lunes, 23 de febrero de 2015

PROHIBIDO: CAPITULO 20





No era nada, estaba sacando las cosas de quicio. Pedro se lo repitió una y otra vez mientras remaba en la máquina de su gimnasio a la seis de la mañana. Sofocó la voz que le indicaba que estaba alejándose de la verdad. ¿Qué verdad?


No sabía lo que significaba el mensaje y lo más sencillo habría sido despertarla para preguntárselo. Sin embargo, se había levantado, había dejado el teléfono otra vez en la chaqueta y se había ido al gimnasio.


Agradecía el dolor entre los hombros y el sudor. Intentaba no hacer caso de la pregunta que le retumbaba en la cabeza, pero la sinceridad de sus actos era tan evidente como el ceño fruncido que veía reflejado en los espejos del gimnasio. Anoche, cuando le preguntó si le interesaba aquello, se quedó atónito por la necesidad que sintió de que contestara afirmativamente porque, en ese momento, se dio cuenta de que le interesaba sinceramente que Paula formase parte de su vida como algo más que su asistente.



Te quedan tres días para que consigas lo que necesito….


¿Era una petición profesional? ¿Quién podía exigirle algo así profesionalmente? Si era personal… Dejó escapar un gruñido por los celos que le mordieron las entrañas. En ese momento, Paula entró en el gimnasio y se quedó petrificada. 


Sus miradas se encontraron en el espejo y él sabía que su expresión era arisca. No le sorprendió que ella dudara.


—Volveré más tarde si te molesto.


Él soltó los remos, se levantó y se dirigió hacia ella. Sintió una descarga de adrenalina al ver su top de lycra y apretó los dientes ante la idea de hacer realidad otra de sus fantasías sexuales. Hizo un esfuerzo para no abalanzarse sobre ella y se desvió hacia las cintas para correr.


—Moléstame. La imaginación estaba a punto de jugarme una mala pasada.


Sonrió con poco convencimiento y empezó a programar la cinta que estaba al lado de la de él.


—Treinta minutos, ¿de acuerdo?


Ella asintió con cautela y se acercó a la máquina. Él iba a programar su máquina cuando la vio inclinada haciendo estiramientos.


—Dios…


Ella levantó la cabeza y se incorporó lentamente. Le miró el pecho y fue bajando la mirada hasta los pantalones cortos, que no podían disimular el efecto que tenía en él. Se quedó boquiabierta.


—Ya puedes ver el poder que tienes sobre mí —comentó él con una sonrisa tensa.


Ella subió a la cinta y la puso en marcha.


—No pareces muy contento.


—Me gusta mantener el dominio de mí mismo y tú lo alteras con tu cuerpo.


—Por si eso te consuela, para mí tampoco es nada fácil —replicó ella sonrojándose.


Pedro intentó identificar a la mujer inocente que se sonrojaba con la que podía ser falsa. No podía juzgar antes de conocer los datos. Tomó una bocanada de aire, puso su máquina en marcha y empezó a correr al lado de ella. Tardó todo un minuto en ceder a la tentación de mirarla. Gruñó al ver sus pechos balanceándose bajo el ceñido top y estuvo a punto de tropezarse, pero no dejó de mirarla. Ella intentó no hacerle caso, pero también se tropezó cuatro veces y tuvo que agarrarse a los asideros para poner los pies en la parte fija de la máquina.


Pedro, por favor, deja de hacer eso. No puedo concentrarme.


Él resopló y paró la máquina con un manotazo.


—Entonces, será mejor que dejemos de hacerlo los dos antes de que nos lesionemos —también apagó la máquina de ella—. Si quieres hacer ejercicio, se me ocurre uno mucho mejor.


—¡Pedro!


—No puedo entender que te dejara que me llamases señor Alfonso durante año y medio cuando oír mi nombre dicho por ti me produce la erección más dura de mi vida.


Ella dejó escapar un sonido entre el asombro y la queja cuando la tomó en brazos, pero le rodeó el cuello con los brazos.


—¿Debo preguntarte a dónde me llevas?


—Me encantaría tomarte sobre la cinta, pero no tengo preservativos aquí y tampoco quiero arriesgarme a que entre algún directivo. Tendremos que conformarnos con mi sauna.


La duchó brevemente antes de entrar con ella entre el vapor de su sauna privada y no hizo ningún caso de la vocecilla que le decía que estaba escondiéndose detrás del sexo para no preguntarle nada sobre el mensaje de texto. Sin embargo, mientras la ponía a horcajadas encima de él y entraba profundamente, sabía que tendría que afrontarlo antes que después. Se negaba a que el recelo lo corroyera, esos días había encontrado la paz de espíritu entre sus brazos y no quería que la desconfianza o los fantasmas del pasado la mermaran.


Ella lo abrazó con fuerza mientras alcanzaba el clímax.


Pedro… Es maravilloso… —susurró contra su cuello.


—Sí… Sería una pena que algo lo estropeara… —le levantó la cabeza para mirarla a los ojos—. ¿Verdad? —añadió mientras entraba más dentro para poseerla completamente.


—Sí —contestó ella con los labios entreabiertos por el clímax.


—Entonces, evitemos que suceda.


La perplejidad que veló sus ojos dejó paso a un éxtasis deslumbrante que transformó su rostro. Él dejó escapar un gruñido arrastrado por los espasmos de ella y también se liberó como no se había liberado jamás en su vida.


La llevó a la ducha aunque ella todavía se estremecía y la lavó en silencio. Luego, se lavó él aunque notaba las miradas de perplejidad de ella, quien atacó en cuanto llegaron al dormitorio.


—¿Este silencio tenso es parte de tu ritual poscoito o está pasando algo que debería saber?


Él maldijo ser tan receloso, pero pasó por alto su cuerpo envuelto en la toalla y se fijó en el teléfono que estaba en la mesilla. Había visto el mensaje.


Pedro


—Esta mañana he empezado las negociaciones para la operación con China y no son los mejores clientes con los que negociar en estos momentos. No quiero que nada frustre esta operación.


—Claro, no veo nada que pueda perjudicar tus negociaciones —replicó ella.


Él sintió alivio, pero también sintió una opresión en el pecho cuando pensó que ese mensaje había sido de un hombre que había creído que podía exigir algo a la mujer que él había reclamado como su amante. Volvió a darse cuenta de lo poco que conocía de verdad a Paula Chaves… ¿o se llamaría Ana? Tomó aliento y sacó unos calzoncillos del cajón


—¿Estás segura? Solo nos faltaba que empezaran a salir esqueletos de los armarios en este momento. Creo que mi empresa ya ha tenido bastantes hasta dentro de mil años.


—Estoy segura —contestó ella al cabo de unos segundos que a él le parecieron años.


—Perfecto.


Se dio la vuelta y vio que ella se mordía el labio inferior. Se le aceleró el pulso y se preguntó cómo era posible que volviese a anhelarla después del orgasmo tan increíble que había tenido hacía quince minutos. Volvió a darse la vuelta y siguió vistiéndose. Si se dejaba llevar por el deseo, nunca saldría de ese cuarto. Oyó que la toalla caía al suelo y se aferró a los calcetines.


—Entonces… ¿se trata de la operación con los chinos y no tiene nada que ver con… con lo que ha pasado entre nosotros?


Él se puso los pantalones con cierta violencia.


—Ya he dejado muy claro lo que siento sobre eso. No lo has olvidado, ¿verdad?


—No, claro que no —contestó ella.


¿Había captado cierta vacilación en su voz? Su instinto le pedía a gritos que le preguntara por el mensaje. Fuese privado o no, ¿si ella estaba ocultándole algo, no debería preguntárselo cuanto antes? Se puso la camisa con el corazón acelerado y la miró.


—Fantástico. Entonces, ¿te importa decirme de qué trata ese mensaje que tienes en el teléfono?




3 comentarios:

  1. noooooo y bueee llegó el momento de contárselo todo... ayyyy que se lo diga así pueden sentirse libres.

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  2. Ayyyyyy, Dios mío, cómo nos vas a dejar así Carme!!!!!!!! En el último cap se resuelve todo???

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