miércoles, 6 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 11

 


Aunque Pedro odiaba que las palabras de Paula tuvieran tanto sentido, después de varios días de analizar el bienestar de su hijo, supo que tenía razón. O estaba dentro o fuera de la vida de Matías. No había término medio. Pero tenía que considerar de qué manera podría afectar a su carrera el hecho de reconocer esa paternidad. Estaba seguro de que si la verdad salía a la luz, ya podía despedirse de sus posibilidades de llegar a ser presidente ejecutivo de la empresa. La junta lo consideraría un conflicto de intereses directo y flagrante. Desde que averiguaran que la explosión en la refinería había sido por la manipulación del equipo, todos se habían mostrado prestos en señalar a Chaves Energy… a pesar de que hasta el momento no habían podido presentar ninguna prueba de semejante conexión.


Pero lo más importante era que Pedro no tenía idea de cómo ser padre… al menos no uno bueno. Lo único que sabía con certeza era que no quería parecerse un ápice a su propio padre, quien solo aceptaba la perfección y estallaba en un ataque de ira si alguien se atrevía a quedarse corto ante las expectativas utópicas que planteaba.


Pedro era como su padre, tenía demasiada ira contenida como para soslayar la posibilidad de que sería un padre horrible. Sin embargo, no podía olvidar que había un niño al que había traído al mundo que compartía la mitad de su código genético. Al menos debía intentarlo. Y si no podía estar ahí para Matías, a pesar de que Paula afirmaba que no necesitaban su dinero, se encargaría de que el pequeño estuviera cubierto económicamente el resto de la vida.


El miércoles por la tarde llamó a Paula para preguntarle si podía pasarse a verla para hablar.


–¿Qué te parece esta noche a las ocho y media? Después de que Matías se acueste.


–¿Sigues sin dejarme verlo?


–Sí, hasta no saber qué tienes que decirme.


Era justo.


–Nos vemos a las ocho y media, entonces.


Nada más colgar, el director financiero de la empresa llamó a la puerta de su despacho.


Le hizo un gesto para que pasara.


–Lamento interrumpir –comentó Emilio, entregándole un pequeño sobre blanco–. Solo quería dejarte esto.


–¿Qué es?


–Una invitación.


–¿Para…?


–Mi boda.


Pedro rio, pensando que debía tratarse de una broma.


–¿Tú qué?


Emilio sonrió.


–Ya lo has oído.


Pedro no conocía a nadie más vehemente en contra del matrimonio. Se preguntó qué diablos había pasado.


Dominado por la curiosidad, abrió el sobre y sacó la invitación. Se quedó boquiabierto al reconocer el nombre de la novia.


–¿Se trata de la Elizabeth Winthrop, que fue acusada de fraude financiero?


–Al parecer no has estado viendo las noticias. Todos los cargos fueron retirados el viernes pasado.


Aquel día había trabajado hasta tarde antes de ir a la fiesta y desde entonces prácticamente solo había pensado en Paula y en su hijo.


No recordaba haber encendido el televisor ni haber abierto un periódico.


–¿Y ahora te casas con ella?


Sí.


Pedro movió la cabeza.


–¿Su marido no murió hace unos meses?


–Es una larga historia –indicó Emilio.


Le sorprendía no haberse enterado hasta ese momento. Pero, como él, Emilio era una persona muy reservada. Y Pedro no podía sentirse más feliz de que hubiera encontrado a alguien con quien quisiera pasar el resto de su vida.


–Estoy impaciente por oírla –comentó.


Emilio sonrió.


–A propósito, leí tu propuesta. Me gustaría establecer una reunión con Adrián para repasar los números. Probablemente, la semana que viene.


–Que lo arreglen nuestras secretarias.




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