martes, 7 de abril de 2020
RECUERDAME: CAPITULO 42
Pedro llevaba dos horas paseando de un lado a otro. No debería haberla dejado ir sola, pensaba.
Él quería a su madre, pero la conocía bien y sabía que podía ser muy orgullosa. Y aunque Paula parecía segura de sí misma, él sabía también que aún era una mujer frágil, vulnerable.
Pero cuando por fin volvió al ático, lo único que dijo fue que se lo contaría todo más tarde porque tenían que irse al aeropuerto lo antes posible.
Una vez en el coche, Paula se dejó caer sobre el asiento, estirándose primorosamente la falda.
—¿No vas a contármelo?
—No —contestó ella—. Lo único que quiero es llegar a Pantelleria lo antes posible para ver a mi niño.
—Por lo menos dime que no ha sido horrible.
Paula le dio un golpecito en la pierna.
—¿Tú ves sangre en alguna parte?
—No, pero no lo esperaba. Mi madre no necesita infligir heridas, puede partir a una persona por la mitad con una sola mirada.
—Pero yo aprendí hace,muchos años a soportar ese tipo de miradas, cariño —rió ella—. Y tú deberías saberlo.
—Estoy empezando a pensar que no sé nada de ti. ¿Desde cuándo mi dulce esposa se ha convertido en una guerrera?
Paula se inclinó hacia delante para darle un beso en la mejilla.
—Desde que su marido le dijo que la quería.
—¿Cómo no voy a quererte? —murmuró él, emocionado—. Me abrumas, querida Paula. No conozco a nadie con un corazón tan grande y, gracias a Dios, me lo has dado a mí. Aunque al principio estaba demasiado ciego como para ver lo afortunado que era.
—No es cómo se empieza sino cómo se acaba —dijo ella sabiamente—. Estamos juntos y pronto estaremos de nuevo con nuestro hijo. Para mí, eso es lo único importante. Háblame de él, Pedro. ¿Cómo está ahora? ¿Sigue teniendo tanto pelo?
—Ha crecido, como puedes imaginar, y ya tiene dos dientes...
—¿Dos dientes?
—Y ya empieza a gatear. Pero sus ojos siguen siendo tan azules como los tuyos y su pelo es tan oscuro y tan rizado como siempre.
—Estoy deseando verlo —murmuró Paula, llevándose una mano al corazón—. ¿Crees que me reconocerá?
—Pronto lo descubriremos, amore —sonrió él, cuando el coche llegaba al aeropuerto—. Tardaremos poco en llegar a Pantelleria.
Pero cuando subió al jet se llevó la sorpresa de su vida. Porque sus padres estaban allí, tomando una copa de champán.
—Pero bueno...
—Ah, por cierto —lo interrumpió Paula—. He invitado a tus padres a cenar con nosotros en la isla.
—Pensé que ibais a quedaros en Milán unos días.
—Hemos cambiado de planes a última hora —sonrió su madre.
—He organizado una cena para seis tus padres, Juliana y Lorenzo, que ya están en Pantelleria, y nosotros —sonrió Paula—. Llamé a Antonia esta mañana para avisarla. Yo creo que toda la familia debería reunirse para celebrar esta ocasión, ¿no te parece?
—¿Una copa de champán, hijo? —sonrió su padre.
—Me parece que necesito algo más fuerte —rió Pedro—. Prefiero un whisky.
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