martes, 15 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 28

 


TE HAS acostado con muchas mujeres? –le preguntó Paula.


Estaba tumbada con la cabeza apoyada en el vientre de Pedro y el rostro vuelto hacia él, jugueteando con el fino vello de su pecho. Pedro estaba estirado, con las manos entrelazadas por detrás de la cabeza y la vista fija en el techo. Acababan de volver a la cama después de una larga ducha.


–Me prometiste que no me ibas a hacer más preguntas.


–Yo no he prometido nada. Te dejé descansar. Eso es todo, así que te lo repito. ¿Te has acostado con muchas mujeres?


–Me he acostado con muchas mujeres.


–Eso pensaba.


–¿Te importa mucho?


–Supongo que no.


–No estarás celosa, ¿no?


–En absoluto. Solo siento curiosidad. ¿Pero cuándo tuviste tiempo para acostarte con tantas novias? Según lo que me contaste, te has pasado la mayor parte de tu vida adulta escalando montañas y haciendo expediciones por la jungla.


–No he dicho que haya tenido muchas novias. He dicho que me he acostado con muchas mujeres. Hay una diferencia.


–Oh. Oh, claro. Entiendo. Eres de aventuras de una noche.


–Normalmente sí. Tuve un par de novias formales en la universidad, pero no fue nada serio. No tengo tiempo para relaciones estables y largas últimamente. Ni tampoco tengo ganas.


–Pero estoy segura de que la noche de la fiesta en casa de tus padres me dijiste que acababas de romper con una mujer.


–Mentí.


Ella se incorporó abruptamente.


–¿Pero por qué?


–Porque no quería que me hicieras preguntas. Claro.


–Muy bien. Ya no haré más preguntas –dijo. No era buena idea insistir más, sobre todo porque él ya empezaba a mirarla con ojos afilados.


–Gracias. El silencio es oro para mí. ¿Sabes? Sobre todo cuando estás muy cansado.


Paula se rio y entonces volvió a apoyar la cabeza en su vientre. Esa vez, no obstante, se había acostado mirando hacia el otro lado. Contempló su miembro. No parecía cansado en absoluto, pero tampoco estaba erecto. En estado de flacidez, tampoco parecía tan intimidante. Ella sospechaba, no obstante, que solo tenía que rodearlo con la boca para devolverlo a la vida.


–¡Oye! –exclamó él, cuando ella le agarró el pene con mano firme–. ¿Pero qué haces?


–¿Qué crees que hago?


Él gimió cuando ella empezó a mover la mano arriba y abajo.


–Chica, no tienes compasión.


–Para ti no.


–Me vas a matar.


–Posiblemente. Pero será una forma maravillosa de irse de este mundo.


Él se rio y entonces contuvo el aliento.


–¡No te atrevas a hacer eso!


Ella no contestó. No podía.


Pedro apretó la mandíbula y aguantó la oleada de sensaciones que lo sacudía. Ella era buena, muy buena… Era difícil de creer que tuviera tan poca experiencia sexual. Sin embargo, sí que la creía. No era ninguna mentirosa. Él, en cambio, sí que mentía muy bien, sobre todo cuando era necesario mentir.


Sus protestas habían sido una especie de mentira. Estaba deseando que ella hiciera justamente eso, despertar su deseo sexual, de nuevo. Quería provocarle un orgasmo tras otro.


Porque ese era su plan, hacerla adicta al sexo con él. Y entonces, al lunes siguiente, dos días antes de que entrara en el periodo de máxima fertilidad, dejarían de hacerlo un tiempo. Así tendrían más probabilidades de conseguir el embarazo. Para el miércoles, ella estaría lista para quedarse embarazada, y ya no estaría tan obsesionada con los bebés, sino con el placer.


Era un plan perfecto. Pedro le acarició el cabello con ambas manos, intentando detenerla. Después de todo, no quería que se hiciera adicta a dar placer, sino a recibirlo. Sin embargo, lo que le estaba haciendo era delicioso.


Le clavó las yemas de los dedos en la cabeza y la sujetó en el sitio, sucumbiendo a la tentación.


Más tarde, cuando ella se acurrucó a su lado, él le rodeó los hombros con el brazo y la atrajo hacia sí.


–Eso ha sido increíble. Gracias.


–Un placer –le dijo ella y le dio un beso en el cuello con los labios todavía húmedos.


De repente Pedro sintió una extraña sensación; una emoción poderosa que lo embargaba.


«Yo soy el que se está haciendo adicto aquí».


La idea de que pudiera estar enamorándose de Paula era tan sorprendente, tan asombrosa, que Pedro no sabía qué hacer o pensar. Al principio parecía algo imposible. Lo del amor no era para él, pero poco a poco, una vez dejó a un lado esa perplejidad que lo atenazaba, se dio cuenta de que la idea no era una locura tan grande. De hecho, a lo mejor siempre había estado un poco enamorado de ella.


–Vas a pensar que soy una ingenua –dijo ella de repente, levantando la cabeza lo suficiente para poder mirarlo a los ojos–. Pero solía pensar que tendría que estar locamente enamorada de un hombre para poder disfrutar del sexo con él. Quiero decir, disfrutar de verdad, como he hecho contigo –bajó la cabeza y la apoyó sobre el pecho de él–. Creo que eso viene de haber sido una romántica empedernida durante muchos años. No me daba cuenta de que para disfrutar solo hace falta toparse con un hombre que sepa bien lo que hace.


El momento escogido para hacer un comentario como ese resultaba de lo más irónico. Sin embargo, sus palabras sinceras fueron un alivio para él.


Evidentemente no era amor lo que sentía por Paula. Era lujuria, lo mismo que siempre había sentido por ella. Tanto sexo le estaba afectando. Tenía que parar un poco.


–Gracias por el cumplido, Paula. Yo también he descubierto algo desde que me fui contigo a la cama.


Ella levantó la cabeza de nuevo.


–¿Qué?


–No aguanto más.


–Ni yo tampoco. De hecho, apenas puedo mantener los ojos abiertos –le dijo, volviendo a recostarse sobre su pecho.


–Me vendría bien dormir un poco –le dijo él. Por suerte ella no podía ver su rostro, tenso y contraído.


¿Cómo iba a dormirse teniéndola encima de esa manera?


No lo hizo. Se quedó allí tumbado, debajo de ella, intentando controlar la respiración, intentando dominar su propio cuerpo. Paula fue la primera en quedarse dormida. Y Pedro lo agradeció, porque así podría echarla a un lado.


Ella se acurrucó de inmediato y Pedro la cubrió con una sábana antes de apartarse.


Una vez puso algo de distancia entre ellos, empezó a relajarse. Pero aun así pasó un buen rato despierto, esperando a que el sueño lo sumiera en un merecido olvido.





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