Pedro parpadeó con aquellos ojos verdes tan intensos. No era de extrañar que los ciudadanos tuvieran una visión tan romántica de él; entre la cara y la intriga, era lo suficientemente guapo y misterioso como para aparecer en todos los radares femeninos del suroeste.
—Es cierto que estoy trabajando por las noches —admitió.
—¿Y?
—Y es cierto que estoy revisando algunos aspectos de nuestro sistema de seguridad… —Paula se dio la vuelta para marcharse, pero una mano fuerte y mojada la agarró del codo y tiró de ella—. Pero relájese. No estoy haciéndole ningún favor especial. ¿Por qué iba a hacerlo? Apenas la conozco.
Fue como si le hubiera tirado un jarro de agua fría por encima. Paula se maldijo a sí misma y se reprendió por idiota. Había permitido que sus propios complejos se apoderasen de la situación basándose en lo que Simone creía que pasaba en la oficina por las noches. Él tenía razón. ¿Por qué iba a ayudarla?
—¿Y además que más le da? —Pedro sacó una toalla de la parte de atrás de su coche y se secó la cara y el cuello. Fue entonces cuando Paula vio el tatuaje en su bíceps izquierdo. Una espada rodeada de una guirnalda de serpientes.
—Porque soy más que capaz de hacer cualquier parte de este trabajo. No necesito refuerzos —antes de que él pudiera abrir la boca, ella continuó —: Así que, sea lo que sea lo que está haciendo, será mejor tenerme al corriente para no estar repitiendo el mismo trabajo.
—No importa. Ya casi he acabado —estaba quitándole importancia. Su tono apremiante le molestaba mucho. Le recordaba a otro hombre. Un hombre mayor.
—¿Va a volver a esconderse durante otros doce meses?
—¿Es siempre tan desagradable?
—No me trago todo esta actitud siniestra y misteriosa. Estoy segura de que será fantástica para su reputación en la ciudad, pero han pasado dos años. ¿No le parece que ya está un poco antiguo?
—¿Así que ahora conoce mi pasado y todo? Es como si yo dijera que su actitud de todopoderosa empieza a cansarme.
Paula sintió una punzada en el pecho. ¿Todopoderosa? ¿Por qué aquello le dolía particularmente, después de que le hubieran llamado tantas cosas en su vida?
—Tendrá que hacerlo mejor que todo eso, Alfonso. Me han llamado de todo y he sobrevivido. Soy resistente a los palos y a las piedras. Tengo demasiados callos.
—¿Quién le ha hecho todo eso?
¿Cómo habían llegado a ese tema?
—Tengo que seguir reparando la verja. Disculpe.
—¿Estaba aquí trabajando?
Paula señaló la verja en lo alto de la colina y él siguió su mirada con escepticismo.
—Relájese, Alfonso. No le estoy acosando. ¿Por qué iba a hacerlo? Apenas lo conozco.
—¿Sabe reparar una verja?
—¿Cree que es usted el único capaz de hacerlo? ¿Pero qué les pasa a los militares?
—La pregunta es, ¿qué le pasa a usted con los militares?
—Eso no es asunto suyo.
Se dio la vuelta con un golpe de melena y se alejó colina arriba.
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