Observó desde la ventana principal hasta que se marchó, luego salió y cruzó el césped hasta la casa de al lado, frotándose los brazos contra el frío. Llamó a la puerta y casi de inmediato Juana Sorensen, su vecina y buena amiga, abrió con expresión preocupada.
–¿Va todo bien? –le preguntó al hacerla pasar.
Matías estaba sentado en el suelo del salón con Martina, la hija de quince meses de Juana. Paula no había sabido cuál sería la reacción de Pedro, así que le había parecido mejor dejar a Matías fuera de la escena.
–Todo va bien.
Cuando el pequeño oyó su voz, chilló y gateó en su dirección, pero entonces se distrajo con el juguete que Martina aporreaba contra la mesita de centro y cambió de curso.
–Se te veía realmente alterada cuando me lo trajiste. Estaba preocupada.
–Hoy me topé con el padre de Matías. Desconozco si quiere figurar en el cuadro general. Quería hablar y consideré que sería mejor que Matías no estuviera presente.
–¿Qué sientes al respecto?
–Cosas encontradas. Me encantaría que Matías conociera a su padre, pero al mismo tiempo siento como si lo preparara para que lo decepcionaran. Como sea la mitad de malo que mi padre…
–Es justo que le brindes una oportunidad –expuso con firmeza, mirando a su hija, que forcejeaba con Matías por un oso de peluche–. Un bebé necesita un padre.
Aunque Martina apenas veía al suyo.
Simón Sorenson era un cirujano ocupado que a menudo se marchaba de la casa antes de que el bebé despertara y regresaba una vez que ya estaba dormida. Si tenían suerte, ambas podían verlo unas horas los domingos entre las rondas en el hospital y el golf. Era mayor que Juana y había criado hijos de un primer matrimonio. No cambiaba pañales ni limpiaba el desorden, y ni una sola vez se había levantado a medianoche para alimentar a su hija. El escenario tocaba una cuerda familiar y perturbadora para Paula. Una que se negaba aceptar para Matías.
–La pelota está en su lado de la pista ahora –dijo Paula. Y si Pedro quería algo inferior a lo que era mejor para Matías, lo suprimiría de la vida de su hijo sin pestañear.
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