domingo, 27 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 30

 


Mientras él desaparecía por las escaleras, echó una ojeada al apartamento. No tenía nada que ver con el que había conocido un año antes. Había sido remodelado y modernizado. Luminosa y espaciosa, la cocina era espectacular.


–¿Qué te parece? –preguntó Pedro.


–Felipe ha hecho un buen trabajo.


–Desde luego –se acercó a ella vestido únicamente con una toalla alrededor de la cintura.


–¿Qué haces? –Paula lo miró fijamente. Se había afeitado y duchado. Y estaba fantástico.


Las gotas de agua caían por el pecho, marcando aún más los tonificados músculos. Paula se derretía por dentro. No había nada comparable a la combinación de Pedro y agua.


–Necesito plancharme la camisa –Pedro parecía sorprendido ante la pregunta.


«No resulta sexy. Ver a un hombre vestido con una toalla y planchando no resulta sexy».

 

Sin embargo, ni los pechos ni el centro íntimo de Paula estaba recibiendo el mensaje.


–Voy a familiarizarme con tu coche –tenía que salir de allí.


Encontró las llaves y se dirigió al coche aparcado en la calle. Arrojó la bolsa que contenía el vestido y los zapatos a la parte trasera y buscó el limpiaparabrisas.


–Allá vamos –Pedro se sentó a su lado con una traviesa sonrisa dibujada en el rostro.


Paula mantuvo la mirada fija en la carretera. Hacía tiempo que no había visto a Pedro vestido de traje y si lo miraba en esos momentos tendrían un accidente. Mortal.

 

Pedro parecía haber resucitado y cuando pararon en la tienda de lencería, todo rastro de resaca había desaparecido. Se movía a sus anchas entre las prendas de seda y raso y levantó un par de ella en alto, mostrándose sorprendido ante el gesto airado de Paula.


–¿No podrías quedarte avergonzado en un rincón como cualquier hombre normal?


–¿Y perderme todo esto? De eso nada –Pedro rió al ver cómo se sonrojaba Paula–. De acuerdo, iré a echar un vistazo a los biquinis. ¿Contenta?


Diez minutos después, Paula suspiraba en el interior del probador. Imposible. No había ningún sujetador en el mundo que pudiera llevarse bajo ese vestido. Iría al descubierto.


Afortunadamente, el vestido llevaba un echarpe.Paula se volvió hacia la dependienta.


–Me siento fatal por no comprar…


–No se preocupe, su marido está ahí fuera comprando toda la tienda.


–¿En serio? –¿su «marido»?


–Desde luego no tiene la menor duda sobre su talla –la mujer asintió.



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