Paula ya casi se había olvidado de cómo era el ceño fruncido de Lisandro. Pero aquél era exclusivamente para ella.
Había sido un niño distinto desde que llegara a WildSprings. Más feliz, más abierto, más cariñoso. Pero no aquel día. Aquel día la miraba con odio cada vez que sus miradas se encontraban.
—Lisandro, si has terminado con el desayuno, tira los huevos a la basura y pon el plato en el fregadero, por favor —dijo Paula.
—Sí, señora —murmuró el niño mientras se bajaba de su asiento.
—Para ti es «sí, mamá», caballero.
—Los soldados dicen «señora». Es educado.
—La última vez que lo comprobé, tú no eras un soldado.
—Pero lo seré.
—¿Y qué pasó con lo de ser un científico?
—La ciencia es para los empollones.
—¿De verdad?
—Voy a ser artillero.
—¿Quieres dedicarte a disparar armas?
—Todo soldado ha de ser bueno con una pistola. Es para sobrevivir. Pedro es un soldado.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Y mi abuelo era soldado.
Paula se agarró con fuerza a la encimera. ¿Quién le había dicho eso?
—Y yo voy a ser soldado también —concluyó Lisandro con mirada desafiante.
—Al menos hasta dentro de diez años no lo serás. Hasta entonces, las únicas órdenes que recibirás serán las mías, jovencito.
—¡No! —exclamó el niño.
—¿Qué mosca te ha picado hoy, Lisandro Chaves? ¡Nunca le hablas así a nadie!
A Lisandro se le llenaron los ojos de lágrimas tras los cristales de sus gafas y se le puso la cara roja de ira.
—¿Por qué Pedro ya no viene nunca?
Eso la pilló por sorpresa. Se quedó mirándolo y su rabia se disolvió al instante.
—Solo han sido tres días, L. Probablemente esté… ocupado.
—Se suponía que iba a llevarme de excursión. Lo prometió. Pero ya no vendrá, y es por tu culpa.
—¿Quién dice que no vendrá?
—Tuvisteis una cita y ahora ya no viene.
—No. No tuvimos una cita. Fuimos juntos a una cosa de trabajo. Y no sé por qué no ha venido desde entonces. Es una coincidencia.
Genial, estaba mintiéndole a su propio hijo.
—Veré si puedo ponerme en contacto con él y preguntarle por la excursión. Tal vez ya la esté planeando. ¿De acuerdo, L? —preguntó mientras extendía los brazos.
—Gracias, mamá —murmuró el niño contra su hombro mientras la abrazaba.
—Ahora ve a por la mochila. Te dejaré en el autobús.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario