martes, 16 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 22

 


La duquesa era alta y esbelta. Su cabello oscuro estaba ya teñido de gris y lo llevaba recogido en un estilo elegante y formal. Sonrió a Paula y se disculpó.


–Siento no haber estado aquí ayer para darte la bienvenida. Pedro te habrá explicado que tengo una amiga que no se encuentra muy bien –añadió con cierta tristeza.


–Espero que su amiga se encuentre mejor –preguntó Pau cortésmente.


–Es muy valiente. Tiene Parkinson, pero hace que parezca una cosa sin importancia. Fuimos juntas al colegio y nos conocemos de toda la vida. Pedro me ha dicho que te va a llevar mañana a ver la casa de tu padre. Me habría gustado acompañaros, pero el esposo de mi amiga ha tenido que ausentarse inesperadamente por un asunto urgente y he prometido hacerle compañía hasta que él regrese.


–No importa. Lo comprendo perfectamente –dijo Pau. Dejó de hablar cuando se dio cuenta de que la duquesa estaba mirando por encima de ella hacia las sombras de la casa y sonreía–. Hola, Pedro. Estaba explicándole a Pau lo mucho que siento no poder acompañaros mañana.


Pedro.


¿Por qué le recorría aquel temblor por la espalda? ¿Por qué de repente se sentía tan consciente de su propio cuerpo y de sus reacciones, de su feminidad y de su sensualidad? Debía dejar de comportarse de ese modo. Debía ignorar aquellos sentimientos no deseados en vez de centrarse en ellos.


–Estoy segura de que Paula lo entiende, mamá. ¿Cómo está Cecilia?


Al escuchar la voz de Pedro, el corazón de Pau se aceleró de tal manera, que la hizo sentirse más nerviosa de lo que ya estaba. Se dijo que aquella reacción se debía a lo mucho que lo odiaba. Porque lo odiaba por haber traicionado a su madre.


–Está muy débil y cansada –respondió la duquesa–. ¿Por qué no te sientas con nosotras unos minutos? Llamaré para pedir café recién hecho. Pau se parece mucho a su madre con ese vestido tan bonito, ¿no te parece?


–Sospecho que Paula tiene una personalidad muy diferente a la de su madre.


–Así es, y me alegro. La bondad de mi madre sólo hizo que la trataran mal.


Pau vio que la duquesa palidecía y que la boca de Pedro se tensaba. Aquel comentario no era la clase de observación que una invitada debía hacer en casa de su anfitrión, pero ella no había pedido alojarse allí. Con eso, se dio la vuelta y se dirigió al lado opuesto del patio, deseando poner toda la distancia que fuera posible entre Pedro y ella.


La única razón por la que había elegido escaparse hacia el jardín y no hacia la casa era que para entrar en la casa habría tenido que pasar al lado de él. Sabiendo lo vulnerable que era su cuerpo, prefirió no hacerlo.


Cuando estuvo lo suficientemente alejada y oculta por las rosas, se llevó la mano al pecho para tranquilizarse. Entonces, se dio cuenta de que Pedro la había seguido.


Sin preámbulo alguno, él se dispuso a lanzar su ataque verbal y le dijo muy fríamente: 

–Puedes ser todo lo desagradable que quieras conmigo, pero no voy a consentir que hagas daño o disgustes a mi madre, en especial en estos momentos cuando no hace más que pensar en la salud de su amiga. Mi madre no te ha mostrado nada más que cortesía.


–Eso es cierto –admitió Pau–. Sin embargo, no creo que tú seas la persona más adecuada para decirme cómo debo comportarme, ¿no te parece? Después de todo, no tuviste reparo alguna la hora de interceptar la carta que le envié a mi padre –le acusó con voz temblorosa.



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