Durante tres meses había intentado controlar sus emociones con Pedro, pero eso se había terminado. Estaban hablando de algo demasiado importante.
—¿Ahora eres tú quien no tiene nada que decir? La verdad, me sorprende. Estás tan seguro de ti mismo, con tu dinero, tu poder y tu arrogancia… probablemente es la primera vez que has encontrado algo que no puedes comprar.
Paula sacudió la cabeza. ¿Era posible amar y odiar a alguien al mismo tiempo? Porque se le encogía el corazón al mirarlo y, sin embargo, lo odiaba.
—¿Cuánto tiempo llevas tomando la píldora?
—Desde que nos conocimos —contestó ella—. Cuando fui tan tonta como para creer que tú y yo podríamos tener una aventura. Después de todo, eras famoso por tus amantes. Imagina mi sorpresa cuando me pediste en matrimonio. Y yo acepté como una boba, pensando que te quería y que tú me querías a mí. Claro que enseguida me di cuenta de que tú no podías querer a nadie. Afortunadamente, ya estaba tomando la píldora.
Pedro, desde su altura, la fulminó con la mirada.
—¿Cuánto tiempo pensabas ocultarme que estabas tomándola?
—No creo que hubiera sido mucho tiempo. Tú mismo dijiste que el deseo se acaba y, siendo un hombre con tal apetito sexual, no habría tenido que esperar demasiado hasta que me hubieras sido infiel... y entonces me habría divorciado de ti sin que pudieras hacer nada —Paula lo miraba a los ojos, sin amilanarse—. Tu único error fue no pedir una separación de bienes. De modo que pensaba divorciarme y exigirte la cantidad de dinero que necesita mi familia para librarse de ti. Deberías estar orgulloso de ti mismo, Pedro, me has enseñado bien —terminó, furiosa.
—Demasiado bien, parece —murmuró él, dando un paso atrás—. Acabas de demostrarme que eres una verdadera Chaves, como tu padre. Y ahora que lo sé, no querría que fueras la madre de mi hijo aunque me pagases por ello. Pero te advierto que no voy a darte el divorcio. Nunca, Paula.
Ella lo miró, sorprendida e indignada.
—Cuando volvamos de Perú, podrás hacer lo que quieras con tu vida —añadió él.
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