En cuanto Pedro hubo tomado la camisa, Paula retrocedió.
–¿Hay alguna cosa que deba tener en cuenta antes de que llame para pedir la cena?
–Baltazar es alérgico a las fresas, pero a Olivia le encantan y si caen en sus manos siempre intenta compartirlas con él, así que ten cuidado con eso –respondió Pedro mientras se ponía la camisa.
Paula hizo un esfuerzo por apartar la vista de sus dedos mientras se abrochaba.
–Si hubiera una emergencia llámame a este número –Pedro tomó un bolígrafo y lo apuntó detrás de una de sus tarjetas–. Es mi móvil privado.
–De acuerdo.
Paula tomó la tarjeta y la encajó en una esquina del espejo del dormitorio.
Pedro se desabrochó el cinturón para meterse por dentro la camisa, y Paula no pudo evitar quedarse mirando, como hipnotizada, pero cuando se dio cuenta de que él la había pillado se dio media vuelta con las mejillas ardiendo. Mejor mirar por la ventana, pensó, aunque había estado en San Agustín al menos una docena de veces. A lo lejos se veía la Universidad Flagler, uno de los sitios donde había barajado estudiar. Pero sus padres le dijeron que no le pagarían la universidad si se iba de Charleston.
Los estudiantes de la universidad de Flagler, un conjunto de edificios del siglo XIX que tenían el aspecto de un castillo, debían sentirse como si estuvieran en Hogwarts. De hecho, toda la ciudad tenía un aire irreal… casi como aquel viaje.
Si Pedro no acababa de vestirse ya, pronto le entrarían ganas de tirarse de los pelos. Era demasiado tentador como para no girar la cabeza y echarle otra mirada con disimulo. No podía creerse que se estuviese excitando aun cuando no podía verlo.
–Ya puedes darte la vuelta –le dijo Pedro.
Paula se mordió el labio y se volvió. ¿Por qué tendría que ser tan endiabladamente guapo?
–Puedes irte tranquilo; he hecho de Niñera otras veces.
No muchas, pero sí había cuidado de los bebés de sus amigas en alguna ocasión pensando que algún día ella necesitaría que le devolvieran el favor. Sólo que ese día nunca había llegado.
–Los gemelos son diferentes –respondió él mientras volvía a meterse la corbata por la cabeza.
Si tan preocupado estaba, que cancelase su cena de negocios, habría querido espetarle Paula, pero no lo hizo. Estaba irritada, pero no por eso. Se sentía muy atraída por aquel hombre al que se suponía que quería cortejar para conseguir un contrato para su pequeña empresa y no para llevárselo a la cama.
Su mente se vio asaltada por recuerdos de sábanas revueltas y cuerpos sudorosos. Había tenido una vida sexual muy satisfactoria con su ex, y eso había hecho que creyera erróneamente que todo iba bien entre ellos.
–Pedro –la facilidad con que su nombre abandonó sus labios la sorprendió–, los gemelos y yo nos las arreglaremos. Tomaremos puré de manzana, patatas fritas y nuggets de pollo, y luego nos empacharemos de dibujos animados en el canal de pago. Y tendré cuidado con que no caiga en manos de Olivia ningún objeto pequeño, y de que Baltazar no se suba a ningún sitio ni tome fresas. Anda, vete a tu cena; estaremos bien.
Pedro vaciló un instante antes de tomar su chaqueta.
–Si me necesitas no dudes en llamarme.
Su cuerpo desde luego que lo necesitaba. Pero no iba a dejarse dominar por sus hormonas; su cerebro llevaba el timón.
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