jueves, 11 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 5

 


Pedro estaba furioso. Sin embargo, en vez de sentirse intimidada, Pau se sintió más exaltada por las palabras de él. De repente, un sentimiento desconocido se apoderó de ella, provocándole un escalofrío por la espalda. Pedro era un hombre de fuertes pasiones, que mantenía sometidas a un fiero control. La mujer que pudiera desatarlas tendría que ser igualmente apasionada o se arriesgaba a verse consumida en aquel fiero calor. En la cama, Pedro sería...


Escandalizada, Paula cortó rápidamente aquel pensamiento. Sintió que el rostro le ardía. ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Cómo se había atrevido a pensar de ese modo sobre Pedro?


–No deberías haber venido a España, Paula.


–Lo que quieres decir es que no querías que viniera. Bien, pues tengo noticias para ti, Pedro. Ya no tengo dieciséis años y no me puedes decir lo que tengo que hacer. Ahora, si me perdonas, me gustaría marcharme a mi hotel. No había necesidad alguna de que vinieras al aeropuerto –le dijo, con la intención de obligarlo a que se marchara–. No tenemos nada que decirnos que no pueda esperar a mañana, durante la reunión con el abogado de mi difunto padre.


Paula hizo intención de marcharse, pero él extendió rápidamente la mano y le agarró el brazo. Parecía extraño que una mano tan elegante y tan bien cuidada tuviera tanta fuerza, pero así era.


–Suéltame.


–No hay nada que yo quisiera más, te lo aseguro, pero dado que mi madre espera que te alojes con nosotros y que estará esperando nuestra llegada, me temo que eso no es posible.


–¿Tu madre?


–Sí. Ha venido especialmente de su casa de campo para alojarse en la ciudad con la intención de darte la bienvenida a la familia.


–¿La bienvenida a la familia? –repitió ella, con incredulidad–. ¿Acaso crees que yo puedo desear algo así después del modo en el que la familia trató a mi madre sólo porque era niñera y, por lo tanto, no era lo suficientemente buena como para casarse con mi padre, después del modo en que se negaron a reconocer mi existencia?


Pedro ignoró las palabras de Paula y siguió hablando como si ella no hubiera pronunciado palabra.


–Deberías haber pensado en las consecuencias de venir aquí antes de animarte a hacerlo, pero, por supuesto, a ti no te parece importante pensar en las consecuencias de tu comportamiento, ¿verdad, Paula? Ni en las consecuencias ni el efecto que tienen en otros.


–No tengo deseo alguno en conocer a tu madre. Tengo una reserva de hotel...


–Que ha sido cancelada.


No, no podía. El pánico se apoderó de ella. Pau abrió la boca para protestar, pero era demasiado tarde. Pedro la llevaba rápidamente hacia el aparcamiento. Un repentino movimiento de las personas que la rodeaban la empujaron contra Pedro. Fue inmediatamente consciente de la fuerza masculina y del calor que emanaban de su cuerpo. Se tensó. Tenía la boca seca y el corazón le latía a toda velocidad, a medida que unos recuerdos que no podía soportar parecían burlarse por los intentos de su pensamiento para negarlos.


Los dos avanzaron rápidamente bajo el tórrido sol del verano, lo que seguramente explicaba por qué el cuerpo de Paula había empezado a arder de tal manera que podía sentir el calor de su propia sangre en el rostro.


–Deberías llevar puesto un sombrero –le dijo Pedro, observándole el acalorado rostro–. Tu piel es demasiado pálida para verse expuesta a un sol tan fuerte.


Pau sabía que no era el sol, pero agradeció en silencio que él no se hubiera dado cuenta de la verdadera causa.


–Tengo un sombrero en la maleta, pero dado que esperaba ir directamente a mi hotel desde el aeropuerto en vez de ver cómo me secuestran literalmente y me obligan a estar bajo el sol, no creí necesario llevarlo en la mano.


–La única razón por la que estamos al sol es porque tú prefieres ponerte a discutir. Mi coche está allí –replicó Pedro.


Su arrogancia hizo que Paula rechinara los dientes. ¡Qué típico era que no hiciera intento alguno por disculparse, sino que tratara de demostrar que ella era la culpable! Había levantado la mano, como si fuera a colocársela en la espalda para empujarla en la dirección correcta, pero la inmediata reacción de Paula fue apartarse precipitadamente de él. No podía soportar que Pedro la tocara. Hacerlo hubiera sido como una especie de traición a sí misma que no podía soportar. Además, él era demasiado... demasiado... ¿Demasiado qué? ¿Demasiado masculino?


–Es demasiado tarde para que te comportes como una virgen temerosa que tiene miedo del contacto de un hombre –le advirtió él.


–No estoy actuando –repuso ella–. Tampoco era miedo, sino repulsión.


–Perdiste el derecho de esa clase de casta reacción hace mucho tiempo y los dos lo sabemos.



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