domingo, 19 de abril de 2020
CITA SORPRESA: CAPITULO 12
Tres horas más tarde, Paula estaba desesperada. Había copiado cientos de cartas y Pedro, que no tenía ninguna misericordia por su resaca, le encargó un informe antes de salir a comer con un cliente.
–Quiero ese informe en mi mesa para cuando vuelva –le dijo, a modo de despedida.
Paula soltó todos los papeles sobre su escritorio. ¿De verdad iba a seguir trabajando con aquel
monstruo?
Habría podido jurar que estaba disfrutando de su desgracia. Estaba segura de que muchas de
aquellas cartas podrían haber esperado y de que sólo lo hacía para castigarla. Era increíble pensar que, durante un momento y debido al vino, la noche anterior lo encontró vagamente atractivo.
Necesitaba otro café, se dijo.
A pesar de que a Pedro no le gustaba nada que sus empleados charlasen en la oficina, sabía que la máquina de café era un centro de reunión. Por supuesto, era posible que aquellas dos mujeres del departamento administrativo estuvieran hablando de trabajo, pero lo dudaba.
Porque se callaron en cuanto se acercó.
–Estoy desesperada –sonrió Paula, echando una moneda.
–¿Y eso?
–Tengo resaca. No pienso beber nunca más en toda mi vida.
Sus contertulias eran Eliana y Susana. Siempre habían sido amables aunque frías con ella, pero
notó que se animaban al oír lo de la resaca.
–¿Qué tal te va con Pedro? –le preguntó una de ellas... ¿Susana?
–No creo que pueda llegar nunca a la altura de Alicia –suspiró Paula–. ¿Es tan perfecta como
dice Pedro?
Susana y Eliana se lo pensaron un momento.
–Es muy eficiente –dijo Eliana, aunque no parecía muy entusiasmada.
–Finn confía mucho en ella.
–¡Pues debe de ser una santa para aguantar a ese hombre!
No debería haber dicho eso. Las dos mujeres se miraron, sorprendidas.
–Es muy simpático –murmuró Eliana.
–Es el mejor jefe que he tenido nunca. La mayoría de los empleados llevan aquí años y años. En otras empresas, la gente se marcha a la primera de cambio, pero aquí no. Pedro espera que uno trabaje, pero siempre hace comentarios halagadores y eso es importante.
–Te trata como a un ser humano.
Paula las miró, perpleja.
–Por supuesto, Alicia siente devoción por él –elijo Susana–. Entre tú y yo –añadió en voz baja–,creo que espera ser algo más que su secretaria.
–¿Ah, sí? –murmuró Paula, sorprendida e incomprensiblemente irritada–. ¿De verdad?
–Pero Pedro no ha superado la muerte de su esposa y no creo que piense casarse de nuevo –dijo Eliana.
–Ana era una persona encantadora. Era muy especial –afirmó Susana.
–Entonces Pedro era diferente. La adoraba y ella lo adoraba a él. Su muerte fue una verdadera tragedia.
–¿Qué pasó? –preguntó Paula.
–Chocó contra un conductor que iba bebido... y la pobre nunca salió del coma. Pedro tuvo que
tomar la decisión de desconectarla de la máquina, fíjate qué horror.
Susana dejó escapar un suspiro.
–Te puedes imaginar lo duro que fue eso para él. Además, tenía a Ariana... ella también iba en el
coche, aunque afortunadamente salió ilesa.
–La pobre niña no dejaba de llorar llamando a su madre.
Paula se había llevado una mano al corazón.
–Qué pena.
–Desde entonces, Pedro ha cambiado. Cuando Ana murió se encerró en sí mismo. Lo único
que le importa verdaderamente es su hija y no deja que nadie se acerque. Ha seguido llevando la empresa, pero yo creo que es más por los empleados que por otra cosa.
–Todos esperamos que vuelva a casarse –dijo Susana–. El pobre merece ser feliz otra vez y Ariana necesita una madre, así que a lo mejor Alicia tiene una oportunidad... Es un poco fría, pero yo la encuentro muy atractiva, ¿no te parece, Eliana?
–Sí, y además es muy elegante.
–Y debe de conocerlo bien después de trabajar con él durante tantos años. Yo creo que sería
una buena esposa para Pedro.
Paula no estaba tan segura de que Alicia pudiera ser una buena esposa para Pedro Alfonso. Él era frío, serio, eficiente... lo que necesitaba era ternura y risas.
Aunque eso no tenía nada que ver con ella, claro. Sin embargo, no podía dejar de pensar en
la tragedia. Lo imaginaba al lado de su esposa en el hospital, con el respirador artificial
insuflando aire a sus pulmones... rezando para que abriese los ojos, intentando explicarle a su
hija por qué mamá no iba a volver...
–Ahora entiendo que me mirase con esa cara de horror cuando pedí la última copa –le dijo a
Isabel por la tarde–. Me siento fatal. El pobre ha tenido que vivir un drama terrible.
–No lo hagas –dijo su amiga.
–¿Que no haga qué?
–No te metas en eso.
–No me estoy metiendo en nada –se defendió Paula–. Es que me da mucha pena.
Isabel dejó escapar un suspiro.
–Paula, tú sabes cómo eres. Si algo o alguien te da pena lo pones todo patas arriba para
ayudarlo. Pero a veces no puedes hacerlo. También te daba pena Sebastian y mira lo que pasó.
–Esto es diferente. Pedro no está intentando utilizarme. Él no me ha contado la historia de su
mujer, han sido otros. A lo mejor ni siquiera quiere que lo sepa.
–Sólo quiero que no te pase lo de siempre: alguien te da pena, quieres ayudarlo... y te
enamoras –insistió Isabel–. Debes admitir que ese es tu patrón de comportamiento y esta vez
puedes acabar con el corazón roto. Sería mucho peor que Sebastian. Nunca podrías compararte con su perfecta esposa, Paula. Sólo serías la segundona.
–¡Por favor, Isabel! Cualquiera diría que voy a casarme con él. Sólo estoy diciendo que ahora
entiendo que sea tan cerrado.
–Bueno, tú ten cuidado. No te gustaba cuando lo creías felizmente casado y sigue siendo el
mismo hombre. Ser viudo no es excusa para tener tan mal genio ¿no te parece? Dices que han pasado seis años desde que murió su mujer y yo creo que es tiempo suficiente para superarlo. No dejes que se aproveche de ti, ¿de acuerdo?
Paula no dijo nada porque empezaba la serie ER, su favorita, pero después pensó en lo
que Isabel le había dicho. Su amiga podía parecer la típica rubia tonta a veces, pero en lo que se refería a relaciones sentimentales, tenía la cabeza sobre los hombros.
Por supuesto, era una tontería sugerir que ella podría enamorarse de Pedro Alfonso. Lo que sí
podía hacer era comprenderlo... y hacerle la vida más fácil. Sería amable, discreta y eficiente. Si
lo que ella podía aportar era un ambiente de trabajo agradable, lo haría. Eso no tenía nada que ver con enamorarse de él. Sin embargo, cambiar el ambiente de trabajo estaba muy bien en teoría, pero en la práctica resultaba más difícil.
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