jueves, 12 de febrero de 2015

UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 5





Paula regresó a la realidad, con la mirada clavada nuevamente en el anillo. Habían vuelto a hacer el amor cuatro veces. Él le había dicho la verdad. Le gustaban los preliminares.


Volvió a dejar el anillo sobre la mesilla, con una sonrisa dibujándose en sus labios.


Se sentó lentamente, entre protestas de sus músculos. Pedro le había obligado a hacer más ejercicio del que estaba acostumbrada. El pensamiento acentuó su sonrisa. Tal vez fuera estúpido. Pero se sentía… diferente. 


Atolondrada. Viva. Medio enamorada.


Cerró los ojos. No. No quería eso. Era un estúpido cliché. 


No conocía bien a aquel hombre. Solo que le resultaba demasiado fácil recordar lo que había sentido al bailar con él. O cuando le agarró la mano mientras caminaba descalza por la calle. Lo diferente que se había sentido en su compañía. Mucho más viva. Feliz.


Así que quizá no fuera tan estúpido que se sintiera medio enamorada. Resultaba aterrador, sin embargo. Ella había estado… no enamorada, sino encaprichada de un tipo antes, con desastrosos resultados. Pero eso había sido distinto. Era como si hubiera sucedido en otra vida, como si le hubiera ocurrido a otra chica.


Había cambiado durante los últimos once años. En aspectos que eran necesarios, pero que al mismo tiempo la habían dejado con la sensación de estar atrapada en una piel que se le había quedado demasiado pequeña. Y en algún momento de la pasada noche, había vuelto a cambiar.


Se levantó de la cama y fue tambaleándose al baño. Hizo sus necesidades y se miró en el espejo. Tenía el pelo hecho un desastre. Estaba segura de que la marca oscura del cuello era de un chupetón. Sonrió. No debería estar disfrutando con aquello. Pero lo estaba haciendo. Ya se enfrentaría después a la vida real.


Se recogió el cabello y volvió a la habitación. Se detuvo al ver la cartera de Pedro en el suelo. Estaba abierta, de cuando sacó el preservativo y la arrojó luego al suelo. 


Después había llamado a recepción para que le subieran una caja.


Se agachó para recoger la cartera sin pensar. Era una cartera cara, de piel negra con un bonito repujado. Como la de su padre, o la de Alejo. Algo extraño, dado lo viejo y gastado de su ropa. Aunque eso era normal, trabajando como trabajaba en un barco.


Ojeó su permiso de conducir. Estadounidense. Otro detalle extraño, ya que era griego, eso era indudable. Aunque quizá su jefe fuera de los Estados Unidos.


«Vale ya, fisgona. No es asunto tuyo», se dijo. Y no lo era. 


Pero antes de cerrar la cartera y dejarla sobre la mesa, leyó su nombre. No lo hizo a propósito. Pero lo vio, y entonces ya no pudo apartar la mirada. Conocía aquel nombre: Pedro Alfonso. Se lo había oído pronunciar a Alejo. En un gruñido, una maldición. Había estado fastidiándolo durante meses, informando a las autoridades de hacienda sobre supuestas malas prácticas fiscales, denunciándolo a las agencias de medio ambiente. Todas falsas acusaciones, pero que habían costado tiempo y dinero.


No era un simple mozo de camarote, eso estaba claro. Y tampoco un desconocido. Había sido seducida por el enemigo de su prometido. Tuvo la sensación de que el suelo se abría bajo sus pies para transportarla de vuelta al pasado. A aquel momento tan parecido al que estaba viviendo. Claudio, furioso por la negativa de Paula a acostarse con él, revelándole quién era realmente y lo que quería de ella.


«Ya sabes que tengo unas fotos muy bonitas tuyas. Y un vídeo muy interesante. Yo no necesito sexo. Recibir dinero de los medios me gustará todavía más».


Se había creído más lista después de aquello. Más precavida. Pero seguía siendo la misma joven estúpida de siempre. Peor aún, porque esa vez el villano había triunfado a la hora de seducirla. Sobradamente. Lo que había hecho con él… Lo que le había dejado que le hiciera…


—¿Pedro?


El hombre de la cama se estiró y Paula se esforzó por no desmayarse. Por no vomitar. Por no salir corriendo y chillando de la habitación. Tenía que saber lo que había sucedido. Tenía que saber si él sabía quién era ella.


Pedro —volvió a pronunciar su nombre y él se sentó, con una traviesa sonrisa en los labios.


Pero, cuando la miró, la sonrisa se borró de golpe. Como si supiera, incluso medio dormido, que aquella no iba a ser la escena poscoital que se imaginaba. Como si se hubiera dado cuenta de que responder a aquel nombre había sido un error.


Se sintió enferma. Colérica. Pero por el momento tenía que permanecer tranquila. Tenía que conseguir respuestas.


—Paula, deberías volver a la cama.


—Yo… no —se llevó una mano a la frente—. Ahora mismo no. Yo…


Vio que él bajaba la mirada a sus manos, que seguían sujetando la cartera. Volvió a mirarla a los ojos, enarcando una ceja. Algo en su actitud había cambiado de repente.


Se apartó los oscuros rizos de la frente y, por un instante, Paula tuvo la impresión de que estaba ante un desconocido. 


Un desconocido desnudo.


Solo entonces se dio cuenta de lo que era. No conocía a aquel hombre. Se había engañado a sí misma al pensar que habían compartido algo. Que sus almas se habían encontrado, o alguna idiotez semejante. La noche anterior se había sentido ella misma. Pues bien, la verdadera Paula había resultado ser alguien increíblemente estúpida. Tenía por tanto una buena razón para mantenerla oculta.


—Sabes quién soy, ¿verdad? —le preguntó ella.


Él se levantó de la cama con la sábana resbalando por su cintura, luciendo su hermoso y excitado cuerpo. Incluso en aquel momento, la vista hizo que el corazón se le subiera a la garganta. Como si estuviera intentando escalar para conseguir una mejor vista.


—¿Cómo es que estabas mirando mi cartera?


—Estaba en el suelo. La recogí y pensé: «Bonita cartera para un mozo de yate».


—Sí, sé quién eres —dijo él—. Imagínate mi sorpresa cuando tú me encontraste, antes de que yo te encontrara a ti. E imagínate mi sorpresa posterior cuando me di cuenta de que no necesitaba una semana entera ni un evento especial para seducirte. Fuiste muchísimo más fácil de lo que me esperaba.


—¿Con qué objetivo? —inquirió ella con el corazón atronándole en el pecho—. ¿Por qué tú…?


—Porque quiero lo que él tiene. Todo. Y ahora le he robado algo muy especial. Porque ambos sabemos que yo te he tenido primero.


—Canalla —se puso a registrar la habitación en busca de su ropa—. ¡Tú…! Esta es mi habitación —dejó de recoger la suya y, en lugar de ello, se puso a recoger la de él—. Vístete y sal de aquí —le lanzó los shorts y luego la camisa—. ¡Fuera!


Él empezó a vestirse.


—Ignoro quién crees que es tu prometido, pero yo lo sé bien.


—¡Y yo sé quién eres tú! Un… un… Ni siquiera se me ocurre una palabra lo suficientemente mala para describirte. Me has engañado.


—¿Que yo te he engañado? Más bien no te lo conté todo, como hiciste tú conmigo. Yo no te obligué a que te acostaras conmigo.


No, no lo había hecho. Y eso quería decir que la culpa era suya.


—Pero… me sedujiste a sabiendas de que arruinarías mi compromiso. ¡Con toda la intención de hacerlo!


—¿Y tú pensabas que el hecho de que yo te sedujera lo dejaría intacto? ¿Es eso? ¿O lo que te enfada es que yo lo hubiera planeado?


—¡Sí! Estoy enfadada porque lo planeaste. Yo creí que habíamos tenido algo… Yo creía… —se le cerró la garganta. 


La emoción le impedía articular las palabras.


—Tú hiciste tu elección —repuso mientras se subía el pantalón y se lo abrochaba—. Yo solamente fui la ocasión de tu infidelidad.


Antes de que ella pudiera pensar en una respuesta, la cartera salió volando de su mano para rozarle la oreja e impactar en la pared que tenía detrás.


—¡Fuera! —chilló.


Acababa de destruir ella misma su compromiso matrimonial. 


El futuro de la empresa de su familia. Y todo por sexo. Sexo con un hombre que la había estado manipulando. 


Engañándola con la intención de perjudicar a Alejo… Alejo, que no se merecía que lo trataran así. Alejo, que la quería. 


Y su padre… después de todo lo que había hecho por ella… Se tapó los ojos con las manos, intentando contener las lágrimas.


—Paula….


—¡Me has destrozado la vida! —chilló, abriendo los brazos—. Yo creía que eras distinto. Creía que me habías hecho… sentir algo, cuando solo me estabas mintiendo. ¡He echado a perder mi vida por ti y todo ha sido una mentira!


—Yo nunca te prometí nada. Cometiste un error. Lo siento por ti.


—No le llames —le pidió ella, con el estómago encogido—. Por favor, no le llames.


—No tengo necesidad. Ya no te casarás con él.


—¿Crees que por haber pasado una noche contigo voy a dejar al hombre con el que llevo comprometida durante años? Lo dudo mucho —dijo.


Apenas unos minutos atrás, lo habría hecho. Se habría expuesto al escándalo, y habría expuesto también a su familia. Por él, habría sido capaz de destruir todo lo que se había pasado años reconstruyendo. ¿En qué había estado pensando? No, no había pensado en absoluto. Se había limitado a sentir, ilusionada con alguna estúpida fantasía.


—Vete. Y, por favor, no le llames. No…


—Vaya —sonrió, desdeñoso—. ¿Y por qué tendría que hacerte caso? Conseguí justamente lo que quería. Me gusta planificarlo todo bien, agape, y no pienso cambiar de planes solo porque tú derrames una lágrima.


Se dirigió hacia la puerta y abandonó la habitación. Ni siquiera se volvió para mirarla.


A Paula le flaquearon tanto las rodillas que terminó sentada en el suelo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que seguía completamente desnuda. Pero no le importaba. 


Ponerse la ropa no haría que se sintiera menos expuesta, menos vulnerable. No le haría sentirse menos… sucia.


Era así como se sentía: sucia. Había traicionado a Alejo. Esa era la verdad, al margen de quién fuera exactamente Pedro


Pero su traición era como sal en sus heridas.


Alejo… ella habría estado dispuesta a poner fin a su relación si hubiera existido una oportunidad de…


Tenía que volver a casa. La boda tenía que seguir adelante. 


Su vida tenía que seguir. Como si no hubiera pasado nada. 


Era por eso por lo que había evitado la pasión, por lo que había evitado hacer cosas que fueran arriesgadas, y locas. 


Porque, cuando asumía riesgos, sufría. Porque, cuando confiaba en alguien, ese alguien la defraudaba. Sentada en el suelo, incapaz casi de respirar, recordó exactamente por qué había elegido esconderse de la vida.


Nunca más. Volvería con Alejo, a la seguridad. Y, si Pedro le revelaba lo de aquella noche, ella le suplicaría que la perdonara. Miró hacia delante con los ojos secos. Tan secos como sus entrañas. Se olvidaría del calor y del fuego que había descubierto aquella noche. Se olvidaría de Pedro Alfonso.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario