Aquella resolución, por sabia que fuera, la condenaba a una terrible soledad. Y quizá fuera esa la razón por la que le había afectado tanto su visita al doctor Alfonso. Había estado prácticamente sola desde el accidente, Ana era la única persona con la que había podido hablar desde entonces... La soledad podía llegar a convertirse en un poderoso afrodisíaco, pensó. Especialmente cuando una se encontraba con un hombre tan viril como aquel médico.
—¡Pero eso es fantástico! —exclamó efusivamente Monica. A Paula le pareció detectar cierta nota de envidia en su voz—. No sé de nadie que haya salido con él desde que ha vuelto.
—Yo tampoco —replicó Laura sin poder disimular su satisfacción—. Y no sólo eso —se interrumpió, probablemente para tomar un sorbo de vino y mantener durante algunos segundos el suspense—, sino que va a venir a la cena que celebro esta noche.
—¡No me digas! Paty Jennings se va a poner verde de envidia.
—Debería haberse aferrado bien a él cuando estaba en el instituto.
—Cada vez que lo ve, echa espuma de rabia por la boca.
—¿Y no lo hacemos todas? —ambas mujeres se echaron a reír.
Con renovada curiosidad por quién podía ser aquel rompecorazones, Paula continuó limpiando, esperando alguna pista. Suponía que pronto lo averiguaría, puesto que Laura había insistido en que se encargara ella, junto con el camarero del club de campo que habían contratado para la ocasión, de la cena. Paula pensaba permanecer durante todo el mayor tiempo posible en la cocina. No quería arriesgarse a que alguien se fijara en ella. En una población tan pequeña como Sugar Falls, las preguntas surgían fácilmente. Y ella no estaba en condiciones de enfrentarse a ninguna pregunta.
Un grito procedente del solario puso fin a sus especulaciones,
—¡Mis sandalias! ¡Mis sandalias nuevas! Tofu, ¡eres un perro terrible! ¡Mira lo que has hecho!
Paula respingó y se asomó a la ventana. Tofu, un bonito Shih Tzu blanco y negro, estaba inclinado al lado del jacuzzi con una sandalia entre las garras. Paula deseó poderle evitar al perro el castigo que, estaba segura, se había ganado. Era un perro al que se trataba con excesiva dureza. La preferencia de Laura por su nuevo caniche, estaba interfiriendo con la necesidad de Tofu de hacer patente su condición de macho dominante. ¿Cómo era posible que Laura no se diera cuenta? Para Paula estaba perfectamente claro y...
—¡Paula!
Paula se sobresaltó ante la llamada de Laura. Dejó el plumero en la mesa y corrió al solario, donde la atractiva viuda y la elegante rubia permanecían sentadas, cada una en su jacuzzi, sin mover un solo dedo.
Antes de que Paula pudiera decir una sola palabra, Laura señaló hacia el perro, que la miraba con las orejas gachas.
—Mira lo que les ha hecho a mis sandalias. Las ha convertido en jirones de cuero. Limpia todo esto y encierra a Tofu en el armario de la limpieza. Tiene que aprender que todas esas maldades no van a servirle de nada —y le comentó a Monica—, está tan celoso desde que traje a Fluff-Fluff que se está dedicando a destrozar zapatos, ropas, muebles...
—Ya que lo menciona, señora Hampton —intervino Paula, olvidándose de su habitual prudencia—, en realidad no son los celos los causantes del problema. Lo que está haciendo Tofu es definir su territorio. Castigarlo no va a servir de nada. Ya ve...
—Paula —la arrulló Laura, con su más meloso tono de voz—. Ahora que ya eres parte de la familia, puedes llamarme señorita Laura.
Frustrada por aquella interrupción, Paula forzó una sonrisa. Se preguntaba qué otro miembro de la familia la llamaría señorita Laura.
—Señorita Laura, entonces. Pues como iba diciendo, el resentimiento de Tofu probablemente sea debido a...
—Supongo que no vas a ponerte a discutir conmigo sobre cómo debo tratar a mi perro — bajo la amable sonrisa de Laura, brillaban destellos de hielo.
—No pretendía discutir, pero...
—Estupendo. Ahora limpia todo este desastre y hazme el favor de encerrar al perro. Y si todavía no has terminado de limpiar la plata, te sugiero que te concentres en ello durante las horas que quedan hasta la cena —Laura reclinó la cabeza sobre el borde del jacuzzi, cerró los ojos y elevó su rostro al sol—. Los niños tienen un partido de fútbol después del colegio. Quiero que los acompañes. Tienen que llegar puntuales. Después del partido, dales de cenar y procura que se bañen antes de acostarse.
Mordiéndose la lengua para evitar una contestación, Paula tomó en brazos al perro. Si no fuera por lo mucho que necesitaba aquel trabajo, le diría a Laura unas cuantas cosas sobre la relación entre los perros, los niños y los amos. Desgraciadamente, necesitaba aquel trabajo como pocas cosas en el mundo.
Intentando superar una repentina oleada de cansancio, que sospechaba estaba más relacionada con el agotamiento mental que con el físico, se llevó al perro al interior de la casa. Mientras se alejaba, le oyó decir a Laura.
—No tiene carné de conducir. ¿Puedes creértelo? Tiene que ir andando a todas partes. Es irritante.
Paula estuvo a punto de soltar una carcajada. Así que a Laura le resultaba irritante. Pero la que tenía que lidiar con el problema era ella. Era horrible no poder meterse en un coche, ponerse tras el volante e ir a donde le apeteciera. ¿Pero cómo iba a conseguir un carné de conducir sin saber quién era?
A través de la ventana, escuchó a Monica compadeciéndose de Laura.
—Es taaan difícil encontrar buen servicio.
Paula elevó los ojos al cielo mientras se dirigía a la cocina. Esperaba que el sol hiciera estragos en las arrugas de aquel par de ociosas.
Medio avergonzada de sí misma por aquel pensamiento, dejó a Tofu en el armario, no sin meterle algunos juguetes y golosinas. A continuación, alzó la cabeza con orgullo y regresó al solario a limpiar lo que quedaba de la sandalia. Al acercarse, comprobó aliviada que ambas mujeres habían dejado de hablar de los problemas causados por el servicio.
—No te importa que salga con él, ¿verdad?
—¡Importarme! ¿Por qué iba a importarme?
—Oh, vamos, Moni. ¿Por qué otra razón sino escogiste ese trabajo? —Laura dejó escapar una risita—. No puedo culparte por esperar tener una oportunidad de conocerlo un poco mejor.
Tras algunas protestas, Monica rió tímidamente.
—Bueno, supongo que ése es uno de los beneficios de algunos trabajos... llegar a entablar amistad con el jefe.
Paula se quedó completamente helada. Estaban hablando del doctor Alfonso. Tenía que ser él. Mónica trabajaba en su oficina... y él era definitivamente guapísimo. Y eso quería decir que el médico le había pedido a Laura una cita. Una extraña tristeza cubrió el corazón de Paula.
Tristeza que desapareció en cuanto recordó la primera parte de aquella conversación y comprendió que el médico iba a ir a cenar en esa casa esa misma noche.
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