domingo, 5 de enero de 2020
HEREDERO OCULTO: CAPITULO 12
Tía Helena estaba embadurnada de harina hasta los codos, pero el brillo de sus ojos y la fuerza con la que trabajaba la masa que tenía entre las manos bastaron para dejar claro lo que pensaba de que Pedro fuese a quedarse allí.
No le hacía ninguna gracia, pero tal y como Paula le había dicho mientras Pedro hacía las llamadas, no tenían elección. O Pedro se quedaba allí unos días, o intentaría llevárselos a Dany y a ella de vuelta a Pittsburgh.
Había una tercera posibilidad: que Pedro se marchase solo a Pittsburgh, pero sabía que si la planteaba solo conseguiría iniciar una discusión. Si se negaba a permitir que Pedro pasase tiempo con su hijo, fuese donde fuese, lo único que conseguiría sería enfadarlo y provocar que utilizase su poder y el dinero de su familia.
¿Y qué significaba eso? Una dura batalla por la custodia del niño.
Ella era una buena madre y sabía que Pedro no podría quitarle a su hijo esgrimiendo lo contrario, pero tampoco quería engañarse, sabía lo influyente que era la familia Alfonso. Y Eleanora era capaz de cualquier cosa.
Así que tenía que intentar evitar un enfrentamiento por la custodia y hacer lo posible porque Pedro estuviese contento y Dany, con ella.
Aunque eso significase permitir que su ex volviese a entrar en su vida, en su negocio y, posiblemente, hasta en su casa.
Se limpió las manos con un paño y le preguntó:
–¿Y tus cosas? ¿No necesitas ir a casa por ellas?
Pedro se encogió de hombros.
–Me van a mandar algo de ropa. Y seguro que todo lo demás puedo comprarlo aquí.
Colgó la chaqueta en una percha al lado de la puerta, donde tía Helena y ella dejaban los delantales cuando no los estaban utilizando, luego fue hasta el moisés que había vuelto a sacar de la despensa. Dany dormía dentro.
–Lo único que queda por decidir –comentó Pedro, mirando a su hijo y alargando la mano para acariciarle la mejilla con un dedo–, es dónde voy a alojarme.
Paula abrió la boca, a pesar de no saber lo que iba a decir, pero Helena la interrumpió.
–Es evidente que no vas a quedarte en mi casa –anunció directamente.
La clara antipatía de su tía hacia Pedro hizo que Paula se sintiese culpable y que desease disculparse, pero en el fondo agradeció que Helena hubiese dicho lo que ella no era capaz de expresar.
–Gracias por la invitación –respondió Pedro divertido, haciendo una mueca– pero no podría abusar de su amabilidad.
Era típico de él, tomarse aquella grosería de Helena con tanta calma. Aquellas eran cosas que nunca lo habían perturbado, sobre todo, porque Pedro sabía quién era, de dónde venía y qué podía hacer.
Además, tía Helena siempre lo había odiado. Y eso, en parte, era culpa de Paula, que se había presentado en casa de su tía dolida, enfadada, rota y embarazada de su exmarido.
Después de haberle contado la historia de su complicado matrimonio, el posterior divorcio, el inesperado embarazado y la necesidad de encontrar un lugar donde vivir, en la que Pedro había desempañado el papel de malo de la película, la opinión que su tía tenía de él había caído en picado. Desde entonces, el único objetivo de tía Helena había sido no volver a ver sufrir a su sobrina.
Paula todavía estaba intentando disculparse cuando Pedro dijo:
–Había pensado que me recomendaseis algún hotel agradable.
Paula y Helena se miraron.
–Supongo que va a tener que ser el hostal El Puerto –le dijo Helena–. No es nada del otro mundo, pero la otra opción es el motel de Daisy, que está en la carretera.
–Hostal El Puerto –murmuró Pedro, frunciendo el ceño–. No sabía que hubiese una extensión de agua tan importante por aquí como para necesitar un puerto.
–No la hay –le contestó Paula–. Es una de esas rarezas de los pueblos que nadie puede explicar. No hay ningún puerto cerca. Ni siquiera un arroyo ni un río que merezcan la pena ser mencionados, pero el hostal El Puerto es uno de los hoteles más antiguos de Summerville y está todo decorado con faros, gaviotas, redes de pescador, estrellas de mar…
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