domingo, 27 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 29

 


Al fin se durmió y sólo despertó cuando oyó a Felipe apremiando a Mauricio para que se apresurara. Miró la hora y vio que eran más de las diez. Los chicos se iban un par de días a Mánchester para visitar a la familia de Mauricio y les aguardaba un largo trayecto en coche.


Se vistió y bajó las escaleras sonriendo ante el aspecto de Felipe.


–¿Has trasnochado?


–Resaca –gruñó él.

 

Paula le acompañó hasta el coche. Mauricio intentaba encajar una enorme maleta y otras veinte bolsas mientras protestaba por la cantidad de equipaje que Felipe se empeñaba en llevar.


–En el fondo le gustan mis gustos caros –Felipe suspiró.


–Pues claro –Felipe tenía gustos caros, pero también era muy divertido–. Que lo paséis bien.


–No vuelvas a desaparecer –habitualmente, Felipe tenía un gesto muy risueño, pero en aquella ocasión la miró muy serio.


Durante los meses que había pasado en el sur, no había contactado con él, pero Felipe no se lo había reprochado. Simplemente le había abierto su puerta para dejarla entrar.


–No lo haré –le aseguró Paula con intención de cumplir la promesa.


–¿Vas a despertar al Bello Durmiente? –el brillo regresó a los ojos de Felipe.


–Supongo –contestó ella.


–No hagas nada que yo no haría.


Felipe le guiñó un ojo y ella lo despidió con la mano antes de regresar al apartamento y contemplar el tronco inmóvil que seguía durmiendo en el sofá rodeado de botellas vacías.


Puso en marcha la cafetera, sirvió una taza de café bien fuerte y regresó al salón.


–Despierta, Pedro –lo llamó mientras sujetaba la taza bajo la nariz del durmiente.


–Esto es un sueño –él abrió un ojo y lo cerró enseguida.


–No, no lo es.


–Es verdad –Pedro volvió a abrir los ojos–. Si estuviera soñando, tú estarías desnuda.


Pedro, tienes que levantarte. Llegarás tarde a la boda de tu padre.


–No voy a ir –gruñó él.


–¿Cómo?


–Escucha –Pedro suspiró–, no tengo ningún interés en ver cómo mi padre se casa de nuevo.


Pedro –ella sacudió la cabeza–. ¿No eres el padrino?


–Ya lo he sido. En dos ocasiones. No voy a repetir.


Pedro, es tu padre –ella no podía creerse que fuera a faltar. Lo lamentaría. Estaba segura.


–¿Y? No conozco a la familia de la novia y no habrá casi nadie de la mía. No será divertido, Paula, y todo habrá acabado en un año, dos como mucho. ¿Qué sentido tiene?


–No se trata de divertirse. Se trata de estar allí –Paula hizo una pausa.


–No voy a ir –Pedro levantó la cabeza del sofá, junto con la voz–. Resultan muy irritantes.


–Deberías dar gracias por tener unos padres que te irriten.


–Tenías que recurrir a ese golpe tan bajo, ¿verdad? –él volvió a apoyar la cabeza.


–Sí –Paula le ofreció la taza–. Tómatelo. Te llevaré a tu casa y luego a la boda.


–Soy perfectamente capaz de conducir.


–¿Con todo lo que debiste beber anoche? ¿Tanto como para no poder caminar tres manzanas hasta tu casa? No creo que lo hayas eliminado aún de tu sangre.


–No bebí tanto. En cualquier caso no lo suficiente.


–Pues por cómo hueles, creo que superaste tu límite.


Pedro gruñó, incapaz de ocultar su diversión. Cierto que apestaba, pero por culpa de la copa de whisky escocés que se había derramado por encima. Una lamentable pérdida. Phil había insistido en continuar la velada hasta tarde, el muy zorro. ¿Se había dado cuenta de que no tenía ninguna gana de regresar a su casa? Le había echado una manta por encima, diciéndole que hacía demasiado frío, o humedad, o que era tarde, para regresar a su casa a pie. Y había dormido mejor en el pequeño sofá de lo que había hecho desde hacía días en su enorme cama. Sólo con saberla cerca y que volvería a verla por la mañana…


–Volveré a mi casa andando –necesitaba aclarar sus ideas. Algo no iba bien en su cabeza.


–Te acompaño.


–¿Por qué? –Pedro se sintió inexplicablemente más animado.


–Porque tengo la sensación de que no aparecerás por la boda y creo que sería un error.


–¿Y cómo piensas impedírmelo? –él la miró adormilado. La boda le importaba un bledo.


–Te voy a llevar.


–¿Te estás invitando a la boda de mi padre? –el corazón de Pedro dejó de latir.


–Pues sí –ella alzó la barbilla–. ¿Por qué no?


¿Por qué no? Esa mujer no tenía idea de lo poco que había faltado para que cediera a sus instintos básicos y la tomara en brazos. El corazón dio un par de inestables latidos antes de tomar velocidad mientras el cerebro procesaba la idea de pasar un día entero con ella.


–¿Quieres ser testigo de la locura?


–¿De verdad es una locura, Pedro?


–Un infierno –él cerró los ojos y pensó en algo mucho más excitante–. ¿Qué vas a ponerte?


–Pues resulta que tengo unos cuantos vestidos increíbles. ¿Te gustaría ayudarme a elegir?


–De acuerdo –por supuesto que le gustaría.


–Iré a buscarlos.


–No te pongas nada negro –gritó mientras ella desaparecía escaleras arriba.


–No hay nada negro –un minuto después, Paula regresó con un vestido–. ¿Qué te parece?


–¿Alguna vez te lo has puesto en público? –Pedro contempló la prenda y sintió cómo su cuerpo reaccionaba, agradecido por seguir tapado por la manta.


–No.


Él casi consiguió reír.


–¿Qué te parece?


Los ojos de Paula estaban desmesuradamente abiertos y se mordía el labio inferior. Pedro se obligó a dirigir la mirada de nuevo sobre el vestido. Era verde, o quizás azul, de una tela vaporosa y con tirantes. Y era corto. Demasiado corto.


–No puedes ponerte eso –sin miramientos, expresó su opinión.


–¿Por qué no?


–Porque parece más propio de un dormitorio.


–¿Eso crees? –ella sonrió–. La mujer de la tienda me aseguró que era un vestido de noche. Lleva un echarpe, de modo que no pasaré frío –contempló la prenda pensativamente–, pero no puedo ponerme sujetador, se verían los tirantes.


–Ponte uno sin tirantes –Pedro casi se atragantó.


–No tengo –Paula frunció el ceño antes de sonreír–, pararemos de camino en una tienda de lencería–. Tampoco puedo llevar bragas… se notarían las costuras.


–Eh… –tenía que estar haciéndolo a propósito.


–Un tanga.


–De acuerdo –asintió él con voz ronca–. Suena bien.


–¿Irás a la boda entonces?


–Sí –¿qué elección tenía?


Paula apenas pudo contener la risa mientras lo acompañaba hasta el apartamento. La expresión de su rostro no había tenido desperdicio. ¿Sin sujetador? ¿Sin bragas? Jamás había conseguido que nadie se derritiera a sus pies y le había resultado divertido, y embriagador. Pero Pedro debía ir a la boda y si tenía que atarle una soga al cuello y llevarlo a rastras, lo haría. Aunque tuviera motivos para sentirse dolido, tenía unos padres que lo amaban. Y donde había amor había esperanza, ¿no?



No hay comentarios.:

Publicar un comentario