jueves, 21 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 11

 


Tras conocerla y observarla a ella y a su familia durante un año, había ideado dos planes para hacerla suya. Lo que no había sabido era cuándo iba a poder poner sus planes en marcha. Comprar la propiedad formaba parte de su primer plan. Pero el cielo se había abierto para él la noche anterior y le había hecho un magnífico regalo. Como resultado, estaba casi seguro de que su segundo plan estaba a punto de comenzar. Satisfecho, esperó a que sucediera lo que sabía que se avecinaba.


Paula lo miró atentamente.


—¿Y tú? ¿Has analizado atentamente mi oferta por tu terreno?


—Por supuesto.


Paula jugueteó con la correa de oro de su reloj.


—¿Y bien?


Pedro abrió las manos con expresión de pesar.


—Creo que prefiero quedarme con el terreno.


—Ya veo —Paula volvió a mirarlo. Pedro sabía que, cuando se ponía a ello, era tan buena como él enmascarando sus sentimientos. Pero también sabía que en aquellos momentos estaba pensando en la noche anterior. Bruscamente, rodeó la silla y cerró la carpeta—. En ese caso, hemos llegado a un punto muerto. No tiene sentido que sigamos hablando de ofertas y contraofertas. La reunión ha acabado.


—No del todo.


—Si tú no quieres vender y yo tampoco, no veo de qué más podemos hablar.


—¿Y si trabajamos juntos?


—¿Te refieres a desarrollar un proyecto común en nuestros terrenos?


Pedro asintió. Si Paula aceptaba, él tendría más tiempo para alcanzar su propósito, que no era otro que hacerla cambiar de opinión respecto a su plan de casarse con Darío Barón. Si no lo lograba, lo peor que podía pasar era que aún ganara muchos millones. Además, ya tenía su segundo plan dispuesto.


Paula negó con la cabeza.


—Nunca acepto socios en ningún proyecto. Ya deberías saberlo.


—Lo sé. Pero también sé que esa forma de actuar carece por completo de sentido práctico —Paula fue a decir algo, pero Pedro la interrumpió—. Lo sé, lo sé. Es lo que tu padre os enseñó a ti y a tus hermanas. Pero piensa en ello, Paula. Con todos esos acres, más un proyecto común, tendríamos un negocio formidable. Además de despachos y tiendas, podríamos añadir viviendas y zonas de ocio. Y sabes tan bien como yo que si trabajamos juntos diseñando y configurando además algunas zonas verdes, el ayuntamiento nos sonreirá con benevolencia y nos concederá permisos para lo que queramos.


—Yo no trabajo así, Pedro —Paula volvió a sentarse.


—Creo que el verdadero problema es que no sabes cómo trabajar con otros —Pedro sonrió lentamente—. Vamos, Paula. Ya eres una de las terratenientes más importante de Texas, y además tienes propiedades por todo el mundo. No creo que vayas a perder tu reputación porque te asocies con alguien por una vez. No sé si te has fijado, pero ya casi nadie trabaja solo. Además, piensa en cuánto nos divertiríamos.


—¿Divertirnos? —por unos instantes, la mirada de Paula pareció atada a la sonrisa de Pedro, a sus labios, a su hoyuelo. Pero enseguida la apartó—. Mi hermana Teresa vendió a otra compañía en su última operación y perdió millones. Eso no me va a suceder a mí.


—Y no sucederá si nos asociamos. De hecho, ganaríamos más dinero que por separado. Además, tú y yo sabemos que Teresa no «vendió». Hizo un gran trato. Pero esa situación es muy distinta a la nuestra —Pedro suavizó su tono al añadir—: Ella hizo el trato por amor. Pero ese no sería nuestro caso, ¿verdad?


—No, claro que no —contestó Paula de inmediato.


—¿Entonces?


—No, Pedro.


—¿Sabes qué? Creo que ese «no» tuyo es automático, como tantas otras cosas en ti.


—¿Qué quieres decir?


—Todo lo que te estoy pidiendo es que no rechaces mi idea directamente. Piensa en ello —Pedro se levantó y colocó sobre el escritorio otra carpeta que llevaba consigo—. Aquí hay varias ideas que he esbozado. Estúdialas con mente abierta y creo que verás los beneficios de trabajar juntos —alzó una mano y deslizó los dedos con delicadeza por la mejilla de Paula. Ella se sobresaltó ligeramente—. Cuídate —murmuró Pedro con una sonrisa. Luego se volvió y caminó hacia la puerta tan lentamente como pudo. Lo último que quería era despertar sus sospechas.


Tenía la mano en el pomo de la puerta cuando Paula lo detuvo.


—Espera. Hay algo… hay una cosa más sobre la que me gustaría hablar contigo.


Pedro soltó el aliento contenido y se volvió con una simulada expresión de sorpresa en el rostro.


—Ah, ¿sí? ¿De qué se trata?



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