viernes, 13 de febrero de 2015

UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 8




Viéndola retirarse, el corazón de Pedro latía tan fuerte que por un instante tuvo la impresión de que se le iba a salir del pecho. Un hijo. Su hijo. No se trataba ya de vengarse. 


Aquello había dejado de tener que ver con la venganza desde el momento en que había reclamado a Paula. La deseaba, y la tendría. Era por eso por lo que estaba allí. Y porque se negaba a permitir que Alejo Kouros se acercara a un hijo o a una hija suya.


No, Alejo no traficaba con seres humanos ni con drogas, y Pedro lo sabía. Sabía, por la profunda investigación que había hecho al respecto, que los negocios de Alejo eran perfectamente legales. Pero la mala sangre se heredaba. 


Pedro lo sabía, lo sentía. Alejo había nacido con la misma sangre que él, y no escaparía a ella. Si él no lo había hecho, ¿cómo habría podido hacerlo Alejo? Ahuyentó aquel pensamiento. La horrible sensación que lo asaltaba cada vez que se imaginaba aquel veneno corriendo por sus venas.


Pero las cosas habían cambiado, al menos para él. Pedro había hecho su fortuna jugando en el mercado bursátil, primero con el dinero de otra gente, y después con el suyo propio. No solo había sido una cuestión de suerte, sino también de inteligencia, de habilidad. Había ganado millones. En su vigésimo sexto cumpleaños, apenas seis meses atrás, había ganado sus primeros mil millones.


La puerta del baño se abrió en ese momento y apareció Paula, pálida, con los ojos húmedos por las lágrimas.


—¿Qué? —le preguntó él. La tensión le aceleraba el pulso.


—Estoy embarazada. Y antes de que lo preguntes: es tuyo. Yo no te mentiría sobre algo como eso.


—No te casarás con él.


—¿Sabes que hay cerca de… un millar de invitados en camino? ¿Un centenar de periodistas?


—Tienes dos opciones, Paula —la adrenalina estaba haciendo que su cerebro trabajara a toda velocidad—. Te marchas ahora mismo conmigo y no hablas con nadie. O sigues adelante con la boda. Pero escúchame bien, si haces eso, interrumpiré la ceremonia y le diré a todo el mundo que estás embarazada de un hijo mío. Que te seduje en Corfú y que te entregaste a mí en un tiempo récord. Incluso sin una prueba de paternidad, tu querido Alejo lo sabrá.


—La prensa…


—La prensa está aquí, y escucharán y reproducirán cada palabra que pronuncie. Pero la decisión es tuya.


—No es mía —replicó Paula, cruzando los brazos bajo los senos. Seguía llevando nada más que su ropa interior—. Me encuentro en una situación imposible. No puedo echarme para atrás. No puedo… —se interrumpió—. Podría tener un… —desvió la mirada.


Pedro se le encogió el estómago.


—No.


Ella sacudió la cabeza, con los ojos azules llenos de lágrimas.


—Tienes razón. No puedo. Sencillamente… no puedo.


—Ven conmigo.


—¿Y luego qué?


—Nos casaremos.




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