martes, 2 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 19





Pedro estuvo a punto de morderse la lengua por la sorpresa y el impacto del zapato de Pau al conectar con su espinilla.


Pedro, cariño... me encantaría bailar —Pedro titubeó, tratando de calibrar si podía andar—. Oh, por favor, cariño —casi ronroneó mientras le pasaba las uñas por el dorso de la mano con una eficacia seductora que pudo con el dolor palpitante que él experimentaba en la pierna izquierda y le sensibilizó una sección superior de su anatomía—. Después de todo, esta es nuestra canción.


—Claro, mi amor. Lo acabo de notar —asió la mano de Pau y le sonrió a sus acompañantes—. Si nos disculpan...


—¡Por supuesto, por supuesto! —animó sir Frank—. Yo ya no puedo bailar, pero aún soy capaz de apreciar lo agradable que es tener a una mujer hermosa en brazos.


—Más probablemente al viejo verde le gustaría tenerla tumbada —musitó Pau cuando salieron a la pista de baile poco iluminada—. ¡Si no me hubiera apartado de esos dos creo que habría vomitado! Dios mío, se la come con los ojos como si fuera un adolescente encendido. ¡Aunque ella tampoco es mejor! —exclamó acalorada—. ¡Le mete las tetas en la cara al mismo tiempo que te seduce a ti! ¡Y tú la animas, maldita sea!


—¡En absoluto! Lo más que he hecho ha sido hablar con ella.


—Exacto.


—Sé razonable, Pau, no puedo ignorarla. Además, coquetear para Rebeca sólo es un juego. Podría gustarle ganar, claro, pero lo más importante es la persecución.


—¿De verdad? —lo miró con expresión sarcástica—. ¡Bueno, por si no has notado sus
ladridos, ha salido en pos del zorro!


Así como siempre había apreciado el humor de Pau, empezaba a ser consciente de que había pasado por alto otras cosas de ella. Por ejemplo, el modo seductor en que su cuerpo se entregaba al ritmo de la música. Ello implicaba que, dada la irritación y preocupación que sentía con los Mulligan, resultaba improbable que pensara de forma consciente en su papel de mujer felizmente casada y, por ende, la fluidez y suavidad con que se movía alrededor de la pista debía ser instintiva. Era un concepto más excitante que interesante, ya que sus leves; pero tentadoras curvas se pegaban a él de una manera que disparaba sus instintos más bajos.


—Pedro... ¿me prestas atención?


—Más que nunca.


—Bien. Entonces no bajes la guardia con Rebeca —suspiró; eso alzó sus pechos y la frecuencia cardíaca de él—. Por algún motivo los hombres tienen la costumbre de subestimar de lo que es capaz una mujer.


«Dímelo a mí», pensó, y sus dedos anhelaron comprobar si su cuello era tan suave como sus hombros desnudos.


—Deja de preocuparte, Pau. Podré ir por delante de Rebeca. Aunque no debemos olvidar que es el tipo de mujer que si se siente rechazada, podría decirle algo a sir Frank y fastidiamos el negocio para vengarse.


—¿Debo sorprenderme?


—Lo único que te digo es que sería inteligente que dejaras de provocarla cada vez que abres tu linda boquita.


—¿Yo? —abrió mucho los ojos. ¿Qué yo la provoco? Pedro Alfonso, ¿has llevado tapones en los oídos toda la noche? No ha dejado de dispararme perdigones desde que fue a recogernos. No he hecho nada deliberado para agitarla.


—¿De verdad? Entonces el beso que me diste en el exterior de la cabaña no fue para provocarla, sino para excitarme a mí, ¿no?


—¿Qué te...? ¡No seas ridículo! ¡Por el amor del cielo, ese beso no fue peor que el que tú me diste en el aeropuerto!


—Coincido contigo en un punto —dijo, fascinado por el súbito rubor que encendió sus
mejillas y el énfasis en su negativa—. En absoluto fue peor. De hecho, he de decir que
tu técnica ha mejorado en sólo unas horas.


—¿Perdón?


—Bueno, había bastante diferencia entre la estatua de boca cerrada que besé en el aeropuerto y la mujer que me aplastó contra la puerta de la cabaña.


—Hmm... eso se debe a que en la cabaña no estaba catatónica por la sorpresa; ya sabía lo que sucedía.


«Bueno, pues al menos ya es uno», pensó Pedro, porque en ningún momento supo qué lo
había golpeado. Desde el instante en que su boca se había posado en la suya, sintió como si lo hubieran electrocutado. Al mirar sus labios levemente entreabiertos se preguntó si repetir el ejercicio demostraría de forma concluyente si había sido la mujer o las circunstancias las responsables de que su pulso se disparara.


Cuando por voluntad propia su dedo pulgar rozó el labio inferior de Pau en el instante en que ella se lo humedecía con gesto nervioso, Pedro supo que tenía que averiguarlo. Pero no quena que en esa ocasión ninguno tuviera la excusa de estar desprevenido.


Paula no pudo contener un ligero jadeo de sorpresa cuando Pedro bajó la cabeza y comenzó a juguetear con el lóbulo de su oreja, y si el brazo que le rodeaba la cintura no se hubiera tensado en ese preciso momento, sin duda se habría desplomado en el suelo. 


Esforzándose por superar las caóticas respuestas de su cuerpo ante la representación demasiado convincente de un marido amante, sin éxito trató de retirarse un poco.


—¿Eh... Pedro... Hmm... no te estás excediendo... un poco? —logró soltar.


—Shhh —susurró; recordó las palabras de ella y añadió—: No hagas nada.




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