lunes, 14 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 25

 


Paula parpadeó. ¿Qué podría haber pasado entre ellos para enturbiar tanto la relación entre padre e hijo?


–No creo que sepas nada de esto, porque mis padres no hablan de ello, pero yo tenía un hermano gemelo.


–¡Gemelo!


–Sí. Tenía un hermano, Damián, que nació unos minutos antes que yo. Éramos idénticos. Idénticos en cuanto a los genes, pero no teníamos mucho que ver en cuanto a la personalidad. Él era extrovertido. Yo era todo lo contrario. Él era hiperactivo, travieso, encantador. Empezó a hablar cuando todavía gateaba. Yo era más tranquilo, mucho menos comunicativo. La gente pensaba que era tímido, pero no lo era. Solo era… un tanto retraído.


Paula creyó saber lo que venía a continuación.


–Damián se ahogó en la piscina del patio de atrás cuando tenía cuatro años. Mi madre estaba al teléfono un día y nosotros estábamos jugando fuera. Damian acercó una silla a la verja y trató de subirse, pero se cayó y se golpeó la cabeza antes de caer a la piscina. Yo me quedé paralizado, mirándole durante demasiado tiempo… Al final entré a la casa, gritando, buscando a mi madre. Cuando le sacaron, estaba muerto.


–Oh, Pedro–dijo Paula, con lágrimas en los ojos–. Qué triste.


Pedro se puso tenso al ver la reacción de ella, su solidaridad. Eso era lo que no podía soportar. Era por eso que nunca le había contado la historia a nadie. No quería sentir lo que estaba sintiendo en ese preciso momento. No le gustaba sentirse culpable por la muerte de su hermano. La lógica le decía que no podía ser culpa suya, pero la lógica no significaba nada para un chico de cuatro años que había visto a su madre casi catatónica por el dolor, y a su padre llorando desconsoladamente. De repente volvió a sentir toda esa pena, la culpa… Porque él quería mucho a Pedro, tanto como sus padres. Era su hermano gemelo, sangre de su sangre. Eran inseparables.


Pero a nadie le había importado su dolor.


No podía creer que aún le doliera tanto…


–Bueno, resumiendo, mi padre hizo algo la noche del día en que murió Pedro… algo que me afectó mucho. Le vi sentado en el salón, con la cabeza entre las manos. Fui hacia él y lo abracé. Él me apartó y le dijo a mi madre que me acostara, que no soportaba verme.


Paula contuvo el aliento.


–Más tarde, esa misma noche, vino a darme un beso de buenas noches a mi habitación, pero yo aparté la cara y no le dejé darme un beso. Él se encogió de hombros y se marchó. Después de eso, yo dejé de hablarle durante mucho tiempo. En realidad, le ignoré por completo durante años. Parecía que a él le daba igual. De repente había dejado de ser el padre al que yo adoraba. Estaba vacío por dentro. Mi madre sabía lo que pasaba, pero ella pasó mucho tiempo lidiando con su propio dolor, y no me ayudó demasiado. No sabía qué decir, o qué hacer. No se recuperó hasta que tuvo a Melisa. Ella fue quien insistió en que vendiéramos la otra casa y nos mudáramos a esta. Pero mi padre siguió igual. Y yo también. Se volvió huraño, se dio al alcohol, y yo me convertí en ese chico al que conociste. Un chaval resentido, furioso con el mundo.


Paula había empezado a morderse el labio inferior para no llorar.


–Me sorprende que seas capaz de dirigirle la palabra a tu padre con tanta educación.


–Desde que se retiró ha cambiado bastante. No le he llegado a perdonar del todo, pero el odio y la venganza no llevan a ninguna parte. Ahora que me he hecho mayor, entiendo que nuestros padres no son perfectos. Solo son seres humanos. Damián había sido el ojito derecho de mi padre, y murió. El dolor te puede llevar a hacer cosas horribles.


Después de la muerte de Bianca, él mismo le había dicho cosas horribles a su familia. Les había echado la culpa de todo por no acompañarla esa noche. Ellos, sin embargo, no se lo habían tomado a pecho. No le habían devuelto las acusaciones.


Tras la tormenta, no obstante, se había sentido muy mal. La vergüenza le había llevado a regalarles la casa de Río y todo lo que había en ella. Tenía que compensarles de alguna manera.


–¿Alguna vez has hablado con tu padre de lo que pasó esa noche? –le preguntó Paula, frunciendo el ceño.


–No.


–Por lo menos tu madre te quería a ti y a tu hermano por igual.


–Seguro que sí. Pero entonces llegó Melisa y mi madre se dedicó a ella por completo.


–Todas las madres están muy apegadas a sus hijas. Eso no significaba que te quisiera menos. Además, por aquella época no eras un niño encantador precisamente.


Pedro se rio.


–Nadie me aleja de la autocompasión tan bien como tú.


–No era mi intención. Pero… ¿sabes una cosa, Pedro? A lo mejor las cosas no fueron cómo te pareció entonces. He estado pensando…


Pedro suspiró lentamente.


–¿De qué se trata esta vez?


–Es sobre lo que te dijo tu padre. A lo mejor quería decir que no podía soportar mirarte a la cara porque le recordabas a Damián. Erais idénticos físicamente. A lo mejor no quería decir que no te quería tanto como a tu hermano.


–Bueno, creo que todo lo que hizo a partir de ese momento indicaba todo lo contrario. Tuvo muchas oportunidades para demostrarme su cariño, pero no las aprovechó. Se comportaba como si yo no existiera. No sabes la envidia que me daba tu padre. Él siempre fue un padre con mayúsculas.


–Era extraordinario. Pero tú tenías a tu abuelo.


–Cierto. El abuelo fue muy bueno conmigo. Si te soy sincero, de no haber sido por él, probablemente me hubiera ido de casa y habría acabado en la cárcel.


–Oh, no creo.


–¿No crees? Las cárceles están llenas de jóvenes furiosos, hijos rechazados con muy poca autoestima, sin metas en la vida. Mi abuelo me devolvió el amor propio y me dio un objetivo; llegar a ser geólogo. Su muerte fue un duro golpe para mí, porque ocurrió justo antes de la graduación. Pero incluso después de su muerte, siguió cuidando de mí. Me dejó dinero, mucho dinero, en realidad. Con ese dinero venía una carta en la que me decía que tenía que viajar y ver el mundo. En cuanto me gradué, me fui. Primero hice un viaje por Europa, pero tampoco me gustó demasiado. Demasiadas ciudades, pocos árboles. Me fui de nuevo y viajé por todo el mundo durante un par de años. Al final aterricé en Sudamérica. Para entonces me había quedado sin dinero, así que tuve que buscar trabajo. O eso o volvía a casa. Como podrás imaginar, lo de regresar a casa no me hacía mucha gracia. De todos modos, como no tenía experiencia, solo encontré trabajo en una empresa minera que buscaba a geólogos que estuvieran dispuestos a ir a sitios a los que nadie quería ir. Era un trabajo peligroso, pero pagaban bien, y de repente me di cuenta de que me gustaba asumir riesgos. A lo largo de los últimos diez años, he descubierto un yacimiento de esmeraldas en Colombia, petróleo en Argentina, gas natural en Ecuador. La otra cara de la moneda fue que recibí unos cuantos balazos por ello, me caí por una montaña, y casi morí ahogado en el Amazonas. Me mordieron miles de insectos voraces… Pero me pagaron muy bien y me pude comprar la casa de Río, y este apartamento en Darwin. ¡Lo bueno es que ya no tengo que volver a aceptar trabajos que me pueden costar la vida! –sonrió con tristeza–. Incluso me puedo permitir el lujo de mantener a un hijo sin que su madre tenga que volver a trabajar en toda su vida, si no quiere, claro.


Paula frunció el ceño.


–Ya veo que sigues pensando. Y no en cosas alegres precisamente. Mira, si no quieres mi dinero, dilo sin más. No te voy a obligar a aceptarlo si no quieres. Muchas mujeres estarían encantadas de tener una oferta así sobre la mesa, pero ya debería haberme dado cuenta de que tú no eres de esas.


–Le tengo mucho aprecio a mi independencia.


–Si aceptaras mi dinero, podrías comprarte una casa. Incluso podrías contratar a una niñera, si quieres seguir trabajando.


–¿Una niñera? ¡No quiero dejar a mi hijo en manos de una niñera! Y en cuanto a comprarme mi propia casa, tienes que saber que ya tengo suficiente dinero para comprarme la que me dé la gana, si quisiera. Llevo ahorrando para una casa desde que empecé a trabajar. Muchas gracias por la oferta, Pedropero no. No necesito ni quiero ayuda económica.


Su punto de vista no debería haberle hecho enojar, pero lo hizo.


–Muy bien –le dijo en un tono cortante–. No voy a pagar nada entonces.


–No hay necesidad de enfadarse –dijo ella–. Deberías alegrarte de que no sea como la mayoría de las mujeres. Solo imagina lo que pasaría si yo fuera una de esas cazafortunas. ¡Te sacaría todo lo que pudiera!


Pedro no pudo evitar sonreír. Ella parecía realmente asqueada ante la idea. Se había ruborizado y así parecía más hermosa que nunca.


–Muy bien. Es una suerte que no seas una interesada. Bueno, ¿tienes alguna pregunta más que hacerme antes de poder seguir con mi plan para hoy?


Paula parpadeó, sorprendida.


–¿Tienes un plan para hoy? –le preguntó, pensando que era ella quien tenía el plan.


–Sí que lo tenía, antes de que lo fastidiaras todo y te diera por querer conocerme mejor.


–Bueno, yo… Yo… –Paula no podía creerse que estuviera tartamudeando. Normalmente solía ser una persona con bastante facilidad de palabra. Apretó los labios un segundo, respiró hondo y siguió adelante–. Muy bien. No más preguntas por ahora. Pero a lo mejor luego me surge alguna más. ¿Cuál era tu plan para hoy?


–Hacer un poco de turismo, tomar una comida ligera y pasar la tarde en la cama.


Paula se quedó boquiabierta.


–¿Toda la tarde?


–Palabra. Cuando te presentaste en el balcón esta mañana, hecha un bombón, tuve ganas de meterme en la cama contigo directamente y pasar allí el resto del día.


Ella se lo quedó mirando. Apenas podía creerse que la deseara tanto, casi tanto como ella a él. De repente, la decisión de dejar el sexo para las noches ya no le pareció tan buena idea.


–Además –añadió él. Una llamarada de deseo brilló en sus ojos–. Lo de esta tarde no tiene nada que ver con lo de los bebés. Se trata de placer. No solo mío, sino tuyo también. A juzgar por cómo reaccionaste la otra noche, tu vida sexual no ha sido muy animada últimamente. Si me dejas, yo puedo hacer que eso cambie –se puso en pie y le tendió la mano–. Bueno, vámonos a pasear.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario