martes, 15 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 27

 


No esperó a que ella le contestara. Fue hacia el dormitorio principal y le dio con la puerta en las narices. Paula se quedó en mitad del salón, totalmente desconcertada, pero excitada. No había ningún género de dudas.


Haría todo lo que él quisiera, porque en el fondo, eso era lo que deseaba.


Hacerlo, no obstante, no era cosa fácil. Le daba un poco de miedo. No se miró en el espejo del cuarto de baño mientras se desvestía. Abrió el grifo de la ducha y esperó a que el agua se calentara un poco antes de entrar. Se lavó a conciencia, intentando no detenerse demasiado en esas zonas que le recordaban lo excitada que estaba. Cinco minutos más tarde, ya había salido de la ducha.


Tardó cinco minutos más en salir del baño. Se cepilló el pelo durante una eternidad, se pintó los labios y se puso un poco de perfume. Cuando ya no pudo retrasarlo más, respiró profundamente varias veces y abrió la puerta.


Salió desnuda y atravesó el apartamento. Aquello era lo más duro que había hecho jamás, incluso más duro que ir a la clínica de fertilidad por primera vez. Cuando llegó a la puerta del dormitorio principal, estaba hecha un manojo de nervios. Se armó de valor, pero no llamó. Abrió directamente y entró sin más.


Él estaba saliendo del aseo justo en ese instante, con una toalla alrededor de la cintura.


Ella se paró de golpe, con las manos apoyadas en las caderas.


–Yo también quiero que estés desnudo –le espetó.


–Todavía no –le contestó él. Sus ojos brillaron cuando la miró de pies a cabeza–. Eres todavía más hermosa de pie que tumbada. Ahora ven aquí. Quiero verte caminar. Quiero sujetarte fuertemente contra mí y besarte hasta que me supliques que lo haga, tal y como hiciste anoche. Pero no en la cama, con las piernas enroscadas alrededor de mi cintura, y los brazos alrededor de mi cuello.


Sus palabras evocaban imágenes eróticas que la bombardeaban una y otra vez. A Paula empezó a darle vueltas la cabeza. De alguna forma consiguió atravesar la habitación sin tropezarse con nada. Tenía las rodillas de gelatina.


Él la taladraba con una mirada aguda, sin decir ni una palabra más.


Cuando ella se le acercó, pudo oír su respiración, mezclada con la suya propia. Pudo sentir la tensión…


Se quitó la toalla, mostrándole su miembro erecto en todo su esplendor.


Paula sintió que se le secaba la boca, imaginando cómo le haría el amor. ¿Lo haría de pie, tal y como le había dicho? El corazón se le aceleró. Se le endurecieron los pezones.


De repente él la estrechó entre sus brazos y la apretó con fuerza contra su erección.


«Sí. Sí. Hazme el amor. Házmelo ahora. No me beses. No esperes. Simplemente levántame en el aire y hazme el amor…».


Pero él no hizo caso de esa súplica silenciosa. Primero empezó a besarla, con desesperación, con ardor. Paula necesitaba tenerle dentro… La urgencia era insoportable. De repente gimió.


–Dime lo que quieres, Paula –le dijo él en un susurro.


–Te quiero a ti. Oh, Dios, Pedro… Hazlo sin más. Hazlo tal y como dijiste.


Él la penetró bruscamente, le agarró el trasero y la levantó del suelo.


–Pon las piernas y los brazos a mi alrededor.


La apoyó contra la pared del dormitorio y empezó a empujar una y otra vez. Ella llegó al clímax rápidamente. El primer espasmo fue tan intenso y salvaje que tuvo que gritar. Él llegó unos segundos después, de una forma tan violenta como ella. Sus gemidos orgásmicos resonaron casi como gritos de dolor. Él le clavó las yemas de los dedos en la piel mientras ella se aferraba a su cuello. El clímax duró un rato para ambos. Sus cuerpos latían al unísono, y sus corazones también.


Al final, cuando todo terminó, les sobrevino una ola de cansancio.


Paula suspiró, y Pedro también. Levantó la cabeza. Ella se sentía completamente vacía, sin fuerzas. Las piernas casi se le caían. Apenas podía aferrarse ya a su cintura.


Él se dio cuenta. La llevó hasta la cama y la tumbó con cuidado.


–¿Ves lo que me has hecho? –le preguntó, poniéndose erguido y asintiendo con la cabeza.


–Pobre Pedro–murmuró ella en un tono adormilado–. A lo mejor deberías tumbarte a mi lado y descansar un poco.


–A lo mejor. Pero solo con la condición de que no me hagas más preguntas.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario