martes, 7 de abril de 2020

RECUERDAME: CAPITULO 41




—Gracias por recibirme, signora Alfonso —dijo Paula, intentando armarse de valor—. Sé que mi visita es una sorpresa para usted.


—Desde luego que sí —Celeste Alfonso la llevó a un salón tan magníficamente decorado que casi daba miedo y le hizo un gesto para que se sentara en un sofá de terciopelo blanco.


¿Cómo lo hacía?, se preguntó Paula. ¿Cómo podía tener ese aspecto inmaculado? ¿Nunca se le salía un pelo del moño? ¿Nunca se le corría la máscara de pestañas o se le rompía un tacón del zapato?


Celeste cruzó elegantemente las piernas, puso las manos sobre el regazo y esperó, levantando un poco sus bien depiladas cejas.


No iba a ponérselo fácil, estaba claro.


—Primero, debo decirle que he recuperado la memoria —empezó Paula—. Recuerdo todo lo que ocurrió el año pasado, incluso el accidente. Y, por supuesto, a mi hijo.


—Entonces, supongo que debería felicitarte.


—Entiendo que tenga reservas sobre mí, signora Alfonso, porque, como ha dicho en más de una ocasión, yo no soy nadie y Pedro es un hombre muy rico.


—¿Dónde quieres llegar, Paula? ¿Estás pidiendo que perdone tus errores?


—No —contestó ella—. Yo no he hecho nada que requiera su perdón.


—¿Entonces por qué has venido?


—Para dejar las cosas claras de una vez por todas sobre mí yo no he tenido la suerte de vivir en un mundo privilegiado ni tengo grandes títulos académicos, pero soy una persona inteligente y no me avergüenzo de mis padres porque ellos me enseñaron la diferencia entre el bien y el mal. Mis padres no eran ricos, pero sí eran personas justas.


—¿Y por qué vienes a desnudarme tu alma ahora?


—Porque lo crea usted o no, entre Yves Gauthier y yo no hubo nada más que una buena amistad. Los dos éramos canadienses y ésa era nuestra única conexión. Estoy enamorada de Pedro, lo he estado desde el día que lo conocí y siempre lo estaré. Nuestro matrimonio no ha sido fácil y tampoco esos últimos meses, pero somos un equipo —Paula tragó saliva—. Y no voy a dejar que nada se interponga entre nosotros. Ni otro hombre ni un accidente que pudo costarme la vida... ni usted, signora Alfonso.


La madre de Pedro asintió con la cabeza.


—Ya veo. ¿Eso es todo?


¿Era un brillo de respeto lo que veía en sus ojos?, se preguntó Paula. Animada por esa posibilidad, siguió:
—No, no es todo. Si algún día mi hijo me dijera que va a casarse con una mujer porque la ha dejado embarazada, mi reacción inicial sería de preocupación. Podría pensar que la chica había querido atraparlo, que había querido entrar en su círculo social...


Ah, veo que tenemos algo en común después de todo.


Lo que tenemos en común, signora Alfonsoo, es que las dos queremos a Pedro y a Sebastian. No estoy pidiéndole que me quiera a mí también, pero ¿no podemos olvidar nuestras diferencias y tener una relación más cercana basada, si no en el afecto, sí en el mutuo respeto?


—No lo creo —contestó Celeste. Esa respuesta, pronunciada con lo que parecía total convicción, desanimó a Paula—. No creo que sea posible —añadió la madre de Pedro, con una sombra de sonrisa—si insistes en llamarme signora
Alfonso.


—¿Qué?


Mamá sería un poco prematuro, por supuesto. ¿Pero no crees que podrías llamarme Celeste?




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