crees que estás embarazada?


—Pues… No me viene la regla. Lo que en circunstancias normales podría ser interpretado como: «Hey, qué oportuno, porque se supone que voy a casarme».


—¿Pero?


—Pero que en las circunstancias de «Me he acostado con el enemigo de mi marido hace un mes» lo encuentro un poco preocupante. Sí, creo que podría estar embarazada.


—Entra en el baño y hazte la prueba —le ordenó él, apartándose de ella—. Ahora.


—¿Se supone que tengo que orinar porque tú me lo digas?


—Ibas a hacerlo, ¿no?


Estaba pálido y apretaba la mandíbula. No se lo estaba tomando mucho mejor que ella.


—Sinceramente, Pedro. ¿Por qué te preocupa tanto que pueda estar embarazada?


—Me preocupa porque pienso formar parte de la vida de ese niño.


—Nada de eso —Paula pronunció las palabras antes de que tuviera oportunidad de pensarlas.


—¿Crees que voy a dejar que ese hombre se acerque a un hijo mío? —le espetó él con un tono de rabia—. Sé lo que les sucede a los niños que se acercan a la familia Kouklakis.


—Alejo es… él no es un Kouklakis.


—Es un alias. ¿Cómo puedes ser tan ingenua? Se cambió el nombre.


—Yo no creo…


—Ve a hacerte el test.


En ese momento ni siquiera se le ocurrió discutir. Asintió lentamente, sosteniendo la caja con los dedos entumecidos mientras retrocedía hacia el baño.




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