lunes, 23 de febrero de 2015

PROHIBIDO: CAPITULO 19





Paula abrazó a Pedro con el miedo clavado en el corazón. 


Le había contado todo sobre su madre y él había sentido una compasión que le había llegado al alma y que había hecho que se diera cuenta de que si bien había perdonado a su madre por su adicción, lo que más le había dolido había sido que la abandonara cuando estaba limpia. Sin embargo, Pedro había reconocido que rara vez perdonaba. 


Intentó convencerse de que le daba igual. El viernes, cuando hubiese terminado el plazo, se habría marchado de allí. 


Gaston le había mandado un recordatorio cada hora.



Ella había quitado el sonido de móvil y se lo había guardado en el bolsillo de la chaqueta. Sin embargo, si le había dejado entrever su pasado, no había sido porque fuese a marcharse, había sido porque quería que él conociera a la verdadera Paula Chaves, a la persona que fue Ana Simpson, a la hija de una adicta al crack que adoptó el nombre de soltera de su abuela para forjarse una identidad nueva. Se había mostrado a Pedro y se sentía más vulnerable que nunca. Él seguía siendo implacable con la traición. Si alguna vez averiguaba su pasado, no la perdonaría nunca por haber manchado su empresa con su reputación.


—Puedo oír que estás pensando —murmuró él contra su cuello.


—Acabo de hacer el amor contigo en tu mesa. Eso se merece que piense un poco, ¿no crees?


—Quizá, pero como va a ser algo habitual en nuestra relación, te aconsejo que te acostumbres.


Oyó que ella contenía el aliento, se apoyó en los codos y la miró.


—¿Te asusta la palabra «relación»?


Ella deseó que se le relajara el pulso y que se sofocara la esperanza que se avivaba en el pecho. No había ningún porvenir para ellos.


—La palabra, no, pero creo que esto va un poco deprisa. Anoche nos acostamos por primera vez.


—Después de haberme contenido durante año y medio, creo que pedirme que me contenga ahora es pedir lo imposible. Necesitaré unas semanas para asimilar el efecto.


—Cuando me hiciste la entrevista, en esta misma mesa, me advertiste de que ni siquiera soñara con tener una aventura contigo.


Él tuvo la elegancia de parecer que se avergonzaba, pero eso tuvo un atractivo letal.


—Seguía furioso con Gisela y todas las que entrevistaba me recordaban a ella. Tú fuiste la primera que no me recordó a ella y cuando me di cuenta de que me atraías, me resistí con todas mis fuerzas porque no quería que se repitiera ese asunto tan feo.


Ella, incapaz de resistirse, introdujo los dedos entre su pelo.


—Ella te hizo daño, ¿verdad?


—Tengo que reconocer que no vi cómo era hasta que fue demasiado tarde.


—Vaya, no sé si sentirme complacida o decepcionada por saber que puedes equivocarte


Él se irguió y la tomó en brazos como si no pesara nada.


—Nunca he dicho que sea perfecto, menos cuando se trata de ganar campeonatos de remo.


—La modestia es una virtud muy escasa, Pedro.


Él se rio abiertamente y ella se sintió dominada por el placer.


—Sí, como también lo es la capacidad de llamar a las cosas por su nombre.


—Nadie podría acusarte de ser apocado. Espera, ¿adónde me llevas?


—Arriba, a darte una ducha terapéutica.


—Creo que estás llevando el asunto de la terapia un poco lejos. Bájame, Pedro. ¡Nuestra ropa!


—Déjala —replicó él mientras llamaba al ascensor privado.


—Ni hablar. No voy a dejar que la limpiadora se encuentre mis bragas y todo en tu despacho —ella volvió y empezó a recoger su ropa—. No te quedes ahí. Recoge tu maldita ropa.


Él se rio y también empezó a recoger la ropa. Entonces, ella recogió los papeles tirados y los dejó en la mesa. Él se rio en un tono burlón.


—La próxima vez, vas a recogerlos tú.


Él le dio un azote en el trasero y la besó cuando ella dio un grito.


—Eso por desobedecerme, pero me gusta que reconozcas que habrá otra vez.


Se miraron a los ojos y, por primera vez, vislumbró una vulnerabilidad que nunca había visto en sus ojos, como si no hubiese estado seguro de que ella fuese a repetir lo que había pasado. Pagaría un precio muy elevado por seguir con eso, pero la necesidad de estar con él hasta que se marchara era demasiado fuerte.


—Habrá otra vez solo si yo estoy encima —susurró ella besándolo en la mejilla.



* * *

Pedro se despertó al oír la vibración del teléfono. Paula estaba dormida, agotada por todo lo que él le había exigido a su cuerpo. Él también estaba aletargado y se planteó la posibilidad de no contestar el teléfono, pero el zumbido insistió. Se frotó los ojos y fue a agarrar el teléfono, pero se dio cuenta de que el que vibraba era el de Paula.


Se levantó y rebuscó entre su ropa tirada hasta que lo encontró en el bolsillo de la chaqueta. Dudó y se sintió aliviado cuando dejó de sonar. Sin embargo, volvió a sonar casi inmediatamente. Suspiró con fastidio y pulsó el botón.


—Ana…


Era la voz impaciente de un hombre que no reconoció, aunque, naturalmente, no conocía a todos los hombres que la llamaban. Sin embargo, sintió una punzada de disgusto muy intensa ante la idea de que alguien tuviera el permiso de llamarla… Ana…


—Se ha equivocado. Es el teléfono de Paula. ¿Quién es usted?


¿Por qué estaba llamándola a las tres de la mañana? Se hizo el silencio y la llamada se cortó un momento después. 


Intentó buscar el número, pero el teléfono estaba bloqueado. Lo dejó en la mesilla de noche y se acostó con los brazos debajo de la cabeza. La inquietud lo corroía por dentro aunque no tenía motivos para sospechar que no se hubiesen confundido de número. Podía ser una casualidad que otro hombre hubiese llamado a su amante y hubiese querido hablar con… Ana. Aun así, dos horas más tarde seguía despierto y oyó que entraba un mensaje. Agarró el teléfono con inquietud. El número seguía bloqueado, pero el mensaje lo dejó helado.


Te recuerdo amablemente que te quedan tres días para que consigas lo que necesito. G.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario