Desde luego, no era la primera vez que le hacían ese tipo de proposiciones. Jóvenes o viejos, ricos o pobres, los hombres se sentían indefectiblemente atraídos por ella, y nunca le faltaban invitaciones a cenar, al teatro y hasta románticas escapadas a alguna isla privada.
Y, sí, era perfectamente consciente de que todos y cada uno de esos hombres albergaban siempre esperanzas de que la cena, el teatro o la escapada a un paraíso tropical les ayudarían a llevarla a la cama.
Pero ningún hombre le había pedido jamás tan descaradamente que se acostara con él.
De pronto se dio cuenta, de que la situación que estaba viviendo se debía al escándalo de su relación con Bruno Winters, y se puso rígida de indignación. Los malditos artículos que circulaban por ahí la tachaban de inmoral y de haber destrozado un feliz hogar. Y estaba claro que el hombre que tenía delante lo sabía y opinaba que una mujer como ella no se mostraría reacia a ese tipo de proposición indecente.
Bueno, pues sí que era reacia. Se sentía disgustada e insultada.
Paula empujó la silla hacia atrás y se levantó, se colocó bien el chal sobre la espalda y los brazos, y apretó con fuerza la cartera de mano. Concentrándose en respirar, permaneció totalmente rígida, mirándole.
—No sé qué tipo de mujer crees que soy, pero te aseguro que no soy de las que se van a la cama con un hombre al que acaban de conocer.
Lanzó una breve mirada de refilón al hombretón que permanecía a la espera de órdenes a escasos metros.
—Tal vez tu guardaespaldas pueda encontrarte a alguien más dispuesta y mucho menos refinada, para que te acompañe esta noche. Eso si es que eres incapaz de buscarte un ligue sin ayuda.
Y diciendo esto, Paula se giró sobre los talones y salió del salón en dirección al ascensor.
¿Quién demonios se había creído aquel hombre que era?
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