miércoles, 26 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 8



Los sueños de Paula aquella noche fueron de todo menos dulces. La luz siniestra de los faros alumbraba unas figuras oscuras, visibles pero no claras, y, sin embargo, instintivamente sabía quiénes eran.

Pablo y Pedro. Era media noche, Main Street. El banco de su padre. Sonaban gritos. Era su propia voz la que gritaba. El sonido enfermizo de unos puños golpeando la carne. Pedro girando, Pablo volando por el aire…

El rostro herido de su hermano apoyado en su regazo, el blanco nieve de su vestido del baile de graduación manchado de sangre, sucio y roto. El sonido de un coche poniéndose en marcha… Pedro al volante de viejo Cadillac de su padre, el motor acelerando, escupiendo gases, las ruedas lanzando grava suelta.

Los ojos de Pedro brillaron en la oscuridad como joyas iriscentes. Intentó correr hacia él para detenerle, para que no hiciera lo que se proponía, pero algo la retuvo. Pablo se aferraba con los dos brazos a su cintura. Desesperada, se debatió para liberarse, sus ojos se encontraron con los de Pedro a pocos metros y, no obstante, a una distancia insalvable. Ella le gritaba, lloraba, le suplicaba, rabiaba, todo en vano. Pedro levantó el pie del freno y el coche se lanzó hacia delante a una velocidad aterradora, los neumáticos traseros protestaron cuando se estampó contra la puerta de cristales del banco.

El impacto la lanzó contra el duro asfalto mientras una lluvia de cristales caía sobre ellos. En el segundo que transcurrió antes de que sonara la alarma, Paula se preguntó si Pedro no se habría matado. Su cuerpo estaba derrumbado sobre el volante. Luego, se desató el infierno y el chillido de la alarma se elevó quebrando la noche.

Paula se tapó los oídos. Pedro se bajó del coche, su frac estaba cubierto de trozos de vidrio. Tenía el rostro ensangrentado pero triunfante, sus ojos brillaban como dos llamas azules.

Se acercó hasta ella y le tendió la mano.

—Ven conmigo, Paula.

Ella le tomó la mano…

La llevó a su cabaña, su escondite especial en la playa. Llevaba años abandonada y se caía a pedazos, pero Pedro la había descubierto y la había convertido en el secreto perfecto, lejos de miradas indiscretas y de las órdenes de papá.

Pedro estaba fuera de sí y ella se contagió de su estado. La pelea con Pablo le había excitado. Sus ojos azules la dejaron paralizada mientras le acariciaba el brazo desnudo. Ella le tendió las manos y él no perdió tiempo en estrecharla entre sus brazos, besándola tan profundamente que tuvo la sensación de que alcanzaba su alma. El tacto de su piel, el sabor de su boca, los potentes latidos de su corazón despertaron un deseo que llevaba mucho tiempo reprimido. No hizo falta más para encender toda la fuerza y la pasión de su amor juvenil.

Pedro la desvistió lentamente, con tanta ternura que la dureza de la violencia reciente se evaporó en el aire de la noche. Le acarició el pelo, la cara, los pechos, el vientre, allí donde sólo él la había tocado. Paula se hizo mujer aquella noche… su mujer… mientras, sobre el suelo de la cabaña, hacían el amor por primera vez. Cada caricia, cada sensación se multiplicó por diez cuando entró en ella. Había sido todo lo que ella siempre había soñado y su corazón se había llenado hasta estallar de amor por él.




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