martes, 16 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 21

 


Pau se pasó prácticamente todo el día explorando la ciudad. La ciudad, pero no la Alhambra. Aún no estaba preparada para eso. Después de la conversación de aquella mañana con Pedro, se sentía demasiado vulnerable para visitar el lugar en el que su padre le declaró por primera vez su amor a su madre, donde el muchacho había sido testigo de una amor del que no había dudado en informar a su abuela.


Almorzó en un pequeño bar de tapas. No había tenido demasiada hambre y sentía que no había hecho justicia a las deliciosas especialidades con las que le habían obsequiado. Tras visitar el antiguo barrio moro de la ciudad, se vio obligada a admitir que su cuerpo ya había tenido bastante de pavimentos adoquinados y de la intensa luz del sol. Ansiaba el frescor que prometía el jardín al que daba su dormitorio.


Le abrió la puerta la misma tímida doncella que le había llevado el desayuno aquella mañana. Por suerte, no había rastro de Pedro por ninguna parte y la puerta de la biblioteca permanecía firmemente cerrada. Le preguntó a la doncella cómo podía llegar al jardín y le dio las gracias cuando la muchacha se lo hubo explicado.


Mientras estaba fuera, aprovechó la oportunidad para ir de compras y adquirir algunas prendas que complementaran las que había llevado desde Inglaterra. Dado que se alojaba en la casa de la familia de su padre, necesitaría algo más. Se había inclinado por un vestido de algodón de un precioso color crema, otro de lino azul, un par de pantalones cortos de color tabaco y un par de camisetas. Ropa fresca, práctica, fácil de llevar, con la que se sentiría mucho más cómoda que con vaqueros.


Ya en su dormitorio, se dio una ducha y se puso el vestido de color crema que resultaba muy fresco acompañado de las sandalias que se había llevado desde Inglaterra. Volvió a bajar las escaleras y encontró rápidamente el pasillo que le había descrito la doncella. Éste la condujo hacia una especie de galería que recorría todo el jardín. Acababa de salir al exterior cuando se detuvo en seco. Se había dado cuenta de que no estaba sola.


La mujer que estaba sentada en una ornamentada mesa de hierro forjado estaba tomando una taza de café. Tenía que ser la madre de Pedro. Los dos tenían los mismos ojos, aunque los de la dama eran cálidos y amables en vez de fríos como los de su hijo.


–Tú debes de ser la hija de Ana –dijo la duquesa antes de que Paula pudiera retirarse–. Te pareces mucho a ella, pero creo que también tienes algo de tu padre. Lo veo en tu expresión. Por favor, ven y siéntate a mi lado –añadió, golpeando suavemente la silla vacía que había al lado de la de ella.


Algo temerosa, Pau se dirigió hacia ella.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario