miércoles, 16 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 32

 


EL AVIÓN salió poco después de las siete y media de la mañana.


Paula se inclinó sobre su asiento y cerró los ojos. Había sido una noche muy larga. No había dormido mucho.


Había llamado a su madre la noche anterior, a las siete, tal y como le había prometido. Le había dicho que sabía lo de la muñeca rota y que regresaba a casa al día siguiente. Su madre le había puesto unas cuantas objeciones, pero Paula se había empeñado en regresar.


Había sido duro… no echarse a llorar durante la llamada. Pero después ya no había podido aguantar más y se había dormido llorando. Alrededor de medianoche se había despertado y había ido a la cocina para prepararse una taza de té y una tostada. Pedro no se había movido, por suerte. Y a la mañana siguiente tampoco. Había salido del apartamento sin tener que hacerle frente de nuevo.


Mejor así. No hubiera podido soportarlo.


Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras pensaba en la discusión que habían tenido. Él había sido tan cruel. Sin embargo, sí que había algo de verdad en sus palabras. Había sido ella quien se había puesto en contacto con él, y había disfrutado del sexo en todo momento, incluso antes de enamorarse de él.


Enamorarse de Pedro le había dejado algo muy claro. Nunca había estado del todo enamorada de Jeremías. De haber sido así, el engaño le hubiera dolido muchísimo más.


¿Qué podía hacer a partir de ese momento? No iba a volver a la clínica, al menos durante un tiempo. No estaba en condiciones de volver a pasar por lo mismo, y tampoco quería plantearse lo de ser madre soltera. Una madre soltera tenía que ser fuerte, estable… Tenía que estar segura de sí misma.


Ella, en cambio, ya no estaba segura de nada.


Las lágrimas inundaron sus ojos en ese momento, abundantes y calientes. La señora que estaba sentada a su lado se alarmó profundamente al verla llorar así. Llamó a la azafata. Le trajeron una cajita de pañuelos y una copita de brandy. Pero Paula siguió sollozando de vez en cuando durante el resto del vuelo a Sídney.


Para cuando aterrizaron, ya se le habían acabado las lágrimas. El viaje en tren a Gosford transcurrió como en una nebulosa. Paula se preparó para poner buena cara durante el trayecto en taxi, pero, aun así, le costó mucho esconder la angustia con una sonrisa mientras su madre veía las fotos y hacía comentarios sobre Darwin.


En cuanto pudo, le dijo que estaba agotada y fue a darse un baño.


Después le preparó la cena y se fue a la cama. Por suerte, esa noche durmió como un lirón. A la mañana siguiente se fue pronto al salón de belleza y cuando llegaron el resto de las chicas todo estaba preparado. Las cuentas, los pedidos, el material… Todo el mundo estaba encantado de verla, sobre todo Jhoana.


–Tu madre se enfadó conmigo por haberte llamado –le dijo Jhoana en privado–. Pero yo sentí que tenía que hacerlo.


–Hiciste lo correcto, Jhoana –le dijo Paula con firmeza y lo decía de verdad.


Le fue difícil, no obstante, mantener la cabeza ocupada en el trabajo esa noche. Por alguna extraña razón, no podía dejar de pensar que Pedro podía ponerse en contacto con ella en cualquier momento, por teléfono o con un mensaje de texto. Una esperanza absurda… ¿Por qué se iba a molestar? Todo había acabado. Habían acabado.


Para el miércoles ya estaba totalmente entregada al trabajo. Su madre la acompañó a la peluquería. Decía que por lo menos podría contestar al teléfono y hacer café. Llevaba la muñeca escayolada, pero podía mover los dedos y estaba aprendiendo a usar la mano izquierda.


Paula agradeció la compañía, sobre todo durante el tedioso camino a casa después de una larga jornada de trabajo. Había tomado la autopista de Central Coast, en vez de ir por Terrigal Drive, y el tráfico estaba cada vez peor a causa de las obras. Qué gran alivio sería tener dos carriles en vez de uno solo… Cuando se quejó su madre le dijo que por lo menos no estaba lloviendo.


–Te has traído el sol a casa –le dijo, sonriente.


–Si tú lo dices, mamá –le dijo Paula con los dientes apretados.


Pero el sol ya no brillaba en ese momento. Se había puesto unos quince minutos antes.




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