Lucecitas de colores colgaban desde la proa a la popa del yate. La cena era un bufé, ya que tenían más de cuarenta invitados. Aparentemente, otra tradición de su marido. Paula miró hacia donde estaba rodeado de mujeres. Llevaba una camisa blanca abierta en el cuello y pantalones oscuros y estaba, como siempre, increíblemente atractivo.
Pedro siempre sería el centro de atención, el macho dominante en cualquier grupo. ¿Y por qué no? Mónaco era el patio de juegos de los ricos y famosos.
—Hola, Paula —la saludó Giovanni—. Estás fabulosa con ese vestido.
—Gracias.
—¿Sabes una cosa? Yo creo que no tienes nada que ver con esta gente. ¿Qué te parece si vamos al yate de mi amigo?
Pero antes de que ella pudiera responder, Carlo apareció a su lado.
—Maldita Eloisa. Esa mujer podría comprar todo Montecarlo. Ha llegado hace diez minutos… el helicóptero tuvo que ir a buscarla y ha dicho que no tardaría nada en cambiarse —el hombre suspiró, tomando una copa de champán de la bandeja de un camarero—. Lo creeré cuando lo vea.
—Aquí viene, papá —dijo Giovanni.
Paula se quedó boquiabierta. La mujer llevaba un vestido blanco tan escotado que casi podían verse sus pezones… aunque el escote daba igual porque la tela era prácticamente transparente. Y estaba claro que debajo sólo llevaba un tanga.
Luego miró a Giovanni y al ver que apartaba la mirada, avergonzado, sintió pena por él.
—¿Un vestido nuevo? —preguntó Carlo.
Se le salían los ojos de las órbitas y Paula tuvo que disimular una sonrisa. La palabra «escandaloso» no describía adecuadamente aquel trapo.
—No, cariño. Dijiste que me diera prisa, así que me puse lo primero que encontré en el armario —contestó ella.
—Ah, claro, y lo primero que encontró fue un paño de la cocina — dijo Paula en voz baja mientras la pareja se alejaba.
Giovanni soltó una carcajada.
—Desde luego —asintió, pasándole un brazo por los hombros—. No creo que haya un vestido tan pequeño en ninguna boutique… por escandalosa que sea.
Pedro dejó a un banquero con la palabra en la boca y giró la cabeza al oír la risa de Paula. Con la cabeza echada hacia atrás, revelando la larga línea de su cuello, el pelo rubio cayendo por su espalda como una cortina de oro, reía alegremente con Giovanni. El vestido rojo que llevaba, con escote palabra de honor, le quedaba de maravilla. Estaba guapísima, provocativa… tanto que un par de zancadas llegó a su lado.
—Me parece muy bien que disfrutes de la fiesta, Giovanni, pero no con mi mujer —dijo, apartando el brazo del joven.
La risa de Paula se cortó en seco y el chico dio un paso atrás, azorado.
—Disculpadme…
—He dicho que fueras amable con los invitados —dijo Pedro luego—. No que coqueteases con ellos. ¿De qué te estabas riendo?
Estaba celoso y ésa no era una emoción que hubiera sufrido antes.
—Tendrías que haber estado aquí para entender la broma —contestó Paula—. Pero no te preocupes, seguiré siendo la perfecta anfitriona — añadió luego con una sonrisa que no llegaba hasta sus ojos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario